THE OBJECTIVE
Luis Antonio de Villena

Murió la Navidad

«Llegó la Navidad protestante, anglosajona y nórdica. La traían Papá Noel, su trineo de renos, la nevada continua y los abetos decorados. Creo que el catolicismo nunca se ha dado cabal cuenta de su derrota. La Navidad católica, fuera de los usos privados, es un recuerdo lejano y cálido»

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Murió la Navidad

Varias personas visitan un puesto de venta de artículos de Navidad. | Javier Lizón (EFE)

Hace bastantes años -cerca de treinta- tras una cena de Nochebuena, aún familiar, fui a una discoteca habitual, pero llegué temprano, pues sólo cerca de las 2 de la madrugada comenzaba a animarse. Pero conocía al disc jockey que ya estaba allí, calentando motores… Charlamos un ratito y el tema era la Navidad misma: nos aburría, no nos gustaba a ninguno, era agotadora. Pero recordamos cuánto nos gustó de niños, una fiesta, obviamente, distinta. Y entonces aquel chico, algo más joven que yo, me dijo y nunca se me ha olvidado:

-Era otra cosa, supongo. Pero, tío, ahora ya no hay Navidad. Sólo hay Corte Inglés.

Quizás era 1991. Ya tenía razón, y ¿qué diríamos ahora? La Navidad que yo conocí, hasta los veinte años, más o menos, empezaba el 22 de diciembre -con los sones y voces de la lotería– y se cerraba el 7 de enero, tras los Reyes Magos. Era muy familiar, en Nochebuena nada se abría tras la cena. Había belenes y aún no muchos abetos, se cantaban villancicos y se pedía el aguinaldo a los vecinos y conocidos. Los regalos no los traía Papá Noel -que apenas asomaba- sino Melchor, Gaspar y Baltasar, el negrito. A mí aquella Navidad nada anglosajona aún, se me cayó con la edad y porque dejé de ser creyente, pero tenía sentido, formaba parte de una íntima corriente de cultura, y no la puedo recordar sino como algo intenso y propio: «Dame el aguinaldo,/alma generosa, / que no tienes cara/ tú de ser roñosa…»

Después, lentamente al principio, llegó la Navidad protestante, anglosajona y nórdica. La traían Papá Noel, su trineo de renos, la nevada continua y los abetos decorados. En la Europa del sur no hay renos ni abetos y no nieva tanto. Creo que el catolicismo -mal anda- nunca se ha dado cabal cuenta de su nueva derrota. La Navidad católica, fuera de los usos privados o de la muy minoritaria Misa del Gallo se perdió, creo. Es un recuerdo lejano y cálido, aunque no se crea en ella. Parece lógico que triunfara la Navidad de la diversión y de la francachela (es estupendo) pero ¿tanto? Las fechas cambiaron, y en España la Navidad se agigantó en días y a la postre en tedio. Los yanquis celebran «el espíritu de la Navidad», así el calor de abetos, lucecitas de colores y «Merry Christmas» empieza ya el 2 de diciembre y termina el 25, con la Navidad misma. Luego queda el gran paganismo de los excesos de fin de año, pero eso ya no es Navidad en términos estrictos. Claro que entre lo gringo y lo propio, nosotros nos fuimos a un mes largo -e insoportable- de celebraciones y agasajos, de cara contenta y corazón triste: desde el 2 de diciembre al 8 de enero, incluidos. Una de las Navidades más largas e híbridas del mundo. Casi todos terminan abominándolas, menos los niños, pero realmente niños.  ¿Y ahí seguimos? No, y no es sólo cosa nuestra.

A principios de noviembre las calles de las ciudades tienen ya colgados los adornos navideños, aunque no se iluminen. Parece que a los ayuntamientos les agobia guardar toda esa azucarada y cada vez más vulgar morrallita de colorinches. Alguna vez son bonitos, pero pocas, y muchas veces de una sobreabundancia espantosa. En Colombia (sobre el 9 de noviembre) vi centros comerciales con árboles de Navidad -de plástico- ya luciendo y muchos Noeles abrigados y en trineo. La Navidad no era Navidad y no sólo por el trópico, era un anuncio perpetuo: compra, compra. Regala, gasta. ¿Fiesta religiosa, celebratoria al menos? Allá cada quién, eso es íntimo. Lo público sólo consumismo y la llamada «Navidad», adulterada por entero, simplemente un continuado anuncio de placeres consumistas. Lo que fue la Navidad, allá y aquí, evidentemente ha muerto o ha sido asesinada. Como me dijo un amigo: si tras las vacaciones de agosto, empieza la Navidad, ¿qué Navidad es esa, a quién no satura el mero anuncio de compra y compra? Si la Navidad dura tres meses, no hay Navidad que valga. Llámese como se quiera. Estamos empezando las Navidades y todo parece ya archisabido y caro. Insisto, no soy creyente, pero aquella otra Navidad era más bonita. Una semana de fiestas es bello, dos meses, un exceso de retórica vacía. La Navidad ya no es ni el espléndido nacimiento del Sol Invicto. Sólo es regalos, comida, compras y grandes almacenes con musiquitas sabidas que nada significan. Como sea, la Navidad ha muerto. Cuando menos es muy otra cosa. Todo lo atierra el consumismo.        

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