THE OBJECTIVE
Fernando Savater

Mamelucos

«Después del punto y aparte escenificado por el presidente, están en el punto de mira del Santo Oficio progre los periodistas independientes y los jueces»

Despierta y lee
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Mamelucos

Boceto de Francisco de Goya de 'La carga de los Mamelucos'. | Museo Goya

Los mamelucos eran unos guerreros orientales famosos por su ferocidad y ciega obediencia. Su patronímico viene de una voz árabe que significa «poseídos» o sea que tenían dueño, que pertenecían a un puto amo, por utilizar la elegante expresión de Puente. A Napoleón, a quien como es sabido le gustaba mandar, le cayeron bien y después de derrotarlos en la batalla de las Pirámides se llevó unos cuantos centenares a Francia y formó con ellos un cuerpo de caballería de élite que le sirvió fielmente a pesar de lo forzoso de su alistamiento. Un mameluco, Rustam Raza, fue criado personal y guardaespaldas del Emperador: debía ser un grandullón forzudo, algo así como Koldo García pero con turbante. Vinieron con las tropas napoleónicas a España y Murat los soltó por la Puerta del Sol, donde causaron una gran mortandad entre los patriotas sublevados. Al día siguiente violaron minuciosamente a todas las chulapas que se encontraron. En las siguientes campañas fueron perdiendo efectivos pero sin desanimarse por ello: en Waterloo aún quedaban 41, que cargaron valientemente contra la caballería británica: fueron despachados sin contemplaciones.

En España, hasta ahora, los mamelucos más conocidos eran los que aparecen en la crónica magistral que pintó Goya del Madrid alzado contra el invasor, cimitarras contra navajas cachicuernas y caballos contra alpargatas. Pero gracias a Pedro Sánchez y su lamento por la máquina de fango, que en su carta sentimental resulta más bien de tango, ahora hemos descubierto aquí una nueva hornada de mamelucos, brotados como poseídos por el Gobierno socialista que les nutre y acomoda, en cargos públicos, medios de comunicación ampliamente hipotecados y que solamente resisten gracias a la respiración económicamente asistida por vía oficial (El País y la SER, por citar los casos más vistosos), así como los mamelucos que más hacen reír pero que también dan irremediablemente más pena, los de las letras (aunque sean de cambio) y la farándula.

Como dijo el mameluco más acreditado, «el mundo de la cultura». Hombre, yo no digo que la España actual sea culturalmente rival de la Atenas de Pericles o el París de la Enciclopedia, pero de ahí a llamar «mundo de la cultura» a los figurantes de economato que se reunieron para animar a Sánchez a seguir fingiendo en lugar de fingir no seguir, hay un abismo. Tanto no hemos decaído… Y para remate iban flanqueados por los inenarrables representantes de los sindicatos mayoritarios, cuyas aportaciones a la cultura del trabajo en nuestra época tanto admiramos.

Sánchez es Sánchez: nadie puede ser nada peor ni puede ya asombrarse de sus vaivenes y postureo. Pero a mí lo que me fascinan son sus mamelucos, de los que no sé si admiro más su caradura o su ignorancia. Sostienen el mundo al revés con envidiable desparpajo: reprochan a la derecha no respetar los resultados electorales cuando gana la izquierda, pero lo que ocurre es precisamente lo contrario desde el año 34 del siglo pasado; achacan la crispación irreconciliable del país a la derecha, cuando ellos ganaron la moción de censura fake gracias a la que gobiernan sin otro programa político que cerrar el paso a cualquier alternancia democrática con la derecha; han apoyado leyes que juzgan con distinto baremo a los hombres y a las mujeres, o que directamente declaran que no se sabe lo que es una mujer, que obligan a una memoria del pasado que sólo valora o condena lo que ellos prefieren, que conceden derechos humanos a los animales o instrumentan una amnistía a malversadores y sublevados según sus necesidades de apoyo político; difunden con total descaro bulos para anular a sus rivales (véase el caso de Díaz Ayuso, sus familiares y conocidos o los fallecidos durante la pandemia en las residencias de mayores que por cierto eran responsabilidad entonces de Pablo Iglesias) pero achacan la fábrica de fango a quienes les molestan con indagaciones sobre sus procedimientos irregulares, etc, etc…

«Los mamelucos detestan a los independientes y adoran a los independentistas»

Después del punto y aparte escenificado por el presidente, están en el punto de mira del Santo Oficio progre los periodistas antigubernamentales o sencillamente independientes, porque los mamelucos detestan a los independientes y adoran a los independentistas (un buen análisis de cómo la desaparición del periodismo que sirve de contrapoder degrada la democracia puede leerse en La muerte del periodismo, ed. Deusto, de Teodoro León Gross). Y naturalmente quieren meter en cintura a los jueces, sobre todo si condenan sus abusos en lugar de buscarles acomodo pseudolegal. En los tiempos en que frecuentaba ambientes izquierdistas, no hacía más que oír lo de «a los jueces no los ha elegido nadie» (yo pensaba «tampoco a los ciudadanos»), ahora se les acosa con nombres y apellidos en el Parlamento o les montan escraches turbas de acémilas golpistas. En cuanto a los separatistas, bien gracias y el castellano cada vez más perseguido por facha. Ése es el nuevo plan…

Es necesario que los españoles volvamos a defendernos de los mamelucos, como en aquel lejano mayo. Ahora estamos más equilibrados en número y en recursos políticos, que hay que aprovechar sin demora. En cuanto a Sánchez, recordemos aquel corrido mexicano: «Porque estás que te vas, que te vas, que te vas… ¡y no te has ido!». Anda, vete ya, haznos el favor; y de paso llévate a todos los mamelucos que te quepan en el Falcon.

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