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El archivo del buitre

Debates sobre debates (II): «¿Para qué debatir, si voy ganando?»

Los políticos españoles se han mostrado alérgicos al intercambio de ideas si se parte desde una posición ganadora

Durante el Gobierno de Felipe González Márquez volvió a plantearse la posibilidad los debates televisados en periodo electoral. En las elecciones generales de 1986 no fue posible. Alfonso Guerra, entonces todopoderoso vicepresidente, acusaba al entonces líder de la oposición, Manuel Fraga, de pretender controlar los medios por proponer debates presidenciales, con fecha, hora y moderador fijados. Además, según Guerra, si Fraga quería debatir, tendría que haber presentado una moción de censura en el Congreso para que, en vez de un debate electoral, hubiera sido un debate de censura en las Cortes. El único debate televisado en aquella campaña se emitiría el 17 de junio de 1986, moderado por Paco Lobatón, pero al que no fue ningún líder. Felipe González, como hizo en La Clave en 1982, mandó en su nombre a Alfonso Guerra, causando que ni Alianza Popular mandara a Fraga -fue Herrero de Miñón-, ni el CDS mandara a Suárez, porque mandó a Fernando Castedo, y ni Convergencia, que en aquella campaña se presentaba con aquello de la ‘Operación Roca’, mandó al susodicho, siendo representado por Sainz de Robles, fue lo máximo que era capaz de lograr la TVE de entonces.

Peor suerte tuvieron los españoles que quisieran un debate en las siguientes elecciones generales, en 1989. En esta ocasión, el PSOE y la derecha, que estrenaba su nueva denominación como Partido Popular, estuvieron a punto de fijar un debate electoral televisado, pero la opinión acérrima de la entonces tercera fuerza política a un debate sin ellos -posición secundada por el resto de partidos políticos- abortó cualquier intento de debate. Los españoles, por tanto, no pudieron ver un cara a cara de Felipe González con el nuevo cabecilla conservador, José María Aznar, hasta el debate de investidura.

Todo cambió en el año 1993. Unas elecciones generales diferentes porque eran las primeras en las que no había un claro favorito y las primeras en las que existían las televisiones privadas y, por tanto, el debate no dependía exclusivamente de un canal. El Partido Popular había dejado claro que no aceptaba debate alguno en Televisión Española por considerar que aquella tele, cuyos informativos dirigía María Antonia Iglesias, era un felpudo al servicio de Felipe González. Pero sí aceptaron dos debates en las privadas, el primero en Antena 3 con Campo Vidal y el segundo en Telecinco con Luis Mariñas. La leyenda es que el veterano Felipe González se confió en el primer debate, en Antena 3, siendo derrotado por el debutante Aznar, pero en el segundo, en Telecinco, este ya vino preparado e invirtió el resultado del anterior, apuntándose el tanto. Entre las mayores originalidades, el hecho de que entre lo negociado estuvo que el debate fuera sentado en ambas ocasiones, en lugar de la estética utilizada en otros debates entre segundas filas en esa misma campaña, en que habían estado de pie. Cuentan las malas lenguas que para que no se apreciara la diferencia de altura. El PSOE ganó aquellas elecciones y el PP pareció tomar nota tras semejante trauma y concluir: «Si vamos ganando, debates no, gracias».

En las elecciones de 1996, el favorito en todas las encuestas era el Partido Popular. Esta vez era el partido que estaba en el Gobierno, es decir, el PSOE, el que quería debate y el que estaba en la oposición, el PP, el que lo desechaba, al contrario que en los comicios anteriores. El argumento usado por José María Aznar es que sólo aceptarían un debate si era un ‘debate a tres’, es decir con Felipe González, Aznar y también Julio Anguita, de Izquierda Unida, aliado de Aznar en las campañas antifelipistas de la época. Desde el PSOE se interpretó aquello como un pretexto y finalizó aquella campaña sin ‘cara a cara’ electoral entre Felipe y Aznar.

Ese criterio fue mantenido por el PP en las elecciones de 2000: rechazo absoluto de Aznar, que partía como favorito a pedir debate alguno, a pesar de las peticiones del PSOE, entonces liderado por Joaquín Almunia.

Y más de lo mismo en las elecciones de 2004. Mariano Rajoy, en su estreno como candidato del PP, y cuando se creía favorito, se negó tajantemente a debatir cara a cara con el nuevo líder del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, que pasó gran parte de la campaña reprochando que el PP no quisiera debatir con él.

Lo que el PP no se esperaba es que el PSOE ganara aquellos comicios marcados por el trauma del 11-M, Zapatero se quedara con la Moncloa y Rajoy pasara a la oposición. En un acto de oportunismo como pocos, Mariano Rajoy ‘descubrió’ nada más estrenarse como líder de la oposición que le encantaba debatir y ya en las primeras elecciones celebradas tras su derrota, unas europeas, pidió debates.

El PSOE de Zapatero, no cambió de postura en esta ocasión por el hecho de estar en el poder, y aceptó en aquellas europeas el primer debate, entonces entre cabezas de lista al Parlamento Europeo. Eso sí, no dudó en restregarlo en antena. El PP sabía que ante su ridículo cambio de actitud ya no habría marcha atrás. A partir de ahora, no se aceptaría un cambio de criterio como el que mostraron en 1996, 2000 y 2004: los debates electorales habían vuelto aparentemente para quedarse

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