El papa Francisco y España
«Los papas (y Juan Pablo II fue un ejemplo) deben dar testimonio de enorme respeto por esa ‘católica España’ tan mencionada y a menudo con desdén anglosajón»
Parece que algunos se dan cuenta últimamente de que el papa Francisco (argentino de origen italiano, recordemos) no es especialmente afecto a España. No desea venir a nuestro país y cuando opina sobre nuestra historia o circunstancias -recientemente sobre la Transición, por ejemplo- atina muy poco. El obispo Bergoglio tiene derecho a ser poco simpatizante de España -aunque ignore esas causas- pero el papa Francisco, cabeza de la Iglesia Católica, comete una falta grave. Vaya por adelantado que yo no soy católico y que por tanto juzgo a Francisco -en otra onda- como podría y puedo juzgar a un alto mandatario. Creo que España debe ser un Estado laico (mejor que «aconfesional» como ahora) respetando la más absoluta y plural libertad religiosa. Pero quizás el Concordato con la Santa Sede debe ser revisado desde esa laicidad. Creo que es un error de nuestra Derecha -de una parte de ella, al menos- creer, como en el Siglo de Oro, que la moral católica deba ser nuestro credo político o institucional. La estricta moral católica es para los creyentes y practicantes de esa fe, menos que hace años…
Con todo esto no quiero decir, claro, que si el papa Francisco fuera más amante de España mi opinión cambiara. Obvio no. Sólo recuerdo que, durante siglos, fogosas y alzadas centurias, España ha sido el baluarte de la Iglesia de Roma. Nuestro país se ha desangrado, en hombres y en dinero, defendiendo la fe católica. Y ese catolicismo a «machamartillo» que dijo el gran Menéndez Pelayo, nos ha sido (y de alguna manera aún nos es) caro. Es parte -parte sólo- de las tristes «dos Españas», y está en el origen profundo de la «leyenda negra» antiespañola, que abanderó durante siglos Inglaterra y que hasta EEUU (ahora con disimulo mayor) utiliza contra todo lo hispánico. Si al rey de España se le conoce como «el Rey Católico», y si nuestra reina es la única que, al ir a ver al papa, puede acudir -y lo hace- vestida de blanco, ello son signos, aunque obviamente pequeños, casi brindis al sol, del débito o cercanía que la Iglesia Católica tiene con España. La Iglesia Católica Romana nos debe mucho. Y eso no es preterible ni olvidable desde una opinión o sentimiento personales. Bergoglio puede no tener simpatía por España, Francisco comete un dislate al olvidar la historia. (Un amigo mío, no se tome a mal, llama a Francisco el «papa bla bla blá», pues comenta que dice mucho y apenas hace nada.)
Yo nunca sentí simpatía por un papa muy reaccionario (pero mucho mejor que Francisco) como fue Juan Pablo II, que -aparte de mis simpatías o no- fue un papa muy prohispánico, aunque polaco, y muy consciente -y obró en consecuencia- del inmenso débito que la Iglesia de Roma tiene con la nación española toda, no porque fuera «luz de Trento», como se dijo, sino porque es el único país del mundo que casi ha dado -dio-su vida por esa Iglesia. Con ello no quiero decir que ojalá se repitiera eso, que tanto nos dañó. Como he dicho, deseo una España laica con señalado y buen respeto por todas las religiones, y es posible que la católica siga siendo la principal entre nosotros, pese a que evidentemente el número de fieles ha bajado. No deseo que se repita jamás el papel de una España autoinmolada a la Iglesia de Roma, de manera ninguna. Pero los papas (y Juan Pablo II fue un ejemplo) sí deben dar testimonio de enorme respeto por esa «católica España» tan mencionada y a menudo con desdén anglosajón. De forma que si las opiniones papales de Francisco, siento que no me atañen en persona, sí me da pena y vergüenza que «el papa argentino» no rinda el tributo debido a la nación a la que el Papado más debe.
(Por cierto, Iglesias -fuera de la política, dicen- acumula colaboraciones y tertulias, dinero. Y eso que ese panorama de colaborar es arduo hoy para muchos y harto más notables periodistas. Pena, de nuevo.)