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Los Oscar y el reconocimiento

«No dejan de ser un ‘show’ donde quizá lo más relevante son los chismes y los ‘looks’ de la alfombra roja. Pero seguimos buscando su aprobación»

Al mismo tiempo

Cillian Murphy gana el Oscar a mejor actor por 'Oppenheimer'. | Reuters

  • Periodista y miembro de la redacción de ‘Letras Libres’ y autor de ‘Mi padre alemán’ (Libros del Asteroide, 2023).

Ayer, cruzando la Gran Vía de Madrid (normalmente simplemente la cruzo, no la paseo), vi de frente a una chica que, agarrada a su novio, ambos con aspecto de europeos del norte, iba sonriendo mientras miraba los edificios. Inmediatamente me di la vuelta para ver qué era aquello que le hacía tan feliz, y vi la Gran Vía con sus edificios majestuosos, a fondo el edificio de Schweppes (injustamente denostado, pero es otro debate), el edificio de Telefónica. «No está mal», pensé. Pero, ¿por qué me di la vuelta, si ya había visto mil veces esa calle y, sobre todo, ya tenía un juicio sobre ella? Ya sé que es monumentalmente bonita y, al mismo tiempo, insoportable y un lugar que considero exclusivamente de tránsito. Creo que necesitaba verla con otros ojos, con los ojos de alguien que la observa por primera vez. 

Me hizo pensar en muchas cosas. Me hizo en pensar en cuando envío un email importante e inmediatamente después voy a verlo a la carpeta de Enviados para ver cómo queda desde el otro lado, como si yo fuera quien lo recibe. Me hizo pensar en las veces que envío una canción a un amigo y la reproduzco de nuevo como si fuera la primera vez, para ponerme en su lugar. Me hizo pensar, no sé por qué, en un tipo de comentario típico en vídeos de YouTube de rock clásico, sobre todo. Siempre hay alguno (compruebenlo con, no sé, un tema clásico de AC/DC) de alguien que dice algo así: «Tengo 15 años y me encanta esta música, no como el reggaeton de mi época».

Si aparece tan visible es porque la gente le da like.Y si le da like es porque le encanta esa aprobación externa. Otra opción de comentario es: «Tengo 97 años y esto es música de verdad». Nos encanta ese tipo de beneplácito de alguien que no forma parte de la tribu. Hay miles de vídeos en YouTube con títulos como «Mi padre reacciona a… [introduzca el grupo que quiera]} o «Profesor de música flipa con… [otra banda]». Es gente a la que no le pega disfrutar con eso, y por eso tiene un valor adicional. 

«El placer que produce que te den la razón es inigualable»

Y me ha hecho pensar, finalmente, en los Oscar, en la necesidad que tienen muchos cinéfilos de que su película sea premiada. Si tu película favorita no le parece favorita al establishment cinematográfico, algo te falta. Es un reconocimiento que necesitas. El filme es el mismo, pero la sensación de que ha sido valorado externamente (y con cierta autoridad) es agradable, un aliciente. Quizá ves la película con otros ojos. En el fondo, te han dado la razón. El placer que produce que te den la razón es inigualable. 

Luego están quienes creen que los Oscars no pueden tomarse en serio porque no han premiado a grandes cineastas de la historia como Orson Welles, Alfred Hitchcock, Howard Hawks, Fritz Lang u Otto Preminger, como recuerda Manuel Arias Maldonado en un artículo reciente en Revista de Occidente. «También se fueron de esta vida sin estatuilla auteurs como Robert Altman, Stanley Kubrick o John Cassavetes; lo mismo vale –premios honoríficos al margen– para cineastas extranjeros como Bergman, Godard, Fellini o Kurosawa. Algunos de los más destacados directores norteamericanos contemporáneos, entre ellos Paul Thomas Anderson y Sofia Coppola, van por el mismo camino. Esta lista de marginados es ya suficiente para reducir los Oscar a la categoría de anécdota festiva». 

Y sin embargo ahí siguen, con mucha menos audiencia que antaño pero con la misma capacidad prescriptora. No dejan de ser un show donde quizá lo más relevante son los chismes, los sketches y los looks de la alfombra roja. Pero seguimos buscando, quizá inintencionadamente, su aprobación. Qué merecido fue el Oscar a La zona de interés

2 comentarios
  1. Klaus

    El correo o la canción que volvemos a leer o escuchar «con los ojos del otro» nada más enviarlos. … Nunca le había prestado atención a esa costumbre que tengo, ni se me había ocurrido que pudiera ser más que una pequeña mía, ni me había parado a pensar en por qué aparece.. Y ahora el autor me descubre que puede ser compartida con otros, tal vez muchos.

    Este descubrimiento me complace. Según la interesante tesis expuesta en el artículo, tal placer se explicaría por la aprobación o «validación» externa implicada. Se me ocurre que tal vez sea así en algunos casos, pero no creo que en todos. O, al menos, no es el único factor: para un animal hipersocial y tribal como H. sapiens, el mero hecho de compartir algo con otros ya es placentero, sin necesidad de que implique validación. Por ejemplo (hipotético): mi novia sólo escucha basura (reguetón, etc.). No necesito su validación para nada: yo tengo fama de buen criterio musical. Y sin embargo de repente me alegra que a ella le guste una pieza o canción «de las mías». No porque la haga buena, sino por descubrir que esa pieza es un placer compartido (inesperadamente).

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