THE OBJECTIVE
Antonio García Maldonado

La suerte está echada

«¿Realmente nos gastamos veinte, cuarenta o cien euros porque estimamos como probable que nos toque?»

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La suerte está echada

A. Pérez Meca | Europa Press

Hay una relación inversamente proporcional entre las colas a las puertas de las administraciones de lotería y la llegada de la Navidad. No hace falta vivir cerca de la mítica ‘Doña Manolita’ del centro de Madrid para darse cuenta: cualquier establecimiento de loterías, sin importar la ciudad, luce concurrido y con gente aguardando para comprar sus décimos. Cada uno tiene su número de la suerte, o se aferra a alguna cifra que recuerde fechas importantes en el calendario. He escuchado que este año es muy solicitado el número que coincide con la fecha del inicio de la erupción del volcán de La Palma. En esas colas, o en las conversaciones familiares, es habitual escuchar que este año tal o cual pariente tiene el presentimiento de que le toca. Esta vez, sí.

Hay quienes, frente a todo eso, oponen un discurso escéptico rayano en la condescendencia, bien por razones estadísticas, bien por motivos menos racionales que nacen del descreimiento que produce llevar años comprando sin ser agraciado por la suerte. Este año, según hemos visto en las noticias, ha habido incluso miembros de una asociación de matemáticos de Madrid que han acudido al centro y han instalado puestos en los que, a través de distintas demostraciones, buscaban resaltar ante los viandantes la casi nula probabilidad de que le tocara no ya el gordo, sino algún premio mínimamente significativo que compensara la inversión. En una época que añade «data» a multitud de herramientas, era inevitable que la frialdad estadística insistiera en desacreditar la compra de boletos improbables.

No es una cuestión de situarse en Corea del Centro frente a ambas posiciones. Hay una verdad indiscutible en quienes se empeñan en recordarnos la ínfima probabilidad de que acertemos en el número agraciado. Pero no es una verdad incompatible con quien se acerca a la administración, o al menos, no de la inmensa mayoría. ¿Realmente nos gastamos veinte, cuarenta o cien euros porque estimamos como probable que nos toque y se resuelvan todos nuestros aprietos y se cumplan nuestros deseos? No lo creo. La mirada, muchas veces altiva, hacia quien compra con cierta ilusión unos boletos se basa en la autopercepción de quien cree que la suya es la mirada correcta sobre números y probabilidades, esto es, que la suya es la mirada científica frente a la ensoñación supersticiosa.

Pero esa es una mirada muy reduccionista de la realidad. Quien compra no es necesariamente menos consciente de la baja probabilidad del premio, pero sí parece más abierto a que esa elusiva suerte le caiga. Entre otras cosas, porque la vida insiste en mostrar que funciona así. Bien sabemos que las enfermedades raras son improbables, y hay quienes las padecen. De modo que, lejos de estar ausente de la realidad o presa de engaños o de la ludopatía, quienes compran algunos boletos y no descartan que pueda tocarle, demuestran tener una visión ajustada al funcionamiento del mundo, que se empeña en mostrar el carácter caprichoso e imprevisible de la suerte, mala o buena. Si estamos precavidos y hacemos planes para resguardarnos ante la mala, no parece ilógico tener buena predisposición ante la buena, representada en estas fechas por un boleto de lotería.

En El gran farol (publicado recientemente por Libros del Asteroide), la periodista Maria Konnikova narra su acercamiento al póker, juego en el que cree ver una representación de la vida: una combinación de azar y habilidades para gestionar la suerte recibida. Allí explica algo que quien acude a una administración parece tener presente frente a los escépticos que los juzgan: «No solemos preguntarnos por el papel que desempeña el azar en los momentos en que nos sentimos protegidos de otros y de nosotros mismos. Cuando la suerte está de nuestro lado, lo ignoramos: es invisible. Pero cuando se vuelve contra nosotros, somos conscientes de su poder. Empezamos a preguntarnos el porqué y el cómo». Y quizá, entonces, ante la falta de respuestas, nos acercamos a comprar el boleto. Suerte.

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