Simón y lo de las enfermeras
«Que haya quien le compre la mercancía al doctorcillo Simón, a estas alturas de la película, explica el porqué de los colapsos sanitarios y de los otros»
La Historia ha dado muchas vueltas hasta llegar a Fernando Simón. Del motín de Esquilache a las bicicletas robadas en el Decathlon -o a las turbillas delante de la tienda de lencería íntima de Logroño- va pasando esa cojonada intrínseca del alborotador español, que es de higiene mejorable y que embiste conforme le van diciendo en la TV y en el tuiter. Que haya quien le compre la mercancía al doctorcillo Simón, a estas alturas de la película, explica el porqué de los colapsos sanitarios y de los otros.
La cosa es que nadie pone el grito en el cielo por la felicidad manifiesta de Simón, que se presta a todo, incluso a departir con escaladores sobre si a los toros y las UCIS al coordinador de Emergencias le gusta que las enfermeras vayan con minifalda.
A Simón lo conocemos más que al abuelo que se nos fue en primavera y entre estertores, y en vista de que la prospectiva epidemiológica es su asignatura pendiente, al médico de los muertos y los respiradores le ha dado por el ‘Show Business’. En la entrevista digital con dos escaladores cachondones, Simón se nos define como «enamoradizo», así, después de decir con su voz de tiple que, hasta tiempo después del encuentro carnal, no puede saberse si una enfermera es infecciosa (sic) o no.
Simón, nuevo cagané de estos tiempos distópicos, es el ídolo de media España con el hígado hecho paté de aplaudir a las 20.00 y matarse a Machaquito por pasar la tarde. En cualquier país sano, habría un clamor contra Simón, pero aquí hemos entrado en la fase histórica del cucogamarrismo y nos conformamos con una dimisión que elude el Código Penal.
En el fondo, Simón es el producto del sanchismo que mejor ilustra el país que se va a la ruina, al cadalso, y que pierde el ‘oremus’ en las majaderías de la propaganda y lo viral.