Las colas de Gucci
«Aún quedan nueve países por presentar sus planes para desbloquear la llegada del dinero. ¿A qué esperan?»
Anne Wintour es la nueva apóstol de los tiempos de desenfreno consumista que se avecinan. Entre otras cosas, porque de ello depende el futuro de su empresa editora, Condé Nast, en crisis debido al estrepitoso recorte en publicidad que la pandemia ha tenido en el consumo del lujo, ya sea moda o viajes, sus dos principales fuentes de ingresos. La influyente editora de Vogue en Estados Unidos y ahora directora de todas las publicaciones como resultado de la restructuración del poderoso grupo, que edita también The New Yorker y sigue en manos de una sola familia, vaticina que están a punto de reeditarse los locos años veinte del siglo pasado. Con la esperanza, cabe suponer, de que la influencia y los ingresos del grupo editorial se disparen en los próximos años. En su opinión, las nuevas colas en las tiendas de Gucci o Dior en un Londres casi inmunizado (60%) anticipan la llegada de esa época dorada. Sólo cabe esperar que tanta complacencia y consumo sin límite no acabe igual que entonces: con la explosión de una burbuja financiera a la que siguió la Gran Depresión y una crisis social de aúpa.
Sin ponerse tan agoreros, hay quienes sí advierten algunos peligros en el medio plazo que pueden complicar la salida de la crisis. Uno de ellos ha sido Larry Summers. El anterior secretario del Tesoro con el demócrata Bill Clinton echa esta vez piedras contra el tejado de sus correligionarios. Considera irresponsable y excesiva la política de gasto de la Administración Biden. Su temor es que este generoso estímulo fiscal, valorado en tres billones de dólares, que se suma a las compras masivas de activos financieros por parte de la Reserva Federal para dinamizar el crédito, dispare la inflación y provoque indeseadas subidas de los tipos de interés. Unas tensiones que no sólo afectarían a EEUU, si no que desestabilizarían los mercados financieros del mundo entero, sobre todo los emergentes que dependen del dólar, obstaculizando así la deseada recuperación global.
Cierto es que la reactivación de la industria del lujo en la que confía Wintour, que es esencialmente europea, puede ayudar a la salida de la crisis. Da empleo directo a cinco millones de personas y genera unos ingresos que alcanzan el 17% del PIB de la eurozona. Un sector nada despreciable que hay que fomentar. Pero por muy apetecible que sea la idea de volver a los desenfrenados años veinte del siglo pasado, tan románticamente retratados en la literatura y el cine en años posteriores, esta propuesta reduce la recuperación a un pequeño porcentaje de la población mundial: las economías avanzadas y ni siquiera. El aumento de la pobreza es un hecho en estos países. Se ve en las calles. ¿Resuelven unas colas las otras? La vacunación y el acierto en la asignación de los recursos de los planes de estímulo decidirán si la salida es solidaria o abunda en la brecha de la desigualdad.
Lo cierto es que las economías más ricas cuentan con instrumentos que las emergentes o en desarrollo no tienen: políticas fiscales expansivas que les permiten aumentar el déficit y financiarlo en los mercados internacionales porque cuentan con el apoyo de unos bancos centrales con balances fuertes y que son emisores de las principales monedas de referencia y en circulación del mundo. Una gran ventaja. Salvo China, el resto, casi tres cuartas partes del mundo, está fuera de ese circuito. Si a eso se suma el acceso a las vacunas en esa parte privilegiada del mundo, con un ritmo acelerado o exasperadamente lento, la diferencia es abismal. Y en una economía globalizada, el esfuerzo de ceñir la vacunación al territorio nacional puede rendir votos a sus respectivos gobiernos pero este resulta baldío. No sólo porque el virus viaja, si no porque allí donde campa a sus anchas, muta. Véanse las cepas del Reino Unido, Suráfrica, Brasil. Y ahora, ¿India? ¿Puede alguna acabar siendo resistente a las vacunas hoy en circulación? Según los expertos, no es descartable.
Y cuando aún no ha llegado un euro de los 750.000 millones de ayudas para la reconstrucción y ya se alzan voces en los países donantes, como Alemania, que piden recortes fiscales y una vuelta más pronto que tarde a la austeridad en el gasto.
En el extremo opuesto una vez más a lo que ocurre en EEUU. Ya sabemos el daño que la austeridad causó en la salida de la anterior crisis de 2008, que prolongó la agonía cinco años en Europa frente a la más rápida recuperación estadounidense. Algo parecido ocurrirá esta vez. Según las previsiones del FMI, EEUU se habrá recuperado a finales de 2021 mientras que la eurozona tardará al menos dos años.
Es comprensible que los países que son contribuyentes netos al plan de reconstrucción europeo, como es el caso de Alemania, muy castigada a su vez por la tercera ola de la pandemia, quiera tranquilizar a sus contribuyentes. Pero sería un error precipitarse a la hora de exigir recortes. Es de esperar que lo que ha sido un gesto solidario sin precedentes en la historia de la UE, que incluye la emisión conjunta de deuda, no se convierta en un arma arrojadiza que arruine este momento dulce de la unión en tiempos de adversidad, que tanto ha contribuido a que los ciudadanos europeos recuperen la fe en el proyecto común. La UE tiene que volver a crecer con vigor antes de tomar medidas de consolidación fiscal.
Tranquiliza la noticia de que el Tribunal Constitucional alemán ha dado su visto bueno esta semana al plan y a sobre todo el espinoso asunto de la emisión de deuda común. Una vez salvado este escollo aún quedan nueve países por presentar sus planes para desbloquear la llegada del dinero. ¿A qué esperan? Pero la antigua brecha entre el Norte contribuyente y el Sur deudor se ha abierto también en el BCE de Christine Lagarde. Entre los halcones, calladitos durante el último año de pandemia, que ahora se pronuncian en contra de las políticas laxas alejadas de la ortodoxia fundacional, y quienes como la presidenta quieren a toda costa mantener las compras de activos para dar liquidez al sistema y asegurar la recuperación.
Frente al efecto dinamizador que el consumo desenfrenado de unos pocos puede producir en la economía, Europa puede y debe ir más allá. No sólo sacando adelante sus planes de estímulo fiscal y manteniendo su política monetaria laxa, sino atendiendo a las necesidades de vacunación del resto del mundo. Si inicialmente pecó de ingenuidad en su suministro de dosis siendo fiel a las reglas del juego y fue traicionada por el nacionalismo inmunológico del Reino Unido y EEUU, ahora tiene la oportunidad de demostrar que sólo proveyendo vacunas a terceros países se puede superar esta crisis que amenaza con prolongarse sin solución de continuidad a menos que de verdad estemos dispuestos a dar una solución global desde una posición privilegiada. Con solidaridad. Está en el ADN de la unión. Al menos en esta cuestión no iremos a la zaga de las otras grandes potencias.