Peter Bogdanovich, el último cinéfilo
«Bogdanovich dedicó su vida al cine, muchos estamos en deuda con él no solo por sus películas, también por cómo compartió su pasión»
A Peter Bogdanovich (Nueva York, 1939 – 2022) le preocupaba que su apellido fuera demasiado largo para las marquesinas en las que anunciarían sus películas. Entre los 13 y los 30 años a cada película de las que veía le dedicaba una ficha en la que anotaba no solo los datos técnicos sino también sus impresiones. Decía que llegó a tener 5316. Bogdanovich, concebido en Europa, hijo de un yugoslavo y judía, nació en Nueva York en 1939. A los quince años iba a clases de interpretación con Stella Adler, con poco más de veinte años se encargaba de la programación de las películas del New York Theater.
En Moteros tranquilos, toros salvajes. La generación que cambió Hollywood, Peter Biskind escribe: «Era una época en que la mayoría de los cineastas americanos, como Benton y Newman, besaban los pies de los directores de la nouvelle vague, pero el director Jonas Mekas había garrapateado en la pared una desafiante sentencia de Peter [Bogdanovich]: ‘Las mejores películas se hacen en Hollywood’». Es un buen resumen de lo que supuso Bogdanovich, quien, como los franceses a los que sus colegas admiraban, miraba con admiración al cine clásico: Welles, Ford, Hawks, Huston, y enseñó a mirar a otros el cine. Bogdanovich era un cinéfilo generoso: antes de hacer cine, escribía de cine en Esquire, por ejemplo, pero a lo largo de su vida, compartió su conocimiento, su pasión y las conversaciones que mantenía con sus ídolos. Fruto de eso es Dirigido por John Ford, un documental-entrevista mítico en el que hay testimonios de cineastas admiradores de Ford, otros que trabajaron con él y la primera intervención de Ford es, justo después de que el claquetista anuncie la primera toma, dice: «No habrá otra, graba».
En su carrera como director, la figura de su primera esposa, Polly Platt, es fundamental: era guionista, directora de producción, se ocupaba del vestuario y además, fue quien se fijó en Cybill Shepherd, portada de la revista Glamour, para protagonizar La última película, el primer éxito de Bogdanovich como director. Shepherd y Bogdanovich se enamoraron y Platt y Boganovich se divorciaron. La última película, adaptación de la novela de Larry McMurtry, era un homenaje al western y al cine clásico, además de una historia sobre el paso de la adolescencia a la edad adulta en Texas en los años 50. A esa le siguieron otras: ¿Qué me pasa, doctor? era un tributo a La fiera de mi niña, la maravillosa Luna de papel tiene algo de Preston Sturges. Con Ben Gazzara trabajó en Saint Jack y en Todos rieron, una comedia menos ligera de lo que parece situada en Nueva York y llena de encanto y que es especial también por razones extracinematográficas: es la última película de Audrey Hepburn, aparece el hijo de ella, también las hijas de Bogdanovich, Gazzara tenía una depresión cuando rodaron. Y la tragedia: Bogdanovich y Stratten estaban enamorados –la historia de Stratten y John Ritter en la película es un poco la suya–, y mientras se estaba montando la película, el exmarido de Stratten la asesinó. Bogdanovich montó la película, perdió todo lo que tenía recomprándola a la distribuidora y se arruinó. Mask, con Cher, está inspirada en la bellísima actriz: la extrema belleza y la extrema fealdad son casi lo mismo, diría Bogdanovich años después. Desde entonces, hizo películas de encargo, algunas maravillosas, como Qué ruina de función, un documental sobre Tom Petty, por el que ganó un Grammy, y un documental sobre otro maestro del cine: Buster Keaton. Desarrolló también una carrera como actor en Los Soprano, entre otras. Bogdanovich dedicó su vida al cine, muchos estamos en deuda con él no solo por sus películas, también por cómo compartió su pasión.