El rincón del olvido
La foto de ese niño filipino escarbando en las cenizas y la basura tratando de encontrar algo que llevarse a la boca vuelve a traer a mi memoria la imagen del negrito y el buitre.
La foto de ese niño filipino escarbando en las cenizas y la basura tratando de encontrar algo que llevarse a la boca vuelve a traer a mi memoria la imagen del negrito y el buitre.
Aquella imagen del pequeño africano, medio sentado en cuclillas, famélico, con su vientre hinchado por la enfermedad, sus mocos colgando y las moscas privándole la cara, mientras a dos metros un buitre esperaba el momento de comérselo, no se me quita de la cabeza. Nunca antes me había hecho estremecer una imagen. Pero aquel niño medio muerto y el buitre carroñero esperando su festín con el pobre infante, cuya foto dio la vuelta al mundo, rebosó todos los límites de la sensibilidad humana.
Dicen que el fotógrafo, que al parecer se decantó por hacer la foto antes que por ayudar al chaval y espantar al buitre, se suicidó por remordimientos de conciencia a los pocos meses de que su fotografía diera la vuelta al mundo. No lo sé. Es muy probable.
Pero como tantas veces sucede, a los pocos días o quizás pocas horas, la imagen pasó al disco duro de nuestra conciencia y al rincón del olvido. Seguramente es la respuesta de nuestro mecanismo de autodefensa ante los acontecimientos y noticias que nos molestan. Es nuestra coraza natural. Pero aunque nosotros volvamos la vista y olvidemos, la tragedia sigue ahí. En África, en Asia, en Suramérica, en cualquier rincón incluso de nuestro propio país. Y nosotros preferimos no mirar. Que esa imagen de la miseria o la hambruna no moleste nuestro sistema de vida. El cinismo impera en nuestra sociedad, en nosotros. Si no lo vemos no existe. Si eso sucede lejos, tampoco.
Pero esos niños y esas hambres siguen ahí fuera los veamos o no. La foto de ese niño filipino escarbando en las cenizas y la basura tratando de encontrar algo que llevarse a la boca vuelve a traer a mi memoria la imagen del negrito y el buitre. Esa imagen es la culpable de muchas noches de insomnio. No es de justicia que tragedias como esa sucedan a tan sólo unas horas de vuelo de donde vivimos nosotros.
Individualmente poco podemos hacer por solucionar hambrunas y penurias, pero tampoco podemos quedarnos quietos y mudos mientras mueren miles y miles de niños a dos pasos de los paraísos de la abundancia, sin hacer nada.
Ésta quiere ser una llamada a los gobiernos, a nuestro gobierno, para que hagan algo en evitación de semejantes desastres.
Los que asaltan nuestras vallas en Ceuta y Melilla son los padres de esos niños moribundos que vienen en busca de solución a sus miserables vidas.
O les buscamos acomodo, nosotros y Europa, o dentro de nada las riadas de desesperados nos pasarán por encima y será demasiado tarde para buscar un coyuntural remedio.