La caída de Pablo Casado
«El gran error de Pablo Casado fue convertir su mayor oportunidad en su caída en desgracia. En lugar de galopar sobre el éxito de Isabel Díaz Ayuso, eligió descabalgarla»
A la caída de Casado solo le faltan dos complementos circunstanciales. Uno de tiempo: «Esta tarde, mañana por la mañana, de madrugada», y otro de modo: «Con clase», «honradamente», «sin hacer ruido». Y quien bien le quiera ha de susurrarle que estos dos complementos son lo único que está en sus manos. No es poco, porque el cuándo y el cómo determinarán su lugar en los anales del partido y en el imaginario de quienes fueron sus votantes. En estas horas fatídicas no debe pensar en cómo resistir, sino en cómo desea ser recordado.
La derrota nos hace más humildes. También las derrotas ajenas, si uno sabe verlas como lo que son: una prueba de la preminencia del fracaso. «Soy un hombre, nada humano me es ajeno», escribió Terencio. Es por ello que no puedo sino sentir lástima por la caída en desgracia de un hombre a quien he criticado con profusión, por las sombras en su currículo académico, su falta de liderazgo y su dialéctica de fogueo, pero a quien no deseo ningún mal.
Los que somos tan ingenuos de creernos el cuento del parlamentarismo deseamos una oposición sólida, con la que se compartan principios democráticos aunque se discrepe en ideas. España necesita una oposición cabal y determinada, que mitigue la tentación cesarista que se incuba en el poder y aplaque la exaltación que brota en los extremos. Casado ha sido incapaz de ambas. Ni siquiera ha podido cumplir con la misión primaria del líder: unir a los propios. ¿Cómo va a liderar la nación quien es incapaz de gestionar su partido?
Pero su gran error fue convertir su mayor oportunidad en su caída en desgracia. En lugar de galopar sobre el éxito de Isabel Díaz Ayuso, eligió descabalgarla. Su reticencia a que Ayuso presidiera el Partido Popular de Madrid provocó una guerra fría que la semana pasada comenzó a hervir. El hartazgo de la militancia, largamente cultivado, se hizo notar. Ya no hay vuelta atrás. Aunque el tiempo diera la razón a Casado, el juego ha terminado; su militancia prefiere a una Ayuso corrompida que a un Casado justiciero. Quizá porque entienden que a Casado nunca le preocupó la justicia, sino la competencia.
Los humanos olemos la inseguridad de un líder como los tiburones huelen la sangre. Pero en lugar de atraernos nos repele. Y más cuando esa inseguridad cede ante los celos, ese «monstruo de ojos verdes que se burla de la carne que lo alimenta». Casado sabe que su etapa al frente del PP ha terminado. Y debe saber que está a tiempo de ejercer esa ejemplaridad que tanto ha pregonado.