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Priscilla Presley se coloca bajo la mirada de Sofia Coppola en un 'biopic' parcial

Este 14 de febrero llega a las salas una película con la que adentrarnos en un amor tóxico de manual

Priscilla Beaulieu y Elvis Presley se conocieron cuando ella tenía 14 años. Él, 24. Esto que tanto nos escandalizaría en 2024 ocurrió en 1959, cuando él ya era toda una estrella del rock y ella no era más que una adolescente enamoradiza. Tan enamoradiza como cualquier adolescente. La suya es una de esas historias que, por muy conocida que sea, no deja de sorprender. Especialmente a las nuevas generaciones, que con suerte han oído hablar del rey del rock –ese que «sigue vivo»– y de la mujer que lo acompañó durante gran parte de su vida, pero poco más. Ahora, un nuevo biopic nos trae de vuelta esta atípica historia de amor. Lo firma Sofia Coppola y su título es sencillo, pero eficaz: Priscilla. La película fue estrenada en el Festival de Venecia en septiembre del año pasado, y llega el próximo miércoles a los cines españoles. Justo a tiempo para celebrar San Valentín.

El film nos sitúa en el momento en el que la joven Priscilla Beaulieu (Cailee Spaeny) se encuentra con Elvis Presley (Jacob Elordi) en una fiesta. Él ya es toda una sensación del rock and roll, pero en la intimidad revela una faceta inesperada: un flechazo apasionado, un confidente en la soledad y un amigo vulnerable. La película se inspira, de hecho, en las memorias Elvis and Me, escritas por la propia Priscilla Beaulieu Presley en 1985. La historia narra el extenso romance y el tumultuoso matrimonio entre Elvis y Priscilla.

Priscilla en el foco

Normalmente, cuando hablamos de biopics, lo normal es que el artista sea el protagonista. Elvis Presley, más que un artista, es un mito. Sin embargo, a Sofia Coppola quien le interesaba era su mujer, su gran amor, Priscilla. Con esta película, Coppola logra dibujar un retrato de ambos, pero siempre con el foco puesto en ella, con la mirada femenina en el centro. La protagonista, en este caso, es una niña que se salta la adolescencia al enamorarse del músico más famoso del planeta y que, sorprendentemente, termina encontrando su camino como mujer independiente. Es en todo ese trayecto en el que incide la directora para acercarnos al personaje. Sin embargo, el aprobado constante de la auténtica Priscilla Presley nos deja un retrato inacabado, parcial, y que toma partido.

Cuando la película se estrenó en Venecia, aparte de la directora y de los actores protagonistas, fue la propia Priscilla Presley la que se presentó ante los medios para introducir la película. Visiblemente emocionada, reconoció que «es muy difícil sentarse a ver una película sobre tu vida, sobre tu historia de amor». Y sintió la necesidad de explicarse: «Elvis fue el amor de mi vida. Fue el estilo de vida lo que me resultó demasiado difícil. Nos mantuvimos unidos incluso después, tuvimos a nuestra hija y me aseguré de que siempre la viera. Es como si nunca nos hubiéramos dejado, me gustaría dejarlo claro». Estaba excusando, en parte, al monstruo –o híbrido de monstruo– retratado por Coppola en la película. Pero esas vivencias, esas en las que Elvis aparcaba su sensibilidad y se convertía en un ególatra complicado, las contaba ya ella misma en su autobiografía. En eso mismo se basa la película. Y, ante los ataques de los políticamente correctos de hoy en día, también se defiende: «Todo el mundo piensa que fue sexo, pero no, nunca lo hicimos en aquel momento, él era muy respetuoso con mi edad».

Fotograma de ‘Priscilla’.

Del amor tóxico al amor propio

La relación que vemos en Priscilla sería muy fácilmente tildada de tóxica. La diferencia de edad, la dependencia económica y emocional de la Priscilla adolescente, la insistencia de Elvis de moldearla a su gusto… Todo lo que hoy llamaríamos red flags. Sin embargo –y ahí está toda la chicha, en las contradicciones humanas–, cada uno es el amor de la vida del otro. Lo realmente interesante de la película es, precisamente, el trayecto que hace Priscilla Presley desde esa cárcel en la que le ha metido ese hombre 10 años mayor que ella a la emancipación personal del personaje. Al final, Priscilla –ya madre– consigue hacer su vida, construir su red de amigos más allá de su marido, y huir a una vida más plena.

La emancipación de la mujer que no pudo ser adolescente es, qué duda cabe, el final menos trágico para Priscilla. Y todo, sustentado en el amor propio. Porque ahí, tanto Priscilla Presley como Sofia Coppola, tienen su reivindicación más que clara. Esta no es, ni de lejos, la mejor película de la directora de Lost in translation. Tampoco es la peor. Por lo menos, lleva su sello bien impreso, bien marcado. La película puede verse, entretiene, los actores están correctos y la factura es evidente, pero no esperen una obra mayúscula.

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