THE OBJECTIVE
La otra cara del dinero

El último invento de la izquierda para rescatar a Karl Marx se llama «tecnofeudalismo»

Varoufakis denuncia cómo, mientras la privatización nos vacía la cartera, los señores de la nube nos vacían el cerebro

El último invento de la izquierda para rescatar a Karl Marx se llama «tecnofeudalismo»

El exministro de Finanzas de Grecia Yanis Varoufakis se saca de la cabeza cada idea... Pero el caso es que luego es un maestro de las relaciones públicas y se vende muy bien. | Europa Press

Yanis Varoufakis, el que fuera ministro de Finanzas de Grecia, cree que asistimos a la mutación del capitalismo en una forma «radicalmente» distinta de explotación.

En la cúspide del orden social se encuentran ahora los señores de la nube: Jeff Bezos (Amazon), Mark Zuckerberg (Facebook), Larry Page y Serguéi Brin (Alphabet), etcétera. El siguiente escalón lo ocupan los antiguos capitalistas (dueños de fábricas, edificios, empresas), que se han «convertido en vasallos» y deben pagarles una renta para acceder a la nube.

Finalmente, en lo más bajo de la pirámide estamos los ciudadanos de a pie, que sustentamos a la nueva clase dominante con «nuestro esfuerzo no remunerado».

Porque, a diferencia del capital físico, el capital de la nube no produce coches, lavadoras, cosas. Su riqueza procede de las reseñas, las valoraciones y los datos que nos succiona, igual que el capitalista del siglo XIX se nutría de la plusvalía del asalariado. Y entre la apropiación de este «volumen incalculable» de trabajo no retribuido y las «rentas inconcebibles» de los capitalistas vasallos, los señores de la nube han acumulado un poder «inimaginable».

«Esto no es capitalismo —concluye Varoufakis—. Señoras y señores, bienvenidos al tecnofeudalismo».

Los pilares del nuevo orden

¿Y cuál es la diferencia entre el capitalismo de toda la vida y este tecnofeudalismo?

Muy fácil. El capitalismo se apoyaba en dos pilares, los beneficios y los mercados, y en el tecnofeudalismo ya hemos visto que no hay beneficios, sino rentas, como las que los siervos de la gleba entregaban a su barón local para que les dejara trabajar la tierra. En cuanto a los mercados, se han convertido en plataformas que no sirven meramente de punto de encuentro entre clientes y comerciantes. En el momento en que entramos en Amazon, dice Varoufakis, el algoritmo que cándidamente hemos entrenado «para que nos conozca a la perfección» nos dirige hacia el vendedor que permite a Bezos «extraer el mayor margen posible […]: hasta el 40% de lo que pagamos».

«¿No es alucinante?», concluye el exministro. Tantos avances increíbles para «crear un mundo en el que, mientras la privatización y el capital de riesgo vacían nuestro entorno de toda la riqueza física, el capital en la nube se dedica a vaciar nuestros cerebros».

El buitre es un animal fantástico

Empecemos con la afirmación de que «la privatización y el capital riesgo» han vaciado «nuestro entorno de toda la riqueza física».

Yo no sé cómo serían las cosas en Grecia, pero la España franquista estaba llena de monopolios públicos ineficientes y poco serviciales. Basta recordar lo que costaba volar con Iberia o conseguir un teléfono. Hoy, tras la privatización y liberalización de ambos sectores, el billete de avión te cuesta a menudo menos que el taxi al aeropuerto y, si necesitas un teléfono, entras en una tienda de móviles y te asignan un número desde el que puedes llamar al instante y para el resto de tu vida, y a un precio considerablemente más módico.

En cuanto al capital riesgo, la investigación revela que las compañías en las que invierte son más longevas, crecen más deprisa, innovan más y presentan mejores resultados.

Manifiestamente mejorable

¿Y qué ocurre con la idea de que Amazon nos «conoce a la perfección» y nos manipula para que Bezos se quede con «hasta el 40% de lo que pagamos»?

Mi experiencia es que las sugerencias de su algoritmo son manifiestamente mejorables. A mi amigo Javier Díaz-Giménez, profesor del IESE, le ofreció el otro día el manual de macro que escribió hace años. «Hemos encontrado algo que podría gustarte», le dijo. A Amazon también le dio una temporada por recomendarle una elongación de pene a mi mujer. «Los robots —me comentó— van a tener que mejorar mucho si quieren dominar el mundo».

El algoritmo de Bezos dista todavía de ser el HAL de 2001, una odisea en el espacio.

Aunque sus detalles no son públicos, está diseñado para premiar a los vendedores que ofrecen mejor precio, tardan menos en entregar y tienen mejores reseñas. ¿Es eso tan alarmante? Es verdad que puedes pagar para que tu artículo salga más arriba de lo que en justicia le correspondería, pero en ese caso se indica claramente que está «patrocinado».

Beneficios inconcebibles

¿Y el margen de hasta el 40% que se queda Bezos?

Esta es la misma denuncia que hacen los agricultores cuando comparan el precio del tomate en la mata y en el lineal del supermercado, como si no pasara nada entre medias. El tomate hay que lavarlo, seleccionarlo, empaquetarlo, trasladarlo, anunciarlo… Nada de eso es gratis, igual que la infraestructura de Amazon. Y en ambos casos el margen final es estrecho y no suele superar el 2%.

Varoufakis también habla de «las rentas feudales» que los señores de la nube cobran a los vasallos capitalistas y es difícil entender de qué se escandaliza.

Podría argumentarse que la tierra es de todos, porque ha estado ahí desde el principio de los tiempos, pero la nube no es un recurso común que alguien se haya apropiado por la fuerza. Amazon, Microsoft, Apple y Alphabet han invertido miles de millones en sus almacenes virtuales. ¿Deberían ahora regalar el acceso? ¿Quién volvería a invertir ni un dólar en el negocio?

Es innegable que han acumulado unas «rentas inconcebibles» y la última pregunta es si lo han hecho legítimamente.

El acuerdo tácito

Los usuarios de internet «hemos suscrito un acuerdo tácito con Facebook, Google, MasterCard, Verizon y los demás sitios que visitamos habitualmente —escribe el abogado Robert Shapiro—. Nosotros usamos sus servicios y ellos reúnen, analizan y venden nuestros datos personales. Poca gente cuestiona este sistema, quizá porque la mayoría piensa que esa información es económicamente irrelevante».

Se trata, sin embargo, de una suposición errónea.

De acuerdo con los cálculos que su colega Siddharta Aneja y él han realizado, los datos de los estadounidenses tendrían «un valor medio de 434 dólares por usuario». Y añade que el Congreso debería reconocer esos derechos de propiedad y obligar a las plataformas a remunerarnos por ellos.

Pero, como el propio Shapiro reconoce, los usuarios no entramos obligados en las redes sociales; lo hacemos porque nos da la gana, es decir, porque nos reporta alguna utilidad. ¿Podría convertirse asimismo en dólares?

Es lo que han hecho los investigadores Jay R. Corrigan, Saleem Alhabash, Matthew Rousu y Sean B. Cash en el artículo «How much is social media worth?». El procedimiento es muy sencillo: organizaron tres subastas para averiguar hasta cuánto estaba alguien dispuesto a pagar a cambio de renunciar a conectarse. La respuesta fue que «el usuario medio de Facebook necesitaría más de 1.000 dólares para cerrar su cuenta un año».

O sea, que los términos del acuerdo tácito de servicio gratis a cambio de datos personales no resulta tan desfavorable para los súbditos del tecnofeudalismo.

Cuidado con la retórica

«Las metáforas no son neutras», observa la economista Deirdre McCloskey.

Las analogías que hacemos y los nombres que ponemos son proyectiles que lanzamos contra la formación enemiga. Ignorarlos es un error, porque al aceptar que un sistema se llama «capitalista» y otro «comunista», ya denotamos que el primero consiste en acumular capital y el otro, en compartirlo. «Si Marx no hubiera tenido una pluma tan elocuente —dice McCloskey—, no habría habido marxismo». Las ideas económicas no triunfan por su acierto, sino por cómo se defienden «mediante la retórica, mediante las películas».

Una de esas películas es la lucha de clases.

En su versión original, el guion de Marx sostenía que las fábricas inglesas, francesas y alemanas proletarizarían a masas crecientes de trabajadores, hasta que todo colapsara bajo el peso de la miseria. Se equivocó. Los trabajadores europeos prosperaron y, en El imperialismo, fase superior del capitalismo, Lenin tuvo que inventarse que el sistema había sobrevivido empobreciendo a las colonias. Tampoco acertó. La India, China y los tigres y dragones asiáticos han medrado a pesar de (o seguramente gracias a) la explotación de Occidente, pero el relato es tan bueno que la izquierda se resiste a arrumbarlo y ahora Varoufakis nos regala una nueva y aterradora temporada: Tecnofeudalismo: El regreso de la bestia.

Huele a naftalina y no cuadra con los datos, pero al final, como recuerda el historiador Joel Mokyr, «el cambio económico depende […] de lo que cree la gente».

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