Joe Biden: mejor un «hijo de puta» que Xi Jinping
«Debemos afearle las maneras a Biden por haberse comportado como un verdadero beodo tabernario»
No está bien llamarle «estúpido hijo de puta» a alguien, aunque ese alguien sea un periodista y de la Fox. Si en los años del bocachancla Trump fuimos implacables con un estilo impresentable de tratar con los medios, ahora debemos afearle las maneras a Biden por haberse comportado como un verdadero beodo tabernario. Poco importa si era consciente de que el micrófono estaba abierto o mascullaba un off the record malhumorado. En su sueldo está incluido la práctica en todo momento de la paciencia franciscana cuando se trata de encarar las ponzoñosas preguntas de la prensa, siempre que no se trate de comerse crudo un sapo en medio de la rueda de prensa. La verdad es que la intervención de Peter Doocy, el hombre de la Fox, no merecía tal airada imprecación, pues solo había preguntado al presidente si pensaba que la inflación podía suponer un «lastre político» para su partido en las elecciones legislativas que se celebrarán en noviembre.
Sea como fuere, Biden llamó poco después del incidente al reportero para rebajar el tono de sus palabras. Tal vez le habló del mal momento internacional que vivimos, de la amenaza rusa, de las posibilidades de guerra, de las presiones del cargo, y de, en fin, los nervios traicioneros. «No era personal», zanjó Biden. Son, por otra parte, las ventajas de una democracia consolidada como la estadounidense, supongo. Allí los políticos y los periodistas se zarandean en público y luego dirimen sus diferencias en privado.
No es ni mucho menos el mejor de los sistemas, pero es un sistema a partir del cual se pueden aplicar mejoras. Y solo falta echarle una rápida ojeada a la realidad circundante para darse cuenta de que esas mejoras son profundas y deben aplicarse cuanto antes si no queremos que nos coman la tostada aquellos que no quieren que se produzca ningún tipo de encontronazos entre políticos y periodistas porque el periodismo -piensan ellos- es una debilidad de las decadentes democracias occidentales.
Baste el visionado del reportaje El mundo de Xi Jinping, de Sophie Lepault, que emite canal Arte, para que, sin ir más lejos, salten todas las alarmas sobre el expansionismo del modelo chino a través de su Nueva Ruta de la Seda. Hay un objetivo claro en suplantar a Occidente a la cabeza del nuevo orden internacional y, sobre todo, persiste un odio soterrado por las afrentas pasadas del viejo colonialismo. Sin embargo, perturba realmente la biografía del presidente vitalicio Xi Jinping, del esforzado burócrata de partido, hijo de un líder rojo caído en desgracia, purgado durante los años feroces de la revolución cultural, superviviente a fuerza de una constancia impenitente en sus creencias maoístas.
A pesar de su suaves maneras y su anodina presencia, Xi Jinping tiene las trazas de un fanático y un psicópata de manual. A la represión de los demócratas en Hong Kong y de los uigures de Xinjiang, suma una gestión de la pandemia en la que se han denunciado torturas y desapariciones. Para él las libertades individuales y los derechos humanos no son más que bagatelas con las que Occidente enmascara su hipocresía, otra más de las taras de un poder hegemónico que agoniza. Jinping se ha propuesto convertir China en la primera potencia mundial en 2049, año en el que se celebrará el centenario de la República Popular. Va en serio y lo que muestra el reportaje de Lepault no es ninguna broma.
Así que tampoco nos escandalicemos tanto si al bueno de Joe se le va la lengua en alguna que otra ocasión. Démosle un respiro y, ya que la cosa va de mentar a madres, recordemos que otro presidente de los EEUU dijo una vez refiriéndose al dictador nicaragüense Anastasio Somoza: «Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta».