THE OBJECTIVE
Jorge Freire

Mémesis

«Ya no hay tertulias en el colmado ni el yayo te cuenta sus batallitas al calor de la lumbre, pero ahora te enteras del último ‘zasca’ de Gabriel Rufián en tiempo real»

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Mémesis

Iker Casillas | José Oliva (Europa Press)

La naturaleza humana es mimética. Si malo era fumar por emular a Clint Eastwood, peor es embaularse refrescos con L-carnitina o extenuarse en una maratón de baile por imitar a un futbolista. Este ha sido, durante décadas, el influencer por definición. De ahí el peligro de que haga chistes a destiempo: la broma de Casillas habría sido tolerable hace 15 años, cuando se ahormaba al humorismo que entonces regía, pero no ahora. El futbolista es depositario de unos valores que, pese a su nombre, nada valen: su mens sana es, más bien, vida sana y carácter sanote; suficiente para vender camisetas. ¿Cuáles van a ser sus valores sino los valores bursátiles? 

La nuestra es, por decirlo con Agamben, una época que ha perdido sus gestos. Por eso el primo Javi vive la vida «partido a partido», como si fuera Simeone. Como otros tantos chavales de 40 añitos, suena artificioso sin que medie impostura. Hoy, además de mimética, la realidad humana es memética. La mémesis es, por decirlo en corto, la mímesis en tiempos del meme. Y el meme es, a su vez, el azúcar refinado del lenguaje: satisfacción instantánea y gratuita. 

«La era del internet a la mano, el novus ordo tecnológico, potencia y peralta los aspectos más estimulantes de la realidad hasta hacerla indigerible»

Piénsese en un plato de fabada. La saturación del gusto mediante aquel festín de chorizo, morcilla y tocino acarreaba la pesantez del organismo. Justo era que un exceso de grasa se pagase con un exceso de malestar; que, en gracia a un mecanismo de compensación, a la saturación papilar correspondiese la saturación arterial. Pero esto dejó de ser así cuando brotaron un sinfín de productos -productos, digo, pues ninguno de ellos se cultiva ni se cría- destinados a excitar nuestro yo dopaminérgico: alimentos ultraprocesados y redes sociales; cultura del éxito y likes. ¡Mémesis!

La saturación de los canales comunicativos era, según Baudrillard, el principal efecto de las primeras técnicas de propaganda. La era del internet a la mano, el novus ordo tecnológico, potencia y peralta los aspectos más estimulantes de la realidad hasta hacerla indigerible. De la grasa saturada a la grasa hidrogenada; del agitprop al meme.

No se confunda la mémesis, neologismo acuñado por un humilde servidor, con la antigua némesis, esto es, la condena que reservaban los dioses a quien caía en la desmesura. Némesis era, asimismo, la diosa que castigase a Narciso por su vanidad y al rey Creso por su avaricia. Su cometido era administrar equilibrio al mundo, cercenando las fuerzas de quien, como se dice de los toreros temerarios, atropella la razón.

Es cuento viejo. Traperos, youtubers y cryptobrós han reventado este orden retributivo. La verdad, decía Hegel, está en el resultado. ¿Qué importa que no sepa cantar si tengo un millón de visualizaciones? Indiferente es la entraña virtuosa de las propia obras: vale quien vence. Mémesis sin némesis.

«A veces una minoría rebasa lo generacional y abreva en la tradición»

Como es obvio, que cada ciudadano sea periodista, humorista y analista de la rabiosa actualidad genera un inaudito excedente de ruido. Ya no hay tertulias en el colmado ni el yayo te cuenta sus batallitas al calor de la lumbre, pero ahora te enteras del último ‘zasca’ de Gabriel Rufián en tiempo real. ¿Quién será la némesis de esas fuerzas que vagan por las redes a la caza del like, poseyendo almas y sometiendo cuerpos a los tortuosos retos de Tiktok? Dicen que el famoso ordenador cuántico podría mandar internet a freír monas. Desconozco si será así. Me conformaría con que barriese del mapa a unos cuantos influencers.

Somos naturalezas miméticas y nos miramos en quien tenemos alrededor. A veces una minoría rebasa lo generacional y abreva en la tradición, fijando la mirada en los clásicos, que son aquellos autores a quien todo el mundo cita y nadie conoce. De ahí que Sofía Mazagatos, follower avant la lettre, siguiese a Vargas Llosa sin necesidad de leerlo. En tiempos de saturación memética, no hay otra cosa que la mémesis.

¿Se miran el ombligo nuestros jóvenes? Velay que sí. ¿En qué horizonte podrían poner la mirada si, como sus mayores, no levantan los ojos de las dichosas pantallitas? Si un hijo es de mala calidad, o bien sus progenitores también lo son -de casta le viene al galgo- o bien le ha tocado un pelotón de vecinos, convecinos y congéneres tan envilecido que no puede sino igualarse a la baja para sobrevivir. ¿Honra merece quien a los suyos se parece? Honra, quizás; el honor es otra cosa.

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