¡Elecciones ya!
«Los Gobiernos no se eligen para hacer bonito, ni para demostrar superioridad moral ni para aplicar resentimientos de 1936»
Esta es la consecuencia de haber entregado la gobernación del país a un puñado de buscavidas, caballeros de industria, ineptos, aventureros e ideólogos iluminados. Al principio van tirando con la montaña de papeles que ha dejado el Gobierno anterior. Hay una enorme inercia en la colosal máquina del Estado, una especie de Titanic esperando su iceberg, que permite quemar un año sin hacer prácticamente nada excepto darse importancia.
Al segundo año comienzan a emerger los problemas porque el nuevo Gobierno se ve en la obligación de llevar a la práctica sus ideas o lo que cree que son sus ideas, pero no son sino propaganda. Al tercero comienzan a multiplicarse los desastres cuando esas digamos «ideas» caen como granizo en el sembrado administrativo. Cada nuevo problema produce dos nuevos problemas como en las películas de terror. Cuando llega el cuarto año no funciona ni la cadena de la cisterna. El caos se apodera del Estado.
Y así estamos ahora. Es inoperante echar la culpa a las epidemias, a la sequía, a la guerra de Ucrania, al enjaulamiento del poder judicial, a la descomunal deuda y es inútil porque eso es justamente lo que se espera de un Gobierno trabajador y eficaz: que resuelva los desastres imprevistos porque siempre se van a dar. Cuando no hay graves incidencias no necesitamos ningún Gobierno (o uno muy pequeño). Es justamente cuando todo se complica cuando es imprescindible un Gobierno sensato. Cada año los incidentes serán distintos, cada año parecerán nuevos y un Gobierno sensato se dedica a poner remedio con tesón y buenos técnicos. No elegimos los Gobiernos porque sean gente que tiene ocurrencias, fotogenia, una ideología guay, unos discursos como de tertuliano o por dar muestras de querer arreglar el mundo y ornamentar nuestra vida privada. Eso es exactamente lo que no deberíamos elegir.
Los candidatos que merecen nuestro respeto son quienes conocen los recursos administrativos no para entorpecer al adversario sino para facilitar la vida de las gentes, los que saben hacer uso de las instituciones del Estado, los trabajadores eficaces, los que no se dan importancia, los que no desprecian a quien no les gusta ni usan el odio como herramienta política. Pero hete aquí que buena parte (aunque minoritaria) de la sociedad eligió a un personaje notablemente incapaz, una verdadera nulidad hinchada de narcisismo, ínfulas y soberbia. Y que este a su vez se asoció con lo más nefasto de la oferta política, gente satisfecha de sí misma, ávida, vanidosa y con programas sulfurosos como el de complacer los caprichos de la burguesía catalana a costa de todos los españoles. Pues este es el resultado.
Los Gobiernos no se eligen para hacer bonito, ni para demostrar la superioridad moral ni para aplicar resentimientos de 1936, sino para resolver las dificultades a medida que se presentan, con decisión y esfuerzo. Huelga de transporte, amenaza de carestía alimentaria, ruina de la clase media, hundimiento de la economía, parálisis de políticos con sueldos de 100.000 euros ocupados en aliviar el sufrimiento de una exigua minoría sexual. Cuando despierten de ese sueño infantil, se encontrarán en el desierto.
Para una situación tan brutal como la que estamos viviendo solo hay una solución: exigir elecciones inmediatas y expulsar a sus jardines a los ángeles adolescentes de la destrucción. Son de escayola.