THE OBJECTIVE
Jesús Montiel

Me niego a ser un escritor

«Existe el riesgo, tras un éxito más menudo o más abultado, de profesionalizarse. Volverse un asalariado del público»

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Me niego a ser un escritor

Una exposición sobre Clarice Lispector en Lisboa. | Henrique GraçA (Europa Press)

Detesto la imagen del escritor profesional. Me refiero a esa persona que siempre es escritor y se comporta como escritor las veinticuatro horas del día. Alguien que ha hecho de la escritura una manera de comportarse en público. Que escribe siempre a la misma hora, se aísla y ordena que no le molesten y quisiera acallar todos los sonidos del mundo para desarrollar su importante tarea solitaria. Ser escritor siempre se me antoja una tarea agotadora. Como ser siempre abogado, cirujano o cura. Qué desaliento vivir así, con un andador delante de uno para no caerse del vértigo al enfrentarse a la vida sin una máscara, desnudamente.

A Clarice Lispector tampoco le gustaban los escritores profesionales. Me cosifican cuando me llaman escritor, escribe. Nunca lo he sido ni lo seré. Me niego a tener el papel de escriba en el mundo. Ella componía sus libros en el sofá, con la máquina de escribir encima de la falda, mientras sus hijos potreaban alrededor, interrumpiéndola. Lo hacía así, argumentó en una entrevista, para evitar que tuvieran de ella la imagen de una escritora. Por eso no se aislaba ni exigía silencio. Dijo también que no escribía por deber sino porque lo necesitaba. Más que una obligación, la escritura era en su caso algo orgánico: Soy una mujer que escribe porque para mí escribir es como respirar, lo hago para sobrevivir. Esta es la diferencia, quizá, que explica la postura que defiendo. Volviendo a Lispector, la escritura no es una elecciónes una íntima orden de batalla.

Detesto la imagen del escritor profesional sabiendo que corro el peligro de convertirme en uno, tras haber alcanzado un número constante de lectores. Existe el riesgo, tras un éxito más menudo o más abultado, de profesionalizarse. Volverse un asalariado del público, darle lo que le gusta y espera de uno. El pequeño éxito de mis libros me hizo difícil escribir, confiesa LispectorLo digo porque ayer, en Pamplona, una joven me preguntó si escribo ya sabiendo lo que esperan de mí, y su pregunta me dejó pensativo. Pensé que uno tiene que reencontrar su dificultad con cada nuevo libro, desaprenderse y olvidarse de la propia trayectoria, si bien no es algo sencillo. No acomodarse. Quiero inaugurarme de nuevo, escribe Lispector, y para ello tengo que abdicar de toda mi obra y comenzar humildemente, sin endiosamiento. Y también: Quiero olvidar que existen lectores y, más aún, lectores exigentes que espera no sé qué de mí.

Detesto la escritura convertida en una pose. A veces, en un encuentro con los lectores, alguien me ha comentado: no pareces un escritor, eres como nosotros. Y estas palabras me han tranquilizado, como la cifra 36 en un termómetro. Ocurre igual con los políticos: es raro que uno de ellos hable y se comporte como cualquier ciudadano, sin vigilar el impacto de su comportamiento. Uno es escritor cuando escribe, solo entonces. Lo demás –el tono memorable y la mirada profundísima, pero también accesorios como el gato, el cigarrillo o la gabardina- se llama Hollywood. Sé de lo que hablo porque corro ese peligro, como todos.

Dice Lispector: Escribo como si fuese a salvar la vida de alguien. Probablemente mi propia vida.

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