Sánchez y "lo de Cataluña" como excusa
«Que Sánchez haya puesto más esfuerzo en defender la Constitución para sacarse de encima a Iglesias que para velar por los catalanes sometidos a los abusos del nacionalismo es de un cinismo atronador»
Hoy finaliza el plazo establecido para que el Congreso de los Diputados elija a un presidente del Gobierno. El candidato Sánchez fue propuesto por el rey en verano, cuando el líder socialista veía con tan buenos ojos a Podemos y a los nacionalistas de todo signo hasta el punto de que no ha quedado una sola comunidad autónoma con aspiraciones identitarias en la que el PSOE no haya alcanzado un acuerdo con los partidos que las respaldan. Con todo, el Sánchez de verano ya no era el jovial candidato socialista que en la primavera electoral se deshacía en elogios a la generosidad de Pablo Iglesias, a quien ofrecía el calor de una Moncloa compartida.
Una vez formados, salvo el de La Rioja, todos los gobiernos rojomorados -en algún lugar, además, con arcoíris nacionalista-, Sánchez, que acumulaba ya unos cuantos meses sin vetar a nadie, invitó a su compadre Iglesias a abandonar toda aspiración de formar parte de su Gobierno digno. Repartirse el poder con un partido como Podemos, que no concibe el control institucional sino como control social, no podía augurar nada bueno, por lo que fracasadas las pseudonegociaciones Sánchez decidió frustrar todo entendimiento incluso con quienes comparte mesa en media España. Decidió traernos a donde estamos hoy atendiendo a los cantos de sirena que le auguran una mayoría absolutísima que tuvo el descaro de pedir a los españoles desde Moncloa en un mitin socialista que le valió para afianzar su posición frontal al constitucionalismo español, pues constató que en España las grandes coaliciones no nacerán nunca de una izquierda tan sectaria como abonada al nacionalismo[contexto id=»381726″].
Sin embargo, al margen de la coyuntura de repetir elecciones, lo cual puede acarrear un disgusto inesperado al PSOE, lo verdaderamente descarado son las excusas inexplicables que Sánchez ha ido encadenando para intentar convencer a no se sabe quién de que en absoluto es responsable de volver a las urnas. Todo cuanto le valió a Sánchez para apuntalar un discurso de criminalización de cuanto queda a la derecha del PSOE, ahora finge que le resulta abominable e incompatible con su persona. Y de pronto le ha empezado a quitar el sueño aquello de lo que se aprovechó para pasar noche tras noche en Moncloa.
La crisis catalana es el ejemplo, seguramente, más claro y más revelador de los planes de Sánchez. El PSOE llegó a Moncloa con los apoyos de los partidos que solo hacía unos meses habían protagonizado un golpe de Estado cuyas consecuencias están muy lejos aún hoy de desaparecer. Lo primero que hizo, un pecado original en riesgo de caer en olvido gracias al satelitado mediático y las hemerotecas selectivas, fue legitimar a los separatistas como interlocutores válidos a la par que desterraba de la democracia a la oposición en el Parlamento. El Gobierno colmó de concesiones a Torra, Rufián y compañía y daba ruedas de prensa semanales desde Moncloa asegurándonos a los catalanes constitucionalistas que aquí no pasaba nada y que el PSOE nos había devuelto el diálogo y con él la normalidad, la convivencia, y, por qué no, el Carnaval y también Eurovisión.
Después de los paseos en Moncloa con Torra, de permitir que en Cataluña se multe a ciudadanos que quitan lazos amarillos, de cuestionar día tras día en las portadas de los periódicos la actuación de los tribunales españoles en relación con el ‘procés’ -Batet, Borrell, Calvo… todos han cargado al unísono contra la prisión provisional- y un largo etcétera, resulta que ahora Sánchez blande «lo de Cataluña» como excusa para no pactar con Podemos. Es decir: el PSOE no ha movido un dedo para proteger los derechos constitucionales de los catalanes, que le traen al pairo, pero, si se trata de deshacerse de compañías para quedarse Moncloa para él solo, Cataluña se convierte en el principal desafío de nuestra democracia.
Que Sánchez haya puesto más esfuerzo en defender la Constitución para sacarse de encima a Iglesias que para velar por los catalanes sometidos a los abusos del nacionalismo es de un cinismo atronador que debería invalidar a cualquiera para volver a ser tomado en serio. Y el 10N no es ninguna broma.