Gabilondo: epistemología de la infamia
«Ya casi cuesta imaginarlo, pero Gabilondo explicaba a sus alumnos la hermenéutica del cuidado en Heidegger, la prolongación aristotélica de Avicena o el final de la fenomenología del espíritu»
Hubo un tiempo en el que Ángel Gabilondo pontificaba sobre Metafísica en la Universidad Autónoma de Madrid. Conviene tenerlo presente como recordatorio de que el tiempo no pasa en balde y de cuánto puede corromperse el alma humana bajo el influjo de Pedro Sánchez -el rey Midas inverso, que dice Girauta-.
Gabilondo era un reputado catedrático de ideas firmes, un fraile de moral robusta y un filósofo (sic) con tesis sin sospechas, que ya es un hito para los estándares actuales del socialismo. Pero un día aparcó la ciencia del ser en cuanto ser y se entregó a la nada, que es el sanchismo, en un encaminamiento onto-teológico hacia la infamia.
No hay Metafísica ni Teodicea que puedan dar respuesta a la caída en desgracia del dirigente madrileño. Tal es su decadencia que ha pasado a confundir la virtud griega de la moderación con la gansada de «soso, serio y formal»; un reduccionismo que insulta a la inteligencia y por el que Sócrates hoy volvería a beberse la cicuta.
Ya casi cuesta imaginarlo, pero Gabilondo explicaba a sus alumnos la hermenéutica del cuidado en Heidegger, la prolongación aristotélica de Avicena o el final de la fenomenología del espíritu. Y lo debía hacer sin vaguedades conceptuales, sin maniqueísmos ni eslóganes vergonzantes. Así me lo admite un exalumno suyo, que pide no ser citado por pudor y por miedo a represalias.
Poco queda ahora de aquel catedrático. Quizá nada. Y es que cuesta encontrar cualquier atisbo de rigor en su discurso, que se reduce a un «caca, pedo, culo, pis, Ayuso, Colón, Trump y ultraderecha». De vez en cuando, por impostar riqueza en contenido y por contentar a sus socios, Gabilondo divaga sobre dumping fiscal y secesionismo madrileño, claro guiño a Gabriel Rufián y punto álgido de su dialéctica en campaña.
Dice un proverbio judío que de la mentira ya no se vuelve, y así lo ha probado Gabilondo. El muy soso cogió el camino del embuste, lo culminó y ahí sigue: tergiversando los datos de mortalidad, acusando a sus rivales de negacionismo pandémico[contexto id=»460724″] y azuzando el fantasma de la ultraderecha.
Desde su conversión al ivanrredondismo (escuela sofista por antonomasia), el ínclito ha renunciado al principio de no contradicción y ha reformulado el aurea mediocritas, que ahora pasa por insultar a Ayuso, mentir sobre sus buenos números y acusar a los humildes madrileños de no pagar suficientes impuestos.
Que Gabilondo sea el ventrílocuo de Iván Redondo no le exime de culpas, pues los antiguos nos enseñaron que uno es libre hasta el último momento de elegir el bien sobre el mal. Pero claro, de las lecciones socráticas Ángel entendió lo que quiso, por aquella cosa tan socialista de vaciar todo contenido de verdad y marcarse un hombre de paja con los autores de referencia -ahí está Popper, mancillado entre viñetas-.
En cuestiones morales no cabe la indiferencia, como bien dice José María Torralba, pero para ser candidato socialista uno debe relativizarlo todo, pues en Ferraz la Ética y la Estética son ciencias que gozan de nulo predicamento.
Podría decirse, en definitiva, que Gabilondo aparcó la Metafísica y que con él podría hacerse ahora toda una epistemología de la infamia. Ese terminará siendo su legado a la Filosofía… Y a la política.