Palmeras en la nieve

Cuando uno observa un desajuste lo normal es echar mano al mando, ajustar el canal o pasarse a otro. La redifusión nos concede el beneficio de la segunda oportunidad. Sin embargo esta foto plantea un desbarajuste que no lo arregla el mejor plasma: une la tozudez de la realidad y el asombro de la ficción.

Hace 85 años que no nieva en Arabia Saudí. Obvio, si lo hiciera cada invierno el país se llamaría Finlandia y tú y yo leeríamos sus novelas policiacas con ganas porque allí donde no asoma el sol se asesina más de lo normal. ¡Hala! Vale, se trata de una opinión por tanto rebatible, pero la falta de claridad aboca a comportamientos obtusos y enrevesados.

En todo caso que nieve sobre el desierto es un sinsentido. Un absurdo climatológico. Y los periódicos están repletos de incoherencias a las cuales nos hemos acostumbrado, tanto que nos sorprenden más unas rastas en el Congreso que un diputado-imputado haciéndose la manicura en su escaño. Familiarizarse con la anomalía debería ser considerada una patología tan nociva como sufrir crisis de ansiedad, sin embargo nos doblega la rutina y a veces institucionaliza lo ilógico.

En Arabia hay una generación que no había contemplado un paisaje nevado más que en la realidad virtual y en España otra mal acostumbrada a que todo se lo den hecho, pactado y bien pactado, al contrario que la de los abuelos, anhelando durante su vida la posibilidad de sentarse a una mesa de negociación con alguien contrario a sus ideas, sin alcanzarlo. Los árabes se hacen selfies en la nieve y los españoles en la bancada, pero ninguno se toma en serio esa singularidad que les ha tocado vivir.

Empiezo a sospechar que la culpa de la incoherencia la tiene esa tapicería tan oscura del Congreso.