THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

Tiempo de clásicos

«El título del libro autobiográfico de Robert Graves, ‘Adiós a todo eso’, se convirtió en una común expresión sentimental para despedir un fragmento de vida propia»

Opinión
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Tiempo de clásicos

Ilustración de Alejandra Svriz

Como debe ocurrir en Málaga con Gerald Brenan, la larga presencia de Robert Graves en Mallorca ha favorecido anécdotas distintas a las turísticas habituales. Algunas fomentadas por su personalidad y otras por la memoria social que a veces deforma las cosas. Son muy pocos –por edad– los que pueden recordar la tunda que le dio en Formentor al pobre Carles Riba –que se quedó estupefacto– a propósito de Virgilio, pero ha pasado al acervo insular que consiguió que Fraga llevara la corriente eléctrica a Deià, que fue el imán que atrajo a la bella Ava Gardner a la isla, o que el escritor Kingsley Amis vino con su familia –incluido su hijo Martin–, invitados por el poeta galés.

Hay más, ciertas o inciertas: desde la abundancia de sus musas a sus proyectos sobre la cala de Deià, pasando por su relación con Cela o sus visitas a Palma, donde, siendo adolescentes, lo veíamos salir de Correos y sentarse con los paquetes de libros remitidos desde Inglaterra en la terraza del extinto Bar Formentor. Lo he contado muchas veces. Solía llevar una cesta al hombro y lucía un sombrero cordobés decorado con plata a lo indio navajo. Su presencia era imponente y no solo por su altura: ahí había un bardo, un poeta conectado –mis disculpas por la palabra– con la voz de los antiguos. Y esa presencia nos hizo y hace aún mucho bien a los que optamos por la literatura como columna vertebral de nuestras vidas.

Su hijo William ha sido su testaferro intelectual y ha cuidado de su obra y huella, años después de muerto el poeta. William Graves es autor de un libro delicioso –Bajo la sombra del olivo, en la estela de los libros griegos de Gerald Durrell– donde cuenta la llegada y afincamiento de la familia Graves a la costa norte de Mallorca. Y fue también el agente provocador de que las instituciones –siendo Xisco Fiol conseller de Cultura y Jaume Matas, president del Govern Balear– compraran y rehicieran como Museo Graves la casa donde había vivido toda la familia, la misma casa que él construyó con la poeta norteamericana Laura Riding antes de la Guerra Civil. Como ha sido él quien ha contribuido desde la isla a la existencia de congresos y exposiciones sobre la obra de su padre y ha vuelto a traducir al castellano la magna obra de Graves, La diosa blanca, o una revisión moderna del «eterno femenino» arraigado en el poder de la mujer en la Antigüedad y sus ramificaciones en el arte, la poesía y los mitos desde que perdió ese poder.

La versión televisiva de Yo, Claudio y Claudio, el dios, propició en su día reediciones de su obra en prosa y la mirada hacia Mallorca –donde aún vivía el bardo galés– adquirió un tinte distinto. Graves había renovado años atrás la relación con los clásicos debido al uso que hizo de ellos en sus novelas –no sólo en ambos Claudios– y, antes, en sus ensayos. Además de adentrarse en los mitos griegos y en los mitos del judaísmo, Graves lo hizo en las obras de Suetonio, Salustio, Tito Livio, Flavio Josefo y Tácito con fruición de gourmand, estableciendo con ellos una conversación a través del tiempo. Como ocurre en cualquier convulsión, los clásicos son un buen puerto donde recalar y muchas de sus páginas se crearon en Deià, sierra norte de la isla, adonde había llegado después de escribir Adiós a todo eso, afectado anímicamente por los estragos de la Gran Guerra.

«La nueva versión del libro titulada ‘Adiós a todo aquello’ resta valor al título original»

Durante poco más de medio siglo, la lectura española de ese libro autobiográfico de Robert Graves se hizo a través de la edición de Seix Barral, traducido por el añorado Sergio Pitol. Su título, incluso, se convirtió en una común expresión digamos que sentimental para despedir un fragmento de vida propia, una historia de amor, una ciudad, o una época extinta: «adiós a todo eso» se decía y escribía con la asimilación que produce la naturalidad que poseen las cosas sabidas.

Ahora Alianza Editorial –que junto con Edhasa fue quien mantuvo la herencia Graves en castellano– ha publicado una versión nueva de aquel libro autobiográfico con el título Adiós a todo aquello, que suena peor al oído que Adiós a todo eso y no por falta de costumbre. Tengo la impresión, tal vez equivocada, que se da ahí un deslizamiento del punto de vista hacia el presente, que resta valor al título original. En «todo eso» hay más cercanía con el tiempo tratado en el libro: cuando Graves lo escribió habían transcurrido pocos años del abandono de las trincheras del frente francés. Ahora ha pasado más de un siglo y el «aquello» de su nueva traducción denota una lejanía muy contemporánea, pero inexistente cuando Graves escribió Goodbye to all that. Pejigueras mías, porque el libro es muy bueno y esto es sólo para animarles a leerlo, si no lo han leído ya.

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