¡Uy, ha dicho «coño»... en el Congreso!
«Lo escandaloso en la sesión de control no fue el «coño» de Pablo Casado, sino Sánchez hablando de no politizar las lenguas»
Ayer Pablo Casado dijo «coño» y en la bancada izquierda –también en la bancada mediática de la izquierda– muchos parecían escandalizados como ursulinas en la reserva activa, como señoritas refinadísimas. En la sesión de control había motivos con bastante más enjundia que ese para escandalizarse y ya dice mucho del debate público que fuese ese «coño» a destiempo lo que provocara una riada de tuits, de clics, de golpes de pecho proclamando que el parlamentarismo español toca fondo. Qué cosas.
Lo de Casado, eso sí, resultó bastante ridículo. Tratando de parodiar a Sánchez, se parodió a sí mismo. La grosería de Sánchez en 2015 diciendo «¿qué coño tiene que pasar en España para que Rajoy…?», llevada por Casado al Congreso transmitía algo entre cacapipiculo y un ytúmas. Un adulto debe saber qué decir, pero además dónde y cuándo. Tratándose de un comentario guionizado, lo que excluye la improvisación fallida, no puede patinarte tanto el instinto político. Pocas horas después de que Rajoy pasara por allí, Casado parecía un meritorio.
Eso sí, ese coño da para lo que da. Ni siquiera es el primer coño allí, naturalmente. Y no hay que remontarse al coño cuartelero y violento de Tejero reclamando «¡se sienten!» mientras empuñaba su Star PD; sino quizá el «coño» de Jesús Posadas ante un show abertzale, o el «coño, a ver si no puedo hablar yo aquí, a la mierda, joder» de Labordeta que generó tanta simpatía. Escandalizarse por un «coño» dicho a destiempo, en fin, es más ridículo que el coño mismo. Anasagasti recuperó en cierta ocasión la expresión popular «más vale un coño a tiempo que un avemaría mal rezado». Pues a destiempo también.
Lo escandaloso en la sesión de control no fue el coño, sino Sánchez hablando de no politizar las lenguas. Este cinismo marca de la casa, con una criatura de cinco años acosada en las aulas y sus padres señalados por la jauría indepe, no puede engañar a nadie. Y tanto menos reprocharle la politización a Casado o a Arrimadas, y no a los socios nacionalistas mimados mientras negocias con ellos para sacar tus Presupuestos.
Más escandaloso que el coño es ver a Rufián, el artista de tantas performances en el hemiciclo, convertido en paladín del bilingüismo reclamando normalidad en tono compungido. ¿El problema de la normalidad es que de ocho asignaturas, dos se impartan en castellano, siendo una lengua española? ¿No es eso una anormalidad absoluta en una comunidad donde el español es lengua materna mayoritaria? Hay evidencias de que la inmersión genera niveles muy altos de fracaso escolar en los castellanoparlantes, al servicio de la causa separatista. Ese es el modelo de éxito… la normalidad.
Más escandaloso es mentir, o manipular y retorcer la realidad para sostener que se cumplirá el compromiso del presidente de pagar la electricidad igual que en 2018. Y eso con la electricidad superando la cota de los 300 euros.
Más escandaloso que el coño es dar lecciones de moral mientras se coquetea con Bildu, fuerza que acaba de incorporar a David Pla, el último jefe de ETA, a la dirección de Sortu. Claro que Otegi, también condenado por terrorismo, ejerce con la etiqueta de ‘hombre de paz’, de modo que todavía David Pla puede ganarse esos galones.
Lo formidable es que en una sesión llena de mucha tralla, lo que trascienda es el coño. En todo caso, con cierta perspectiva, mejor un coño, aunque sea un coño torpón, un coño ridículo, un coño tontuno, faltón o áspero, que todo eso. En definitiva, como en el adagio popular, «más vale un coño rugiendo que un avemaría callando». Esto es, ante una situación inaceptable, más vale a veces mostrarse contundente que sentarse a esperar que las cosas se resuelvan por mediación de la Virgen.