El escándalo
«El escándalo es como un ‘eructo liberador’ que permite indignarse, horrorizarse, y seguir más o menos igual»
Leo Muerte accidental de un anarquista –que recupera ahora Pepitas de calabaza– de Dario Fo (1926 – 2016), una farsa sobre el probable asesinato, nunca aclarado, de Giuseppe Pinelli, un trabajador de ferrocarriles de ideas anarquistas a quien se quiso responsabilizar del atentado de la Piazza Fontana de Milán en el que hubo 17 muertos y 88 heridos. Pinelli encajaba (ferroviario y anarquista) y servía para tapar la verdad: que los responsables del atentado eran grupos paramilitares fascistas. Dario Fo estaba denunciando el terrorismo de Estado. Era 1970 y empezaban los años del plomo.
En la pieza, cuyo peso lleva el personaje del Loco, clarividente, histriónico, divertido, juguetón, enredador y el único que se atreve a enunciar lo que ha sucedido, dice: «¡El escándalo es el abono de la socialdemocracia! Aún diría más: ¡el escándalo es el mejor antídoto contra el peor veneno, que es la toma de conciencia del pueblo!». Su tesis, que es la de Fo, es que el escándalo es como un «eructo liberador» que permite indignarse, horrorizarse, y seguir más o menos igual. Escribió en el prólogo Fo: «Lo importante para nosotros es tener fuerzas para volver a empezar, con la misma rabia y la misma determinación, y así mostrar de nuevo al público el revés desnudo y horrendo de la hipocresía».
El 15M, del que acaban de cumplirse 10 años, fue el movimiento de los indignados. ¿Qué fue de ellos? A veces pienso que su legado es, en parte, Twitter: allí vamos a cabrearnos, a soltar el eructo liberador. Hay pocas cosas más paralizantes que la indignación. Dario Fo, que acabó apoyando a Beppe Grillo y el Movimiento 5 Stelle: el desencanto no lleva a mejores lugares, tenía razón en que el escándalo es un antídoto contra la toma de conciencia, cuyo funcionamiento es similar al de las vacunas. Por otro lado, los escándalos se superponen con tal rapidez que cuesta seguirlos, quizá por eso vivimos en un estado de constante indignación. La mera enunciación del escándalo se presenta como solución.
Ahora tenemos la indignación constante por lo que dice el contrario, porque solo concebimos dos bandos, que ni siquiera son ideológicos, sino posicionales. En la prensa nos lamentamos del exceso de polarización como si no fuera con nosotros, como si no se recurriera a ella para subir la audiencia. Es la futbolización de la política (y de la vida): no hay matices, o estás conmigo o contra mí.