THE OBJECTIVE
Antonio García Maldonado

Desengaños de América y de China

«Nuestro desconcierto ante EEUU debe servirnos, también, para inocularnos la duda de lo que creemos saber de China»

Opinión
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Desengaños de América y de China

Imagen de archivo del asalto al Capitolio de Estados Unidos. | Leah Millis (Reuters)

Hace unos días se cumplió un año desde la toma del Capitolio en Washington por una turba de partidarios de Donald Trump, quien los había arengado para la ocasión. No solo en aquel día, con un discurso incendiario que cuesta creer que no sea constitutivo de ningún ilícito penal, vistas las consecuencias posteriores. También, y sobre todo, durante las semanas y meses previos, cuando el todavía presidente insistía en que ganaría, pero que si perdía sería por fraude masivo de mano de los demócratas. Una tesis que mantiene hasta hoy y en la que se percibe una deprimente dependencia patológica de un carácter entre infantil y competitivo que parece, en sí, una caricatura de los peores rasgos de la cultura del país que lo entronizó. A este respecto, es ilustrativo el documental sobre el personaje disponible en Netflix, que visto con la tramposa ventaja de la retrospectiva muestra bien todos los excesos y costumbres de Trump: ahí está el hijo, el empresario o el amante que nunca acepta un no, y que es capaz de casi cualquier cosa para imponerse.

Pero no reside ahí el misterio, sino en su capacidad para arrastrar a millones en favor de su causa, sea esto lo que sea: primero, para convertirlo en una estrella del star-system mediático-empresarial, después para encumbrarlo como candidato republicano y, posteriormente, para hacerlo presidente. No hay que olvidar que, pese a su desastrosa gestión negacionista de la pandemia, Trump obtuvo 62,04 millones de votos en 2016 y 74,22 millones en 2020. No hace falta ser analista de datos o sociólogo para intuir que, de no haber mediado la covid-19, Trump habría obtenido la reelección –algo, por otro lado, más que habitual en Estados Unidos–. Esa dificultad para comprender el fenómeno Trump es un buen resumen cualitativo de las diferencias culturales profundas entre ambos lados del Atlántico, por más que ambas partes sigan considerándose aliados en el bloque de las democracias liberales.

De ahí las dudas: un país que elige a Trump, que lo sigue en políticas desquiciadas, en sus formas obscenas, en el que hay un partido –el Republicano–, que tiene más aires de una formación neofascista que conservadora, ¿es aliado de algo? ¿Por cuánto tiempo? ¿A qué precio? Preguntas que impulsan la idea de dotar a la UE de una autonomía estratégica que, guste o no, no puede sostenerse en el vínculo viciado y en el alambre con unos EEUU que creíamos conocer mucho mejor y que tendrá que resolver su desgarrador debate interno antes de volver a liderar nada internacionalmente. Éramos conscientes de que esa América existía, pero no de su dimensión y su influencia. Trump no es ya ninguna broma de un personaje excesivo de un reality como El Aprendiz o de Los Simpson, sino el líder de un intento de insurrección contra la democracia. En ese desengaño seguimos perplejos, por más que, lamentablemente, haya quienes lo defiendan o lo ensalcen porque ven que irrita a la izquierda, a los progres o a las élites intelectuales a las que tanto desprecian: el predominio de los sentimientos negativos que nos enfrentan –que algo moleste a los rivales– sobre los deseos constructivos que nos unen –la propia democracia y las libertades que ampara– definen también esta época, tan bien representada por el trumpismo local.

Estados Unidos, que proyecta permanentemente su imagen en redes, medios, cine o series y organismos multilaterales, no era lo que pensábamos. Un desconcierto que debería servirnos, también, para inocularnos la duda de lo que creemos saber de China. Porque igual de sorprendente es la credulidad con la que asumimos todo lo que nos dice que hace y consigue el gigante asiático, aspirante a sustituir a EEUU como primera potencia. El corolario es desconcertante pero inevitable «si no teníamos un conocimiento ajustado de una potencia que se muestra en canal, mucho menos de aquella que se empeña en ocultar cualquier detalle que no le guste al Comité Central». Siendo así, se explica que, pese a Trump, no dudemos a la hora de responder a la pregunta de a cuál de las dos estamos más cerca.    

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