El silencio de Nuria Espert
“Aquesta nena té els collons d’un toro”. El símil taurino lo utilizó el dramaturgo Josep María de Sagarra para calibrar el aplomo de una chiquilla de trece años que habían traído esa tarde a una prueba. La nueva compañía del Teatro Romea buscaba a un niño o una niña para una comedia infantil. Hasta allí llegó la hija de los Espert, un matrimonio ya a la deriva que solo se ponía de acuerdo en que la pequeña Nuria debía hacer teatro.
“Aquesta nena té els collons d’un toro”. El símil taurino lo utilizó el dramaturgo Josep María de Sagarra para calibrar el aplomo de una chiquilla de trece años que habían traído esa tarde a una prueba. La nueva compañía del Teatro Romea buscaba a un niño o una niña para una comedia infantil. Hasta allí llegó la hija de los Espert, un matrimonio ya a la deriva que solo se ponía de acuerdo en que la pequeña Nuria debía hacer teatro.
Sagarra paseaba su calva por las filas del teatro mientras escuchaba a aquella niña recitar unos pasajes de La pubilleta, de Frederic Soler, la historia de una niña que se lamenta de su suerte cuando nace su hermano. Sabe que nunca herederá la tierra de sus padres. Quizá fuera el realismo descarnado con que abordó el pasaje o los lagrimones que le resbalaban por las mejillas, pero Segarra y los que le acompañaban se quedaron asombrados.
La misma escena la viviría años más tarde, muy cerca de allí, ya con la vocación teatral vibrando en el pecho. En el Romea se representa Medea y la protagonista, Elvira Noriega, cae enferma. Ella está en el reparto con un papel secundario. Sin tiempo para probar en el escenario deciden cruzar al hospital de enfrente y dejar que la aspirante se mueva en un patio inmenso mientras recita los versos de Eurípides. La voz de Nuria resuena en el lugar con una aspereza desabrida. A la obra asistirá Eugenio D’Ors, semanas antes de morir: “Medea es una especie de gitana en Corinto. La manera de atormentarla es brujería, y, contra ella, ya no cabe más que el exorcismo. Es voz de exorcismo la que suena en los acentos más graves de Nuria Espert”.
Aquellos acentos los trasmutó en Madrid, hace muy pocos años. Nuria Espert se encontró con una Bernarda Alba distinta de otras veces, de ese arquetipo que se había paseado durante años por los escenarios de medio mundo. La madre déspota e implacable se tornaba en alguien resignado, como si no tuviera elección para conducirse de esa manera, como si estuviera en una huida permanente. El breve monólogo del final siempre tuvo una sequedad con esa orden terminante a sus hijas para que guarden silencio ante el horror. Así que, cuando enfiló los últimos versos, dejó caer aquel grito como el más desamparado de los susurros. Silencio.