THE OBJECTIVE
José García Domínguez

¿De verdad resolvió algo la reforma laboral?

«La legislación laboral vigente en cada instante, al cabo, viene a ser lo de menos. Así de simple»

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¿De verdad resolvió algo la reforma laboral?

Joaquín Corchero | Europa Press

Dicen los científicos, los científicos de verdad, esos que practican las ciencias duras, que conocer es cuantificar. Bien, pues si conocer es cuantificar, no queda más remedio que admitir la absoluta, definitiva, total irrelevancia práctica de las siete reformas laborales, ¡siete!, que los distintos gobiernos de PSOE y PP han ido llevado a las páginas del BOE desde la década de los ochenta hasta hace apenas un cuarto de hora, empezando por la germinal, aquella tan célebre de Felipe González en 1984, y terminando – de momento- por la de Mariano Rajoy en 2012. Repárese, si no, en la muy demoledora evidencia probatoria que ofrecen los números que las escoltaron. Veamos, la primera de la lista, que daría lugar a una huelga general y al sonado divorcio ulterior entre la UGT de Nicolás Redondo y un PSOE en el que todavía muchos conocían por Isidoro al secretario general, se llevó a cabo en una España que alojaba a 2,7 millones de parados, el 21% de la población activa de cuando entonces. Unos parados a quienes se dijo que la introducción de la novísima figura legal de los contratos temporales los redimiría de su negra suerte. La segunda reforma laboral data de 1994, cuando ya había en el país un millón más de cesantes involuntarios, 3,7 millones, una tasa del 24%. 

Y no se tardó demasiado en promover una tercera, la de 1997, pues ya se sabe que a la tercera va la vencida. Por lo demás, cuando se votó el articulado en las Cortes de esa tercera ‘solo’ figuraban registrados en el INEM como demandantes de empleo 3,4 millones de españoles. La cuarta tampoco se haría de rogar. Llegó en 2001, ya con la burbuja del ladrillo abotargánsose con necia alegría en todos los solares recalificados el país, pese a lo cual los registros ofrecían un inventario de demandantes de empleo que se cuantificaba en 1,9 millones de almas. La quinta, aprobada en las vísperas casi inminentes del aparatoso derrumbe súbito del sistema financiero mundial todo, allá a mediados de 2006, coincidió con el mejor momento – aparente – de la economía española en lo que llevamos del siglo XXI. Creíamos justo entonces haber coronado la cumbre misma de la gloria macroeconómica, pese a lo cual el número de trabajadores sin trabajo no bajaría en ningún instante de 1.760.000, una óptima enormidad si se compara con lo que estaba por llegar. La sexta, la de 2010, se alumbró en pleno desastre, al punto de que el 31 de diciembre se cerraría el ejercicio con una cifra de festival de cine de terror: 4.696.000. La séptima, en fin, vio la luz en el clímax mismo del apocalipsis. 5.965.400 de desocupados había en España cuando Rajoy subió a la Tribuna del Congreso para defender su, según él, perentoria procedencia ante el pleno de la Cámara. 

Y la pregunta es: ¿sirvió para algo? A los estudiantes de Estadística siempre se les explica el primer día de clase que la correlación no hay que tomarla nunca por un sinónimo de causalidad. En las sociedades agrícolas acostumbraba a ocurrir – también se les informa- que, por norma tras la visita inopinada de un exceso de cigüeñas, naciesen muchos niños a los nueve meses. Pero la causa eran las buenas cosechas, que atraían a más aves de lo habitual, amén de animar a los campesinos a reproducirse también con más entusiasmo del habitual. De idéntico modo, luego de la reforma laboral de 2012, tal como no se cansan de repetir ahora sus apologistas, se creó mucho empleo, sí, pero de ello no procede inferir nada, absolutamente nada a cuenta de sus hipotéticas bondades terapéuticas. Las cigüeñas, ya se sabe. Porque el PIB de aquella España hundida y desolada de 2013, también es cierto, se había estirado un muy notable 8% hacia 2017, tras la aplicación de esa terapia de choque. Pero es que España pasó en 1985 y 1993 por otras dos recesiones agudas, recesiones tras las cuales nuestra economía creció, respectivamente, un 15% y un 9%  en los tres años posteriores al instante más bajo del ciclo. Y un 15 y un 9 son, de momento, más que un 8.

Es decir, coincidiendo con la reforma de 2012, España creció mucho después de una crisis en extremo intensa. Y tiempo atrás, obviamente sin regir aún la reforma de 2012, resulta que igual había crecido tras otro par de frenazos agudos, incluso más que en la última ocasión. En otro orden de perplejidades contraintuitivas, es sabido que España consiguió sacar la cabeza del hoyo gracias a las exportaciones, que por el mismo 2017 habían logrado incrementar de modo notable su peso relativo dentro del PIB, al contrario que el turismo y la hostelería, que presentaban porcentajes casi estancados. Pero resulta – oh, sorpresa- que los sueldos de la industria exportadora, al contrario de lo sucedido en turismo y hostelería, no se redujeron en esa etapa, sino que crecieron de forma moderada. ¡Resulta que nos sacó de la crisis justo un sector en el que no bajaron sueldos a la gente! Ocurre que, en los cambios de ciclo, la economía española siempre se derrumba al aparatoso modo, destruyendo mucho empleo por el camino, pero también ocurre que siempre se recupera creando mucho empleo inmediato. Y la legislación laboral vigente en cada instante, al cabo, viene a ser lo de menos. Así de simple. El resto es muy poco más que literatura. Y de la mala.

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