Metaverso, democracia e identidad
«Desde un punto de vista político, se está recurriendo a la emocionalidad como eje de distorsión comunicativa»
A lo largo de la historia ha habido descubrimientos científicos e innovaciones tecnológicas que han cambiado nuestra forma de entender y comprender el mundo. Recordad cómo impactó en la política y la sociedad la invención de la imprenta con su profunda repercusión en la cosmovisión del individuo, la relación entre las personas y la capacidad de divulgación de ideas más allá de un reducido círculo de intelectuales. Son hitos que hacen bascular las dinámicas sociales y cuestionan (no siempre racionalmente) los paradigmas sociológicos y políticos imperantes.
En nuestra siempre angustiada contemporaneidad asistimos al avance en las tecnologías de la información y la comunicación, y ya muchos estudiosos han relacionado la aparición de las redes sociales y la llamada «democracia iliberal». Parece que el exceso de información y la facilidad en la comunicación social han dado como resultado precisamente lo contrario a lo esperado: la tribalización social, la aparición de microespacios autorreferenciales y la tendencia a la polarización y a la autoafirmación.
Este tipo de externalidades negativas radican en la necesidad de encontrar referentes que reafirmen nuestra visión de la realidad. Los foros en las redes sociales son el lugar ideal para lograr esa «comodidad existencial» frente a una sociedad que, como mínimo, parece líquida y en la que «todo lo sólido se desvanece en el aire». Estos asideros se convierten y se nutren del sesgo de confirmación, pareciéndose cada vez más a una sociedad tribal de pensamiento paradigmático tendente a la radicalización.
Esta radicalización se basa en la mera adhesión al grupo y al paradigma, convirtiéndose en un fenómeno casi sagrado en el que la visión intersubjetiva prevalece frente a cualquier individualismo. Naturalmente, si a este tipo de tendencia le sumamos algún tipo de plan de ingeniería social (como el caso del separatismo catalán) en el que se creen «cajas de resonancia» que profundicen y amplifican el paradigma, obtenemos el caldo de cultivo propicio y propiciatorio de multitud de populismos de distinto espectro (tendencias sociales, políticas, territoriales…).
Como vemos, este escenario sociológico permite la manipulación y encapsulamiento social mediante la segmentación y adecuación de los mensajes oportunos en los foros adecuados. Desde un punto de vista político, se está recurriendo a la emocionalidad como eje de distorsión comunicativa que aprovechan y ahondan las comunidades autorreferenciales que antes mencionaba para lograr los objetivos políticos deseados. La clave está en cómo ese impacto emocional desde redes sociales logra, entre otras cosas, desdibujar la esencia racional de la democracia, cuestiona el instrumento mediador entre poder y sociedad (partidos) y fomenta la aparición de narrativas populistas.
Pues bien, Mark Zuckererg nos propone ir un paso más allá, su visión es lograr una «realidad virtual inmersiva», un espacio que sea «persistente y sincrónico» en el que todos los que estén interactuando puedan percibir cómo nos sentimos… Más allá de las consideraciones de privacidad, explotación económica y la creación de un ecosistema cerrado, la alerta debería estar en las consecuencias políticas (y de control político) de un espacio como el propuesto.
En un «metaverso» como el planteado por Zuckerberg (y otros), donde la sentimentalidad y la emocionalidad serán visibles para todos, donde la fuerza del grupo aumentará a medida que aumenta lo inmersivo y lo socialmente compartido, se multiplicará la posibilidad de manipulación política al servicio de intereses espurios. Además, la profundización en la sensación de la «aterritorialidad» desdibujará aún más los límites del estado-nación, comenzando un proceso de territorialización virtual, con marcados sesgos ideológicos e identitarios que, inevitablemente, condicionarán la vida real y pervertirán los sistemas democráticos.
Hemos de estar alerta, la dimensión del cambio, que como decíamos ahonda la senda de la tecnología actual, puede ser muy profunda, casi ontológica y debería estar en la agenda política de todas las naciones democráticas para coordinar una respuesta común a lo común que nos une: la democracia tal y cómo la conocemos. Hablo de coordinación entre democracias porque ¿se imaginan el poder de coerción y vigilancia que puede llegar a tener un Estado totalitario con este tipo de espacios virtuales en los que no solo sabes lo que dicen las personas sino que además puedes saber lo que sienten?
Finalmente, imaginemos un espacio virtual en el que se comercialicen los espacios virtuales más atrayentes, se contrate a personas para la explotación de espacios o negocios, donde la vida real esté condicionada por tu actuación en la vida virtual; la pregunta es: ¿quién regulará ese «espacio público virtual»? ¿Serán los mismos que explotan ese territorio y pueden otorgar o quitar privilegios virtuales? ¿En ese espacio de relaciones sociales y económicas virtuales aterritoriales, qué tienen que decir los poderes públicos? ¿Estaremos ante lo que podría ser un fenómeno de «neofeudalización» (por ahora solo virtual)?