Ricardo Ruiz, el médico que pasó del taller de coches a fundar un hospital para la piel
Su clave para el éxito es sencilla: «Si no eres tonto, eres trabajador y haces lo que te gusta, es difícil que salga muy mal»

THE OBJECTIVE.
Ricardo Ruiz no siempre soñó con ser empresario. Médico de formación, especialista en dermatología, su camino profesional parecía reservado a la bata blanca, pero la falta de oportunidades y su inconformismo con el modelo asistencial tradicional lo empujaron a crear, desde cero, un proyecto personal y ambicioso: Clínica Dermatológica Internacional. Ruiz es el protagonista de este nuevo capítulo de Así empecé, una serie de entrevistas que tiene como objetivo acercar historias de personas que tuvieron una idea, un sueño, de crear o mejorar algo, y que a base de ingenio, determinación y pasión consiguieron sacar adelante. En definitiva, son historias de emprendedores contadas por ellos mismos.
En un país donde el emprendimiento médico es una rareza, él apostó por una nueva forma de ejercer la medicina privada, basada en la excelencia científica, la atención integral y una experiencia del paciente diseñada con el mismo rigor que una cirugía. «Era el departamento de marketing, de gestión, de recursos humanos… absolutamente todo», recuerda sobre aquellos primeros años.
Su historia comienza mucho antes de montar la clínica. De niño, bajaba al taller de coches de su padre, cerca del Hospital 12 de Octubre en Madrid. Allí, entre el olor a aceite y metal, descubrió su vocación: «Veía a los médicos con la bata, los libros, y para mí mi sueño era, pues, de mayor ser médico y trabajar en el 12 de Octubre».
La chispa emprendedora comenzó a prender sin que él lo supiera cuando, tras su residencia, completó su formación en EEUU, en centros de referencia como la Clínica Mayo o la Universidad de California en San Francisco. Allí vio otra forma de hacer medicina. «Todo el mundo estaba orgulloso de trabajar en la Mayo… desde el médico hasta el celador. Y eso el paciente lo detectaba».
A su vuelta a España, sin plaza pública disponible, se presentó en el recién inaugurado policlínico Ruber de Juan Bravo, donde no había dermatólogo. La oferta fue directa: «Te cogemos, pero siempre y cuando cures la psoriasis de este directivo que tenemos aquí». Lo logró. Y así nació su primer departamento, completamente unipersonal. «Yo monté el Departamento de Dermatología en Ruber, pero era yo solo».
Los primeros años le enseñaron una lección que marcaría su trayectoria: «No hay medicina pública ni privada, hay buena y mala medicina». Con esa visión, fue incorporando profesionales, construyendo equipo y anticipando el auge de la dermatología estética. «Empezaron a aparecer láseres, radiofrecuencias, infiltraciones… Un boom», explica. Decidió entonces abrir su propia clínica.
En 2005, fundó Clínica Dermatológica Internacional, un proyecto que compaginó durante años con su actividad en Ruber. Sin conocimientos de empresa, asumió todos los roles y cometió errores: «Te equivocas muchas veces. No dicen que el éxito es el cúmulo de fracasos sin perder la ilusión».
Expansión nacional e internacional
El punto de inflexión llegó en 2018, cuando apostó por un centro de 1.500 metros cuadrados en pleno centro de Madrid. Allí diseñó una experiencia única: sin teléfonos sonando, sin mesas que separen al médico del paciente, con luz natural y un trato cálido desde la entrada. «Nadie se acuerda por qué ha ido a la clínica, pero sí se acuerda cómo se ha sentido en la clínica».
En 2021, llegó un nuevo capítulo en su historia emprendedora: la entrada del Grupo Quirón como socio estratégico. «No lo veía claro hasta que vino Ruber Internacional con una propuesta que encajaba con nuestro modelo: medicina privada de excelencia».
Desde entonces, su proyecto se ha expandido con nuevos centros y colaboraciones. Al mismo tiempo, ha impulsado iniciativas solidarias en África, donde trabaja con ONG y organizaciones internacionales para crear servicios dermatológicos y de anatomía patológica en Burundi.
Pero si algo ha definido su éxito, no ha sido solo la medicina, sino su filosofía personal: «El desarrollo tecnológico más importante en medicina es la silla: sentarte al lado del paciente, preguntarle qué le pasa, mirarle a los ojos». Cree firmemente que «el buen médico trata enfermedades, pero el gran médico trata personas que tienen enfermedades».
Su consejo a los jóvenes emprendedores es claro: prudencia, humildad y foco en el paciente. «Cuando veo médicos jóvenes que preguntan cuánto se gana, pienso que van por mal camino. El dinero tiene que ser la consecuencia del buen trato al paciente».