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Xi Jinping calienta la nueva guerra fría

El presidente chino regirá con carácter vitalicio una nueva larga marcha del gigante asiático hacia la supremacía que no deja de inquietar al resto del mundo

Xi Jinping calienta la nueva guerra fría

El presidente de China, Xi Jinping. | Ju Peng (Xinhua News)

 “El futuro no es problema. Lo que nos preocupa es el pasado, que cambia continuamente”, remataba un viejo chiste de la Guerra Fría un funcionario soviético. Fiel a esa tradición orwelliana, el Comité Central del Partido Comunista chino acaba de fijar una nueva versión de la historia con una resolución que consagra el poder absoluto de Xi Jinping y lo equipara a gigantes como Mao Zedong y Deng Xiaoping. La resolución es la tercera en los cien años del partido tras la de 1945 que consolidó el liderazgo indiscutible de Mao y la de 1981 que marcó el inicio de la era de reformas y apertura de Deng. La apoteosis del líder llegará con el XX Congreso del partido, en noviembre de 2022, cuando su mandato sea prorrogado por tiempo ilimitado tras eliminarse en 2017 las normas que lo acotaban a dos periodos de cinco años cada uno.

Jefe de Estado, secretario del partido, presidente de la Comisión Militar Central, con una autoridad indisputada de la que jamás gozaron sus antecesores Jiang Zemin y Hu Jintao y legitimado por la Historia –su “pensamiento” formará parte del currículum escolar- Xi  Jinping, de 68 años, regirá con carácter vitalicio una nueva larga marcha de China hacia la supremacía que no deja de inquietar al resto del mundo.

En este contexto, en el que China pasó en los últimos años de ser socio a rival tras el estrangulamiento de la democracia en Hong Kong, la violación de los derechos humanos de la minoría uigur, el enfrentamiento comercial con EEUU y  la intimidación militar a Taiwán con frecuentes incursiones de cazabombarderos en el espacio aéreo de la isla, el líder chino y el presidente Joe Biden mantuvieron este lunes una conversación por videoconferencia con el fin de suavizar sus relaciones. Sin embargo, el intercambio de buenas palabras sobre la necesidad de evitar el conflicto –Taiwán- y de cooperar en aquellas áreas donde coincidan sus intereses –cambio climático- no será suficiente, según los analistas, para disipar las crecientes tensiones entre las dos potencias.

Tres tendencias que marcarán el futuro de China

A ese antagonismo bautizado como segunda Guerra Fría hay que sumar tres nuevas tendencias que marcarán el rumbo del gigante asiático. La primera, exacerbada por las restricciones impuestas por la pandemia de la covid-19, es la del aislamiento. Xi Jinping no ha salido de China desde hace casi dos años, la última vez que se reunió con un dirigente extranjero fue con el presidente de Pakistán en marzo de 2020, y así como no fue a la Cumbre del Clima en Glasgow –limitándose, siendo China el primer país contaminante del planeta, a anunciar su compromiso unilateral para reducir las emisiones de metano- tampoco acudió a la cita del G20 en Roma celebrada días antes. Más importante aún, según señalan diversos informes, es la predisposición creciente de los consumidores chinos por comprar marcas nacionales en detrimento de las extranjeras y de los jóvenes en buscar empleo en compañías chinas antes que en las multinacionales, así como del constante goteo de ejecutivos extranjeros que abandonan el país. 

A su vez se ha puesto en marcha una política de autosuficiencia nacional con inversiones multimillonarias en innovación para limitar la dependencia china de la tecnología extranjera y hacer que su economía esté menos supeditada al mercado exterior. La nueva orientación busca también reducir la desigualdad social poniendo coto a los excesos de las grandes compañías privadas y a los lujos de los potentados, es decir, incrementando la lucha contra la corrupción de forma selectiva contra todo magnate que desafíe el poder del partido.

En tercer lugar, Pekín ha iniciado una campaña de rearme como se ha puesto de manifiesto este verano con la primera prueba de un misil hipersónico, con planes para incrementar su arsenal atómico pasando de las 350 cabezas nucleares actuales a más de 1.000 en 2030 y la construcción de centenares de silos subterráneos para albergar misiles balísticos intercontinentales.

Riesgo de un conflicto armado

Búsqueda de la autosuficiencia económica, aislamiento, nacionalismo, rearme y culto a la personalidad de un líder decidido a convertir a China en la primera potencia mundial en 2049 cuando la República Popular cumpla un siglo ha llevado a expertos europeos y norteamericanos a hablar sin ambages del riesgo de un conflicto armado en un futuro no muy lejano entre Estados Unidos y China. Algunos autores razonan que ese enfrentamiento tendrá por teatro de guerra Internet, en una zona gris de ciberataques, propaganda y represalias económicas, mientras que Henry Kissinger señalaba desde la experiencia de sus 98 años en una reciente entrevista con Financial Times que la actual situación, dada la ignorancia mutua de la intenciones y capacidades del oponente, le recordaba a la actitud de Alemania y Gran Bretaña en los años anteriores a la I Guerra Mundial y advertía del peligro de una escalada si se desarrolla una carrera armamentística en el ámbito de la Inteligencia Artificial para la que aún no existen principios concertados de disuasión nuclear como con la URSS.

Sin embargo, otros analistas como Elbridge A. Colby, principal arquitecto de la Estrategia de Defensa Nacional de EEUU de Donald Trump, afirman que el ineludible choque con Pekín será militar. En su libro The Strategy of Denial: American Defense in an Age of Great Power Conflict, publicado en septiembre, Colby argumenta que el objetivo de Pekín es convertirse en una potencia hegemónica primero en Asia y quizá más tarde en el mundo y que tratará de recuperar Taiwán por la fuerza tanto por razones de reunificación nacional como para destruir la credibilidad de EEUU. Para impedirlo considera necesaria la formación de una coalición con aliados como Australia, India, Japón y Reino Unido –del que el reciente pacto de seguridad conocido como Aukus con Canberra y Londres sería un anticipo- y la reducción drástica de las fuerzas americanas en Europa y Oriente Próximo. Colby llega a plantear que la guerra con China no solo es probable sino que puede ser incluso la mejor opción para Washington, convencido de que ninguna de las dos potencias tendría verdaderos incentivos para escalar a un conflicto nuclear. Se comparta o no el radicalismo de sus tesis, Colby urge a EEUU y sus aliados a responder a una pregunta clave en los próximos años: ¿Qué clase de estrategia será necesaria para contener a la China de Xi Jinping, qué nuevo equilibrio de poder dará al mundo esperanzas de estabilidad a largo plazo?

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