THE OBJECTIVE
Cristina Casabón

La Priscilla de Coppola

«Se ha tardado siglos en llegar a la verdadera trascendencia de Elvis y hoy se nos aparece en la gran pantalla como un hombre perdido y sin sustancia»

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La Priscilla de Coppola

Elvis Presley. | Europa Press

Mary Corleone nos dejó las imágenes más románticas del cine en El padrino III, una escena en la que la joven Sofía Coppola amasa unos ñoquis, mientras Vincent Mancini dirige sus manos. Esta vez, Coppola vuelve a amasar imágenes poderosas: Elvis besando el hombro de Priscilla en un casino de Las Vegas, o levantándola con su vestido de novia. Pero pese al poderío de la imagen creo que es una de las películas menos interesantes de la directora.

Coppola ha convertido una historia de amor en una parodia del romanticismo, ese es su gran acierto. Él escoge sus vestidos y la indica como tiene que maquillarse y peinarse, espera que solo se dedique entera y exclusivamente a él. Vemos aquí a la mujer/niña, eterno prototipo freudiano, intentando negociar sexo sin ningún éxito, lo cual acaba siendo frustrante.

El díscolo entre los díscolos, el genio de la desobediencia, el provocador y trémulo Elvis Presley, se muestra aquí como un hombre desapasionado, casto. Al leopardo del rock and roll le escuchamos decir frases como «debemos controlar nuestros deseos o ellos nos controlarán a nosotros». Frases muy alejadas de su sangre excesiva y escandalosa. 

Se crean en medio de la inevitable monotonía del amor largas esperas, sufrimientos, y escenas de celos, desconfianza, románticas reconciliaciones. Coppola parece decirnos que lo terrible es que ese amor religioso, comprado a tan asqueroso precio, es la maravilla del mundo para la mujer/niña. Durante un tiempo. 

«Elvis Presley, ídolo de la juventud indisciplinada, se ha convertido en el casto siglo XXI en la imagen de la disciplina regimental y mental»

También hay algo de frivolidad, disparate. La intrascendencia es tan difícil como la trascendentalidad. Se ha tardado siglos en llegar a la verdadera trascendencia de Elvis y hoy se nos aparece en la gran pantalla como un hombre perdido y sin sustancia. El mundo del cine siempre ha querido jugar con los grandes ídolos, pero apenas sabe; enseguida cae en lo intranscendental porque se agarra a los clichés. 

De sus balbuceos caprichosos, y de toda la angustia, el sexo, el frenesí y la música, ha salido un matrimonio. Increíble. Elvis Presley no llora, ni su guitarra, no le agoniza entre las manos, solo vemos alguna rabieta fruto de la mezcla de pastillas y rock and roll, a ver qué hacemos toda una juventud viendo a este Elvis, que con él nos acabamos lamentando sin saber de qué.

Elvis Presley, ídolo de la juventud indisciplinada, se ha convertido en el casto siglo XXI en la imagen de la disciplina regimental y mental. Su silueta ondulante, decaída, melodiosa, de guitarrista espasmódico y atormentado queda demasiado espigada en la figura de Jacob Elordi, que le saca tres cabezas y media a su mujercita.

Aquí estamos los que no tenemos corazón de norteamericano, sin saber a qué ritmo quedarnos tras el romance de Coppola. El mensaje es que ninguna joven puede perderse en el país del matrimonio y aspirar a una vida ordenada. Elvis acaba siendo más un guitarrista epiléptico que un marido ejemplar, su mujer se cansa de él y se marcha. El imperio del dólar hoy necesita maridos poco ejemplares, que no sabemos ya qué hacer con los otros. Elvis Presley, llamado Elvis la pelvis, no es que fuera mal marido, pero tenía un vicio con la guitarra y las pastillas.

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