La vida profunda
«Solo el ser humano, pongamos Q, siente insatisfacción aun teniendo una casa habitable con un frigorífico henchido»
Un piso amplio con una familia dentro y una nómina si no boyante al menos consoladora. Ropa de marca, televisión e internet. No le faltaba nada. O por lo menos ninguno de los requisitos occidentales, los elementos que completan la fórmula del bienestar, que es un estar en el mundo como una vaca encima de la hierba. Y sin embargo Q no era feliz. Llevaba tiempo escindida. Su alegría instagramer era la pintura que disimula un deterioro. Ya lo dijo Walker Percy: un gato con el hambre atendida, tumbado al sol del mediodía sobre el capó de un coche, es un gato al cien por cien. Solo el ser humano, pongamos Q, siente insatisfacción aun teniendo una casa habitable con un frigorífico henchido. Un tanto por ciento de sí misma se le escapa si se mira en el espejo y ve a una extraña. No siente conquistada su identidad. Al acostarse sueña con otras biografías, lamenta lo sucedido, no se quiere a sí misma y la emprende a puñetazos contra su historia.
Hay algo interior en el ser humano que no es víscera. Igual que el fuego furtivo de un volcán que pensamos dormido. Convulsiones a simple vista inexistentes pero tan ciertas como la nube que oscurece la acera por la que hoy camina Q, en apariencia dichosa, pero que piensa en suicidarse. Para mí esto es la mayor prueba de que el ser humano es más que la pura animalidad, una aleación de espíritu y materia, no como polos opuestos sino como dos realidades que se influyen sobre el tablero del corazón. Incluso el más o la más alejada de lo trascendente no puede negar alguna oración a lo largo de su historia. La vida occidental está plagada de casos como el de Q: personas que han seguido al dedillo las directrices —hipoteca, vehículo, mascota y gimnasio— y son seres huecos, escombros, necesitados.
Al mismo tiempo que la vida que exhibimos sucede otra, la que nadie mira ni conoce, aquella que empieza cada noche y en la que lloramos o estamos en paz. La vida profunda. Hay personas cuya alegría es un timo, casas maquilladas con el fin de esconder los deterioros; y las hay también como vidrieras: anodinas a simple vista y sin embargo insospechadamente plenas, edificantes. Uno ha de estar alerta, vigilar a quien ama e ir remediando los pequeños desperfectos antes de que sucedan grietas irreversibles. La vida profunda fluye a la par que la aparente y no siempre coinciden, como en el caso de Q.