Nadar a contracorriente

La teoría de lo relativo posee mayor acierto y resulta más democrática que la Ley de Einstein, por tanto que la Navidad tenga que ser nevada es uno más en el pelotón de los tópicos.

Pensándolo bien todo es cuestión de óptica. La visión de un cuarto cambia dependiendo de la esquina donde nos apostemos con intención de inspeccionarlo. Nuestra imagen engorda o adelgaza a medida que cambiemos de espejo y lo advertimos sin necesidad de contar con un ojo avizor. La vida muda según la miremos: no hay un vaso igual de lleno que otro pues estará tan vacío o tan repleto como rebose el ánimo de quien lo valore.

Nuestra carga emocional además de emborrachar nuestro juicio termina contaminando al propio objeto juzgado. La teoría de lo relativo posee mayor acierto y resulta más democrática que la Ley de Einstein, por tanto que la Navidad tenga que ser nevada es uno más en el pelotón de los tópicos.

En las antípodas la reciben, como es propio en estas fechas allí, en pleno verano y no deja de chirriar ese empeño por darle un toque nórdico. El ser humano necesita del cliché para “deconstruirlo”, está claro, pero también para ser gregario y asimilarse a sus congéneres en ese escenario común de la vulgaridad. Toda idea preconcebida nos lleva a la comodidad. Lo original, por el contrario, implica un desgaste, una inversión en energía y voluntad inconmensurable.

Visto lo visto salirse de la norma representa una opción solo apta para elegidos. Ahora bien bañarse a treinta grados de temperatura soportando un gorro de fieltro rojo sobre la cabeza no parece un acto de rebeldía, sino una concesión a las iniciativas del grupo que no siempre son lógicas.

Esa pequeña extravagancia de la fotografía me conduce a fabular sobre dónde situaríamos la transgresión de lo vulgar y qué se entendería por disfrutar la navidad de un modo original. ¿Un nacimiento? ¿La misa del gallo? ¿Una cadena de favores? Tú opinas.