THE OBJECTIVE
José García Domínguez

Por qué les obsesiona tanto la inmersión

«Se impone, y al precio que sea, seguir tratando a los niños catalanes de expresión originaria castellana como si fuesen súbditos extranjeros»

Opinión
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Por qué les obsesiona tanto la inmersión

Efe

Una mentira repetida un millón de veces por los voceros catalanistas, esa cuyo enunciado sostiene que la inmersión emula el régimen lingüístico imperante en los colegios de la provincia canadiense de Quebec, ofrece una primera pista, muy freudiana por lo demás, sobre la causa última de esa obsesión tan suya y tan paranoica con el asunto de la lengua. Y es que en Quebec, contra lo que predica la leyenda urbana fabricada en algún despacho oficial de Barcelona, los hijos de los ciudadanos canadienses de cultura anglosajona reciben toda su instrucción primaria y secundaria en centros públicos cuyo idioma vehicular resulta ser el inglés. La inmersión existe, sí, pero única y exclusivamente se ven forzados a someterse a ella, además de los niños locales de habla originariamente francesa, los vástagos de inmigrantes extranjeros que, tras lograr un permiso de trabajo en Canadá, hubieran decidido fijar su residencia laboral en Quebec. 

Solo, en consecuencia, los extranjeros vienen obligados por ley a escolarizarse en francés. La pequeña diferencia reside en que los escolares castellanohablantes de Cataluña resultan tan autóctonos y tan nativos como sus compañeros de pupitre de habla materna vernácula. No obstante, se impone, y al precio social, político y pedagógico que fuere, seguir tratando a los niños catalanes de expresión originaria castellana como si fuesen súbditos extranjeros porque, de lo contrario, el idioma español perdería su condición oficiosa de lengua impuesta, desde fuera y por la fuerza, a los catalanes. Y si esa suprema ficción filológica, que constituye la genuina piedra angular de todo el discurso ideológico del nacionalismo desde hace ya más de un siglo, llegara a desmoronarse en algún momento, el edificio entero de la cosmovisión independentista se vendría abajo con ella. Por eso, su fundamentalismo tan fanático a propósito de no flexibilizar ni un ápice la inmersión. 

Las mitologías germinales de los nacionalismos inventados en el siglo XIX , todas, se parecen entre sí como gotas de agua. Y en ese sentido, la catalana no posee nada de genuino ni tampoco de original; es como las demás. Porque todas remiten el origen de la primera toma de conciencia nacional por lo que llaman pueblo a movimientos literarios que, a través de la revitalización de la lengua local, lograron despertar la adormecida conciencia identitaria de la comunidad predestinada a verse algún día liberada del yugo exterior. La lengua nacional, en consecuencia, no sólo lo es todo para la nación emergente sino que, requisito muy importante, también tiene que ser única y exclusiva a fin de poder cumplir su misión demiúrgica. En consecuencia, el castellano solo puede merecer, ahora y siempre, la consideración de idioma ajeno y extraño a ojos de un buen nacionalista. 

Para legitimarse ante su propia clientela, pues, el independentismo romántico -no hay otro – catalán necesita combatir, y sin tregua, la muy incómoda evidencia histórica de que la lengua foránea y enemiga de la nación resulta que logró penetrar con fuerza inusitada dentro de su propio territorio, ¡ay!, sin que su incómoda presencia respondiese a la imposición forzada por un poder opresor. En el fondo, la gran batalla de los nacionalistas contemporáneos no es contra el castellano sino contra la Historia de Cataluña. Porque lo que bajo ningún concepto cabe dentro de las cabezas de los Puigdemont, los Junqueras, los Pujol o los Mas, amén de en las de algún desorientado Iglesias mesetario, es la evidencia, para ellos no sólo desconcertante sino que directamente inconcebible, de que fueron sus propios ancestros, no unos inmigrantes internos andaluces, quienes, allá a principios del XIX, abandonaron en masa el uso del catalán para abrazar la que por aquel preciso entonces, el intervalo 1808-1812, se estaba convirtiendo ya en la lengua nacional española. 

Un instante, el mismo, en el que las fuerzas que en todas partes trataban de acabar con el Antiguo Régimen, Cataluña incluída, adoptaron con entusiasmo la nueva ideología nacionalista. Pero el nacionalismo liberal del que se contagiaron los buenos burgueses catalanes del cambio de siglo no resultó ser otro que el español, de ahí su entusiasta tránsito lingüístico acelerado hacia el castellano. Resulta que el español, que ya llevaba instalado entre las élites locales desde el siglo XVI, pero solo entre las élites, vio generalizar su uso masivo entre la burguesía emergente, que lo adoptó de grado, unos 150 años antes de que los padres de Gabriel Rufián llegasen a la provincia de Barcelona procedentes de Jaén. He ahí la verdad oculta intolerable para nuestros pobres separatistas, Rufián incluído. No quieren saberlo, pero están luchando contra el idioma de sus bisabuelos.

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