THE OBJECTIVE
Melchor Miralles

Golpes olímpicos

La foto de Yves Herman es soberbia. En ella observamos al argelino Mohamed Flissi tras recibir el golpe del venezolano “Caciquito” Finol que le derrotó, dejándole fuera de las semifinales y por lo tanto de la opción a medalla. El puño enguantado de Finol impacta sobre la mandíbula de Flissi y retumba su cerebro y se le va la mirada, que trata de retener fija sobre el adversario. Dicen que el boxeo no es un deporte, pero conseguí entenderlo a base de acudir a veladas en las que descubrí un mundo literaria, social y vitalmente apasionante, aunque durísimo, claro.

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Golpes olímpicos

La foto de Yves Herman es soberbia. En ella observamos al argelino Mohamed Flissi tras recibir el golpe del venezolano “Caciquito” Finol que le derrotó, dejándole fuera de las semifinales y por lo tanto de la opción a medalla. El puño enguantado de Finol impacta sobre la mandíbula de Flissi y retumba su cerebro y se le va la mirada, que trata de retener fija sobre el adversario. Dicen que el boxeo no es un deporte, pero conseguí entenderlo a base de acudir a veladas en las que descubrí un mundo literaria, social y vitalmente apasionante, aunque durísimo, claro.

En los Juegos Olímpicos se ganan medallas con tiempos de escándalo, con piruetas imposibles, con canastas estratosféricas, con raquetazos del alma, con contorsiones gimnásticas imposibles, con movimientos de espada versallescos y también con golpes potentes en el rostro del contrincante. Hay muchos deportes, y cada deporte es un mundo al que hay que aproximarse con respeto.

Pero durante estos juegos ha habido otro golpe que ha pasado de puntillas. La muerte, con 100 años de edad, del hombre que da nombre al estadio donde se inauguraron y se clausurarán los Juegos: Joao Havelange. Un tipo antipático, altivo, inmensamente poderoso, multimillonario y corrupto que contribuyó a hacer más grande y beneficioso no sólo el fútbol, sino también, junto a Juan Antonio Samaranch y Primo Nebiolo, el deporte olímpico. Y también, los tres, convirtieron buena parte de las disciplinas deportivas en máquinas de hacer dinero sin escrúpulos en las que la corrupción y la suciedad brillaban por encima de cualquier otra consideración. Havelange, que murió muy solo y tan pobre que solo tenía dinero, sí que asestó golpes duros al olimpismo, de los que aún no se ha recuperado del todo.

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