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Capital sin reservas

Telefónica en la barbería y La Caixa en remojo

Sánchez es capaz de sacrificar Telefónica por un puñado de petrodólares y de ceder La Caixa al separatismo catalán

Telefónica en la barbería y La Caixa en remojo

Sede de Telefónica en Madrid. | Europa Press

Pocos recuerdan en Telefónica, algunos por bisoños en la casa y otros porque llevan tiempo enterrando su propio pasado, que allá por junio de 2013 César Alierta se plantó en el despacho de Mariano Rajoy para pedirle encarecidamente que pusiera pies en pared contra el proyecto de la multinacional estadounidense ATT de lanzar una OPA para hacerse con el control de la operadora española. El antiguo presidente de Telefónica ponía en evidencia la autoridad del Gobierno haciendo polvo el negocio multimillonario que pretendían conseguir algunos lobistas de lujo con tarjeta de acceso a Moncloa. El jefe del Ejecutivo, fuerte como estaba en aquellos momentos, asumió el problema en primera persona y rompió una lanza a favor del antiguo monopolio, una de las pocas «telecos» entre los grandes national champions europeos que no cuentan con participación del Estado, pero que se supone ha de ser defendida con uñas y dientes frente a cualquier tentación invasora procedente del exterior.  

Quizá Rajoy actuó escaldado tras la experiencia aciaga de lo ocurrido en Endesa durante la etapa presidencial de José Luis Rodríguez Zapatero. El dirigente socialista llegó al poder aupado exclusivamente sobre los daños irreparables que motivó el peor atentado terrorista en la historia de España y no fue capaz de asumir el más mínimo liderazgo en la batalla empresarial que condujo a la enajenación de la que entonces era la primera empresa eléctrica del país en beneficio de la italiana Enel. Con Endesa quedó patente la debilidad del Estado español para defender lo que en otro tiempo fueron consideradas las principales joyas empresariales de la corona, entidades desarrolladas bajo capital público o, lo que es igual, con el esfuerzo de todos los contribuyentes, que llegaron a convertirse en emblemas multinacionales de la marca España y que corren el riesgo permanente de ser absorbidas por sus competidores extranjeros.

Algo de eso ocurrió también con la antigua Construcciones Aeronáuticas (CASA) integrada en Airbus-EADS, con la Seat fagocitada por Volkswagen o con la antigua Pegaso vendida al Grupo Fiat, sin olvidar a Iberia, casada en un matrimonio de conveniencia con British Airways. Todas ellas formaron parte del viejo Instituto Nacional de Industria (INI) incorporado a la leyenda negra y oprobiosa del franquismo y por el que nadie quiso dar un duro desde que el PSOE llegó al poder con Felipe González en 1982. Algo de razón debía tener Bismarck cuando dijo aquello de que «España es el país más fuerte del mundo porque los españoles llevan siglos intentando destruirlo y no lo han conseguido». El artífice de la unificación alemana no se imaginó que algún día aparecería en escena Pedro Sánchez dispuesto a desmentirle con todo tipo de artificios jurídicos y amaños políticos.

Daños colaterales de un Gobierno débil

La vicepresidenta Nadia Calviño, que por algo es todavía la máxima responsable de la política económica, se ha mostrado en su más puro estado de tibieza ante la irrupción del mundo árabe en Telefónica. A diferencia de la reacción incontestable que lógicamente hubiera recibido la empresa Saudi Telecom Company (STC) en cualquiera de los grandes Estados miembros de la Unión, nuestra ministra no ha secundado ese «no es no» patentado por su jefe para mandar a paseo a cualquiera de los dirigentes del Partido Popular. En otras palabras, y por mucho que Yolanda Díaz se ponga en cruz contra la operación, está claro que el PSOE ha empezado a coquetear con los pretendientes del Golfo Pérsico sin importarles que lleven turbante o escondan el alfanje bajo la chilaba. En las actuales circunstancias políticas de una España en almoneda nada tiene de extraño que Pedro Sánchez ponga también en venta a Telefónica a cambio de un puñado de petrodólares.

La debilidad de un Gobierno claramente arrastrado por el ronzal va a tener efectos colaterales y demoledores en la estabilidad de las grandes empresas del país. El caso de Naturgy con la OPA lanzada hace dos años por la australiana IFM debería servir de ejemplo a la hora de evidenciar la fragilidad política para hacer frente a las ofensivas no deseadas procedentes de los más peregrinos confines mundiales. Con una deuda descomunal que supera la producción nacional es impensable que la coalición Frankenstein 2.0, ocupada en sus menesterosos enjuagues parlamentarios, vaya a renunciar a la llegada de un capital extranjero que es indispensable para mantener la falacia de una economía sostenida con alfileres. Sánchez está que lo tira y eso lo saben en Telefónica desde su presidente José María Álvarez-Pallete hasta el que hasta ahora ha actuado como gran valedor del proyecto y que no es otro que Isidro Fainé.

El principal factótum del grupo financiero de La Caixa se ha convertido en el máximo respaldo de Telefónica desde que Alierta dejó la compañía allá por 2016. Desde entonces la cotización en bolsa se ha estrellado contra el muro de las lamentaciones de un modelo de negocio que, al igual que en el resto de operadoras europeas, sobrevive a trancas y barrancas frente a la competencia de los colosos de internet y las llamadas big tech de Estados Unidos y también ahora de China. Con el cañón inversor de CriteriaCaixa, los colaboradores de Fainé han propiciado un frenesí de compras permanente hasta el día de hoy que no ha sacado de pobre a Telefónica pero que ha servido para avalar la misión esencial de Álvarez-Pallete, orientada a reducir los niveles acumulados de deuda aun a costa de minimizar el perímetro de consolidación del grupo a nivel global. 

Pallete y Fainé, dos hombres y un destino

Telefónica ha abordado un régimen severo de adelgazamiento por imperativos de un guión adoptado de común acuerdo con sus accionistas españoles de referencia. Pero en bastante mayor medida que el BBVA la principal palanca en dicha estrategia ha sido sin duda La Caixa y por eso Fainé se ha llevado el mayor de los chascos al enterarse de la llegada por la puerta trasera de un nuevo accionista estatal, extranjero y no del todo deseado como es la STC de Arabia Saudí. Si los emisarios de Mohamed bin Salman vienen o no en son de paz es algo que se verá con el tiempo, pero toda prevención es poca en los tiempos que corren donde la política hedonista y cateta supera cualquier otro interés institucional en la configuración de eso que se dice en llamar la España plurinacional y diversa

«La tropa de Puigdemont considera que será imposible controlar La Caixa mientras Isidro Fainé siga al frente de la Fundación Bancaria»

Isidro Fainé, a otro perro con ese hueso, puede convertirse en una víctima colateral y propicia de esa debilidad intrínseca con que Sánchez negocia la letra pequeña de su nuevo contrato de arrendamiento en Moncloa. En lo que concierne al hombre fuerte de La Caixa no son precisamente los árabes quienes asoman por la costa de Cataluña, sino las tropas del «atila Puigdemont» deseosas de revancha y convencidas de que cualquier avance hacia la autodeterminación pasa por controlar el brazo económico de la entidad domiciliada en Alicante. Entre las reivindicaciones que exige el prófugo de Waterloo figura también la llamada reconquista de CaixaBank y dentro de Junts hay quien considera que todo empeño será inútil mientras no haya un cambio radical en el seno de la Fundación Bancaria, el centro neurálgico de toda la corporación industrial y financiera que preside el veterano empresario manresano. 

El gozo de CaixaBank, que pensaba desembarazarse de la participación del Estado si Feijóo se convertía en presidente del Gobierno, se ha esfumado en el pozo sin fondo de esa infame investidura que negocia Sánchez. Fainé acariciaba la idea de aprovechar la venta del 16% que tiene el FROB tras la fusión con Bankia para llegar a una alianza transfronteriza que, a partir de un juego de participaciones cruzadas preferentemente con las cajas francesas, diera a CaixaBank el marchamo definitivo como una de las grandes marcas bancarias de la Unión Europea. No parece que el gran timonel de La Caixa pueda quitarse ahora de encima la presencia del Estado ni con agua caliente. Más bien al contrario, los que intentan que el líquido elemento no se enfríe son aquellos que, desde posiciones reaccionariamente independentistas, esperan que Fainé ponga las barbas a remojar tras comprobar cómo se las van a pelar a Telefónica.

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