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Félix de Azúa

De lo mejor

«El nuevo libro de José Ángel González Sainz, ‘Por así decirlo’, consta de cuatro parábolas y tiene su principal virtud en la sorpresa y el asombro»

La peseta cultural
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De lo mejor

Ilustración de Alejandra Svriz

Lleva ya por lo menos siete novelas muy notables, pero la última es especial. Se titula Por así decirlo (Anagrama) y me ha resultado particularmente desconcertante, por así decirlo. Sin embargo, hace tiempo ya que juzgo el valor de las narraciones por el grado de desconcierto o confusión que me producen. Es normal: ya saben que Pla fulminaba a todo aquel que leyera novelas a partir de los cuarenta años. Él nunca entendió el papel de la imaginación en la literatura. Lo suyo era el hiperrealismo. Aunque muy bueno, eso sí. Pero a algunos viejos nos gusta la imaginación desconcertante. Como suele decirse, la que nos descoloca.

El nuevo libro de José Ángel González Sainz consta de cuatro partes. Al comienzo pensé si serían cuatro apólogos. Luego di en pensar que serían cuatro fábulas. Ahora me inclino por creer que se trata de cuatro parábolas. En los dos primeros géneros son famosos aquellos que utilizan animales para darnos una lección moral, pero podrían perfectamente ser animales racionales y, efectivamente, en las cuatro partes del libro aparecen animales racionales. Pero finalmente me he inclinado por la parábola porque, además de usar ya sólo animales humanos, la pedagogía que desprenden no es clerical, trivial, banal, moralizante o de monserga. Este libro de Sainz es todo lo contrario de un sermoncillo de clérigo agraviado.

«Una vez superada la juventud (o sea, Grecia), todo lo importante de la vida severa está en la cultura hebrea»

Vaya por delante que, en todo caso, el conjunto de las cuatro parábolas no me cabe duda de que trata sobre la trascendencia. No, desde luego, desde un punto de vista teológico, pero sí, por así decirlo, desde el punto de vista de quien mira a través del ojo de una cerradura. Las primeras dos parábolas me parecieron transformar la materia de nuestras experiencias más comunes (un mitin, unas elecciones, un trayecto en tren, la muerte) en relatos que rompen el tejado de nuestra ficción. Sin embargo, una vez hecho todo el recorrido, las cuatro unidades se funden en una que seguramente es tu vida, o sea, la nuestra, puesta como ejemplo de toda vida posible. Por esta razón me inclino a pensar en ese género, el de la parábola, que fue usado con frecuencia entre los escritores bíblicos, porque, una vez superada la juventud (o sea, Grecia), todo lo importante de la vida severa («que la vida iba en serio…») está en la cultura hebrea.

No puedo dejar de decir que no sé por qué razón (voy dejando de saber a gran velocidad) esa manera de describirnos a los humanos me ha recordado a Kafka. No por la temática, desde luego, sino por el modo de exponerla. Y ahora caigo en que también Kafka utilizó infinidad de veces la parábola, como buen judío que era. Bueno, en su caso, todo él, incluido Kafka mismo, es una parábola.

Me gustaría ayudar al lector, pero sin desentrañar nada del libro que, como he dicho, tiene su principal virtud en la sorpresa y el asombro. Pero vaya por delante que las cuatro historias pueden parecer de una trivialidad pasmosa, hasta el punto de que una de ellas tiene como elemento principal o protagonista unas cáscaras de pipa. Sin embargo, no debo decir nada más y dejar que el lector más inteligente se sumerja en la narración más audaz desde que desapareció La Codorniz.

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