La democracia vacía
Viajé en un Blablacar con alguien que me dijo que no había votado nunca y que pensaba que “cuanta más gente vota, peor es el resultado.” Era alguien formado, viajado, con intereses cosmopolitas. Yo le respondí con algunos clichés que he interiorizado: que la democracia no está hecha para que salga el mejor resultado, sino para que simplemente todos tengamos voz y participemos; le dije la frase de Churchill que realmente no es de Churchill: “la democracia es el peor sistema de gobierno a excepción de todos los demás.” Pero me sentí en cierto modo impotente. Algo tan obvio me resultaba difícil de explicar de manera breve y convincente. Él aceptó que era un mal menor, y yo acepté que el votante racional obviamente no existe. Pero no supe explicar por qué creo en la democracia sin usar abstracciones o metáforas (quizá porque no soy alguien especialmente persuasivo).
Viajé en un Blablacar con alguien que me dijo que no había votado nunca y que pensaba que “cuanta más gente vota, peor es el resultado.” Era alguien formado, viajado, con intereses cosmopolitas. Yo le respondí con algunos clichés que he interiorizado: que la democracia no está hecha para que salga el mejor resultado, sino para que simplemente todos tengamos voz y participemos; le dije la frase de Churchill que realmente no es de Churchill: “la democracia es el peor sistema de gobierno a excepción de todos los demás.” Pero me sentí en cierto modo impotente. Algo tan obvio me resultaba difícil de explicar de manera breve y convincente. Él aceptó que era un mal menor, y yo acepté que el votante racional obviamente no existe. Pero no supe explicar por qué creo en la democracia sin usar abstracciones o metáforas (quizá porque no soy alguien especialmente persuasivo).
El debate me recordó a lo que dice Oliver Nachtwey en La sociedad del descenso: la democracia “se muestra como un compromiso o arreglo paradójico: los ciudadanos tienen en gran estima la democracia en el plano ideal, pero esperan cada vez menos de ella en el plano real y concreto.” Mi compañero de viaje pensaba en la democracia como un valor abstracto, en cierto modo vacío, sinónimo de algo positivo sin saber muy bien por qué, como la empatía, la solidaridad, la dignidad. En un plano concreto, no le decía nada, e incluso le producía rechazo.
Quizá la única manera que tenemos de volver a confiar en la democracia es perdiéndola, o quedándonos muy cerca de perderla. Si nos fiamos de John Gray, el filósofo liberal aguafiestas, estamos más cerca de esto que de lo que pensamos. Gray es muy crítico con la hubriso arrogancia liberal que considera que los avances son irreversibles. Opina que después de la derecha neoliberal, que pensaba en el mercado, la globalización y en la exportación de la democracia en términos utópicos, viene una derecha distópica (la definición es de Daniel Gascón), que es en realidad la derecha intolerante tradicional: nacionalista, antisemita, autoritaria. Si Gray tiene razón, y ojalá no la tenga, el concepto de democracia entonces bajará a un plano concreto y será más fácil de explicar.