El reparto de las instituciones
«Partido Popular y PSOE han vuelto a sus asuntos: al reparto partidista de las instituciones»
Lo que llamamos democracia, en España, es un sistema político en el que el pueblo tiene muy poco que decir. Tenemos un sistema prácticamente unicameral. El Congreso de los Diputados es el principal tablero del juego político. Y nuestra participación en el reparto de escaños es muy pequeña: solo elegimos el nombre por el que se cortarán las listas que elaboran los líderes de los partidos.
Aquí nadie sabe quién es su diputado. Y no hay razón para que lo conozca; no es suyo, sino de quien le puso en la lista. Por eso los diputados de cada grupo parlamentario votan como un solo hombre: el hombre a quien deben su suerte y su sueldo. El sentido de su voto lo decide una camarilla de personas. Su mano ejecuta una decisión ajena. Insisto en que aquí el electorado es un mero espectador. Participa en las decisiones del juego como cualquier aficionado al fútbol. Y como si contemplase un partido de la liga, lanza juicios e improperios sobre las decisiones ajenas. Participa, en la política como en el juego de pelota, del espejismo del espectador que se cree protagonista.
De modo que el sistema que tenemos no es, propiamente dicho, una democracia. Es un sistema de alternativa de partidos. Cada algo menos de cuatro años elegimos a una camarilla que controla el Congreso y, desde el mismo, el conjunto de las instituciones. De RTVE al Consejo General del Poder Judicial. Del Tribunal de Cuentas al Tribunal Supremo. Del Defensor del Pueblo a la Agencia de Protección de Datos.
El Congreso debería ser la institución de control político de las instituciones. Pero como cada líder posee un número de escaños sin voluntad en el Congreso, esa función se queda sin hacer. Las comisiones de investigación son un reality show; una mezcla entre Gran hermano y La última tentación.
El Partido Popular se niega a contribuir en la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Casado adquiere, aquí, el semblante del caballero de la triste figura. Mantiene su posición de defensa de la Justicia frente a fuerzas mucho más poderosas que las propias. Pero también es quijotesco su juicio sobre la realidad: negarse a participar en el sucio juego del reparto de peones no es el modo de limpiar las reglas. Esa negativa quijotesca a aceptar la realidad del sistema actual tenía una brizna épica, un halo absurdo y grandioso.
Hoy podemos volver todos a nuestros asuntos, que los políticos, Partido Popular y PSOE, han vuelto a los suyos: al reparto partidista de las instituciones. A la lucha por controlar al Estado que nos controla a nosotros, pero a ellos no. Nosotros, los espectadores, no podemos ni cambiar de canal.