THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

El gorgojo negro

«He visto cómo otro presidente desaparecía –esta vez no en el maletero–, camino de otra gloria imaginaria conjurada por sus arúspices»

Opinión
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El gorgojo negro

«Tengo la impresión de que este gorgojo negro ha invadido los cafés de España, caigan o no caigan fulminados como la chica del aeropuerto mis compatriotas»

Esta semana, en el aeropuerto de Palma, una chica se acercó a una máquina expendedora de cafés, introdujo la moneda correspondiente y apretó el botón. El café surgió chisporroteante, caliente, aromático y envuelto en humo. La chica se acercó la taza a los labios. Tomó un sorbo y le supo raro. Bebió un segundo sorbo y cayó fulminada. Peor que si le hubieran dado cicuta, arsénico, cianuro o algo así. No reaccionaba: ambulancia y a la UCI de un hospital. A los dos días pudo abandonar la UCI, pero no sabemos qué tal se encuentra.

Cuando más tarde se estudió la taza, descubrieron unos bichitos flotando en ella, como surfers del Pacífico. Sólo que esos surfers habían causado un efecto peor que el de la migala del cuento de Arreola. Se dijo que eran gorgojos negros y que venían de polizones en el café. Recuerdo que hace ya muchos años, en un barrio de Londres hubo una plaga de pequeñas arañas dañinas –¿hay quien dé más letra española en menos espacio?– que llegó en una partida de yucas. Las plantas adornaban y al mismo tiempo portaban la enfermedad en su tronco, inoculada a miles de millas de distancia por una gran araña maligna. Escribí un cuento sobre el asunto porque aún era joven y esas cosas las consideraba un buen punto de partida. Ya no lo soy –joven– pero se ve que siguen llamando mi atención.

«¿Ya hemos tocado fondo o aún quedan metros de ignominia para chapotear en ella?»

Tengo la impresión de que este gorgojo negro ha invadido los cafés de España, caigan o no caigan fulminados como la chica del aeropuerto mis compatriotas. Y que sus desagradables consecuencias están dando extraños frutos en nuestra sociedad. Tan extraños y peligrosos como los de las brujas en la Edad Media y el cornezuelo del centeno. Las alucinaciones que produce ese bicho que anidaba en el pan de centeno, llevaron a la hoguera a muchas mujeres que las padecían, provocadas por el cornezuelo. Incluso se dijo que en el proceso de Salem –ya a finales del XVII– también estuvo el cornezuelo detrás. Tan extraños y peligrosos deben de esos frutos del gorgojo, repito, que estoy empezando a pensar que mis compatriotas están dejando de serlo.

¿Puede el gorgojo negro hacer ver como normales cosas que no lo son? ¿Puede el gorgojo del café provocar alucinaciones colectivas? Lo pregunto porque no tomo café y no sólo no encuentro de recibo según qué cosas que están ocurriendo, sino que me asombra que los haya –y son muchos– que las entiendan y justifiquen. ¿Ya hemos tocado fondo o aún quedan metros de ignominia para chapotear en ella?, me pregunto.

«He visto recibir al Rey con las manos en los bolsillos y esos bolsillos sólo podían ser un amago de desgana tabernaria»

Del cornezuelo del centeno se extrajo el LSD, pero me temo que no puedo recitar el verso de Allen Ginsberg, He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas porque mi generación ya pasó por ese trance y los que sobrevivieron están jubilados. Pero en pocos días he tenido algunas alucinaciones y esas alucinaciones tenían pinta de ser la vida real: no la vida irreal, como habríamos dicho no hace tanto. O sea que Ginsberg-remake al canto: He visto cómo le preparan la alfombra roja al prófugo del maletero y trompetas y timbales están ensayando la marcha triunfal hacia La Generalitat, aunque sea con una estratégica detención y puesta en libertad que le dé cierta heroicidad al guión. He visto cómo los senadores se escandalizaban por las palabras broncas de un ogro de cuento, celosos supongo de no poder ser ellos los que más fuerte atizaban (y aún recordamos a algún diputado de otra Comisión de investigación ejerciendo su sadismo contra Mariano Rubio, entonces presidente del Banco de España).

He visto cómo otro presidente desaparecía –esta vez no en el maletero–, camino de otra gloria imaginaria conjurada por sus arúspices y nos enviaba una carta a todos los españoles, cuando según estadísticas la mayoría no tiene tiempo de leer ni los correos electrónicos y sólo los tuits se aceptan como animal de compañía. He visto insultar sin ton ni son la obra de un escritor respetable y respetuoso, que nunca ha hecho daño a nadie y al que su mirada limpia y figura de apóstol románico subrayan su bonhomía. He visto recibir al Rey –y lo hacían el presidente y un ministro– con las manos en los bolsillos y esos bolsillos sólo podían ser un amago de desgana tabernaria, eso sí, con chaqué, o una metáfora gamberra de las picas en Versalles.

Todo eso lo he visto en tres días y sin tomar café. Con lo que me echo a temblar cuando pienso lo que podemos llegar a ver si el gorgojo negro nos sigue taladrando la sensatez y acabamos –si no lo estamos ya– en aquella obra de teatro sobre Marat, que montó el marqués Sade con los locos del manicomio donde estaba encerrado.

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