THE OBJECTIVE
Jordi Bernal

Ausencia de verdad: Harry el sucio filipino

«Duterte lleva las de ganar. Está lidiando con la pandemia con mano de hierro»

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Ausencia de verdad: Harry el sucio filipino

Fotograma del documental 'Ausencia de verdad'.

Si una cosa consigue el documental Ausencia de verdad de Ramona S. Díaz, que estos días puede verse en Filmin, es mostrarnos a un peligroso carcamal y más que posible matarife en su ridículo convencimiento. Ahí tenemos ante la cámara al presidente de Filipinas Rodrigo Duterte afirmando muy serio que si vas a drogarte acabará pegándote un tiro, así que antes del colocón mejor te lo pienses dos veces. Tal cual. Sus mítines son de traca: aunque estos últimos años nos han curtido en la dialéctica inflamada y soez del populismo, todavía queda espacio en el cuerpo para el asombro y la carcajada frenética frente a un espectáculo con duras dosis de demagogia, machismo cuartelario, nacionalismo delirante y todo un montaje de coreografías lisérgicas que hacen dudar de que sus ejecutantes no estén bajo los efectos de sustancias sicotrópicas.

Toda la Corte de los Milagros del mandatario populachero es un puro dislate que movería al festivo cachondeo si no fuera porque detrás del ridículo festival está la cruda realidad de las ejecuciones extrajudiciales con nocturnidad y alevosía. Duterte llegó al poder con la promesa de acabar con la lacra de la droga, la violencia y la inseguridad ciudadana con una única solución: asesinando a miles de drogadictos. Así fue votado y así llevó a cabo su política de escuadrones de la muerte. En este punto entra en escena la labor del periodismo por denunciar los supuestos crímenes de Duterte, pues Ausencia de verdad se centra en la figura de María Ressa, CEO de Rappler, medio digital enfrentado a la deriva totalitaria del gobierno filipino que intenta hacer su trabajo en unas condiciones más bien adversas.

El documental se organiza narrativamente en una suerte de duelo de western. Por un lado, Ressa y su periódico y, por otro, Duterte con sus matones que quieren imponer la venganza como un modo de hacer justicia sin orden ni ley. La cámara sigue a Ressa en su particular cruzada contra los desmanes del gobierno filipino, y también muestra los ataques en la red, las “noticias falsas” difundidas contra la periodista y su medio, la persecución gubernamental, la intimidación y las investigaciones y acusaciones de ciberdelincuencia y evasión de impuestos. El caso Ressa bien sirve de manual de cómo los populismos anestesian la libertad de prensa y persiguen sin cuartel la disidencia. Es un fascismo sin aceite de ricino y con menos cacharrería, pero con la misma concepción de una opinión pública alineada y sometida.

En todo caso, viendo el documental no podía dejar de pensar en la abrumadora mayoría silenciosa que votó y aplaude encantadísima al botarate. Pensé por un momento que faltaban las razones de aquellos ciudadanos para entender la grotesca farsa en la que un grupo de matones se presenta como salvadora sin más argumentos que la testosterona y la banderola nacional. Pero ya lo hemos visto en Estados Unidos, en Brasil o en Venezuela. Lo tenemos a la vuelta de la esquina. Las razones, en no pocas ocasiones, se deben al miedo, la rabia, la desesperación, el abandono o al resentimiento. Son, pues, el producto de un fracaso de la democracia.

De momento Duterte lleva las de ganar. Está lidiando con la pandemia con mano de hierro y, según parece, incluso amenazó con cargarse a los que salieran a la calle sin mascarilla, una fatal advertencia a la que, gracias a Dios, todavía no hemos llegado en España. Muy posiblemente acabará jubilándose después de su mandato y muchos añorarán sus buenos viejos tiempos de siniestra paz en las calles. Aquellas que controló cual Harry el sucio filipino. 

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