Profesores de jefes
«Hay unas cualidades en un buen jefe equiparables a las de un buen maestro»
El colegio nunca ha sufrido un escrutinio igual. De nuevo, en Reino Unido estamos confinados y las aulas entran en nuestros salones. Los políticos hablan de si es mejor o peor para los alumnos estar o no estar en los colegios, hablan del sentido de la educación, de que es una prioridad esencial, provocando en mí todo tipo de análisis metafísicos. Estoy de acuerdo en que es una prioridad esencial. La educación, la enriquecedora y estremecedora educación, la maravilla del aula apasionante es irreemplazable por una cámara y un micrófono. Cuando es una maravilla, claro. Desde casa ahora escuchamos el paternalismo, la irritación, la calidad humana, la paciencia, la concentración, la disciplina, la competencia o incompetencia de los profesionales de la enseñanza. Me admiro de los profesores buenos y organizados, que saben llevar la clase con total naturalidad, como si fueran virtuosos de un instrumento invisible. Hay algo fascinador en ver trabajar a alguien competente. Es como ver bailar a un profesional, como escuchar un aria de la vida corriente, como leer un buen libro. Escuchamos y escuchamos, compartiendo espacio de trabajo con los hijos y de repente algo nos saca de la paz con conocimientos de fondo, una voz chirriante, un “aquí mando yo y tú te callas” que nos lleva a lo peor de la educación, la que daña, la que acosa, la que machaca la confianza.
Sufrimos la falta de empatía de algunos profesores, su bullying hacia los alumnos y nos decimos: caray, son como algunos jefes. Esos jefes insoportables que solo viven gracias a que pueden dar órdenes y fastidiar a sus subordinados y comprendemos las causas del sufrimiento escolar y los motivos por los que algunos de nuestros más brillantes alumnos se ven obligados a enmudecer y no aportar absolutamente nada divergente o interesante a las clases o por qué algunos de nuestros alumnos más lentos también enmudecen ante el pánico a ser carne de escarnio público. Hay gente que no ha nacido para enseñar. Mucha. Es la gente que no ha nacido para mandar. Hay unas cualidades en un buen jefe equiparables a las de un buen maestro. El deseo de ir más allá, de rodearse de gente más válida que ellos para que aconsejen, estructuren, apoyen, desarrollen cada uno en su campo. En un profesor esto se traduce en desear alumnos que superen al maestro. Hay jefes que al llegar a jefes solo quieren ser jefes y es imposible entender cómo han podido llegar a donde están. Estos jefes que además son profesores, a veces enseñan, no se les puede acusar de incompetencia, pero lo hacen desde una inflexibilidad estéril, la de transmitir unos conocimientos a toda costa, cumplir unos objetivos «objetivos», valga la redundancia, y no recibir absolutamente nada de sus alumnos, ni considerar que además de ser personas con sentimientos, son también personas con conocimientos e ideas que pueden enriquecer y ayudar a trascender esos conocimientos simples y correctos hasta ese lugar mítico que llamamos «conocimiento».
Escribo este artículo en mitad de la clase de español de mi hijo de 13 años. La profesora es inglesa y comete algunos errores, nada grave. El niño es bilingüe pero tiene prohibido corregirle los errores. El diseño de la clase parece sacado del siglo XIX. La profesora tiene una voz insufrible, mandona, desagradable. Empieza diciéndoles a los nueve alumnos (solo son nueve) que nadie puede interrumpir bajo ningún concepto hasta el descanso. La clase está organizada de forma que tienen que coger el numero de la frase que indican los dados. Hay once frases, del dos al 12. Si sale el seis, hay que traducir la frase seis, si sale el 12, la frase 12. Para hacer las combinaciones, la profesora hace rodar dos dados de seis caras. En un momento dado, cuando ha salido el ocho cinco veces, el cuatro otras cinco y no ha salido nunca el 12 o el dos la profesora dice:
—Qué raro que nunca haya salido el 12 ni el dos. Hay números que han salido muchas veces, me pregunto por qué será.
El alumno de altas capacidades levanta la mano:
—Yo puedo explicar por qué no ha salido el seis con frecuencia, ni el dos.
—¿Ah, sí? —replica la maestra sin el más mínimo atisbo de interés.
—Cuando lanzamos dos dados de seis caras, es mucho más probable que saquemos los números intermedios entre el doce y el dos porque hay más combinaciones probables. Por ejemplo 4+4 es 8, 5+3 también es 8 y 3+5 también es 8 así que hay más combinaciones para 8 de las que puede haber para 12, por ejemplo, que solo es 6+6 y por eso sale menos el 12 que el 8. Para poder remediar esto, se podría usar un dado de 12 caras.
—Pero eso es imposible —dice la profesora con displicencia y paternalismo—. No existen los dados de doce caras.
—Bueno, pero existen los…
La profesora se irrita aún más y dice:
—Vale, cállate ya. Hemos perdido mucho con esto. Por favor no interrumpáis más con estas cosas.
El niño de altas capacidades debe aceptar la ignorancia de su maestra, por supuesto, no va a decirle que existen los dodecaedros numerados y que se usan en muchos juegos. Es demasiado orgullosa para seguir mínimamente interesada en la conversación.
Las altas capacidades, la dislexia, la hiperactividad, la visoespacialidad, la inteligencia, la lentitud, la normalidad… Nada tiene cabida en determinadas aulas, de determinados jefes. Tampoco tiene cabina la humanidad, la empatía o la humildad. Un buen jefe y un buen profesor son muy parecidos. Ambos desean aprender cada día y compartir esa magia que les infunden los demás. Me niego darle la categoría de profesor a quien en realidad solo quiere ser jefe y de los malos. Le digo al hijo, con pena y desaliento:
—Qué pena. Supongo que este tipo de persona te servirá para el futuro.
El hijo me mira sorprendido:
—¿Para el futuro?
—Para que cuando tengas un jefe como ella aprendas a darle la razón en todo.
—Ah, pero no, al contrario. Este tipo de profesores solo me sirve para enseñarme que cuando sea adulto voy a organizar mi vida de tal forma que no tenga que soportar jamás a un jefe.