El PP deseable y el probable
«No es por ser pesimista, pero es más probable un PP centrista tecnocrático que el deseable, un PP liberal-conservador de batalla»
Una vez acabada la etapa de Casado se van a crear expectativas con el PP deseable. No quiero ser pesimista, pero un análisis del partido, de la situación y del historial del equipo que llega a la dirección nos define un PP probable no muy diferente al que vimos hace una década.
Lo ideal sería un proyecto nuevo que corrigiera los fallos no solo de los últimos cuatro años, sino los cometidos desde 2011. Esto no lo ha sabido hacer Casado. Lo planteó mal, desmintiendo lo que prometió en el congreso nacional de 2018. Mantuvo una estrategia y un discurso erráticos, que sumados a la dificultad de hacer oposición desde un despacho y un escaño, hicieron imposible su proyecto.
Casado llegó en el peor momento con la misión de resucitar a un muerto. Lo consiguió en parte. Superó el escollo de Ciudadanos gracias a la inestimable ayuda de Albert Rivera, que cometió demasiados errores en 2019. Salvó al PP entre abril y noviembre de ese año, devolviendo a su partido al puesto de alternativa al PSOE que le disputaba Ciudadanos.
No es poco, pero ahí se acabó Casado. Con el tiempo se reconocerá esta labor. Seguro. La victoria de Ayuso en Madrid el 4-M de 2021 tuvo su repercusión nacional, pero Casado no supo trasladar ese éxito al resto de España, como pasó en Cataluña y en Castilla y León. Liquidado Ciudadanos en Madrid tenía que haber iniciado el acercamiento a los votantes de Vox, pero no lo hizo. Se abrazó al centrismo sin sangre y fracasó.
Su otra misión era unir a un partido muy dividido por cuestiones territoriales, personales e ideológicas, y no tuvo pericia alguna. Eligió a un mal operario que ha sido su ruina: Teo García Egea, que sin mano izquierda y experiencia no tenía el talento para llevar la tarea.
A partir de su marcha vendrá un nuevo PP. Ahora bien: una cosa será el partido deseable, y otra el que viene, el probable. El electorado del centro-derecha quiere un líder fuerte con el que pueda identificarse. Uno que dé la batalla contra Sánchez, Podemos y los nacionalistas, que sea capaz de poner sobre la mesa experiencia y resultados. Uno que no se achante frente a Santiago Abascal, que representa la derecha dura, ni lo insulte, sino que lo trate como a un buen vecino.
El elector del PP quiere un candidato ganador que ponga detrás de su persona a cada dirigente territorial, sin coreografías coreanas ni sonrisas de bote. Alguien de quien fiarse, a quien defender sin tapujos frente a sus compañeros de trabajo de izquierdas, y al cuñado que habla del globalismo conspirador, el «virus chino» y Soros.
Lo deseable sería un PP que atrajera a los electores entre 18 y 35 años, donde pierde frente a la izquierda, y convenciera a la franja entre 35 y 55, que se los disputa con Vox. Ese es el futuro. No puede ser un partido de gente mayor y estudios medios, conservadora y sin movilizar. La dirección de Nuevas Generaciones, si es que esta marca debe continuar, hay que sustituirla por completo. El papel de Bea Fanjul ha sido bochornoso. No se le recuerda nada bueno.
Una nueva dirección del partido para volver a fórmulas marianistas, de rechazo a Vox porque lo dice la izquierda, y de pacto con el sanchismo por «sentido de Estado» es un absurdo, aunque me temo que es lo más probable con Feijóo. Es cierto que el centrismo tecnócrata es la fórmula más aséptica capaz de unir a las distintas familias del PP, pero también suena muy anticuado y poco motivador.
Este es el PP que más gustaría a Vox, el centrista, y así seguiría creciendo en un momento de gran politización en el que el electorado busca claridades y contundencias. También sería agradable al PSOE porque ya lo conocen de etapas anteriores, y se podría negociar con ese PP los miembros del CGPJ, por ejemplo, a cambio de otros acuerdos, como dijo Feijóo en septiembre de 2021.
Todo pacto con el PSOE, como fueron el Tribunal Constitucional y el Tribunal de Cuentas -errores de un Casado confundido por el significado del «sentido de Estado»-, sirven para asentar el sanchismo y dar alas a Vox.
Y es en este último tema donde el PP probable no responde al PP deseable. Las encuestas indican que tres cuartas partes del electorado del PP quiere gobernar con Vox como mal menor, no con el PSOE o con los provincialistas. Además, el votante de Vox quiere pactar con el PP para llevarlo hacia la derecha con un acuerdo que, en su opinión, sirva para una política «patriótica».
Obviar este hecho y demonizar a Vox por miedo a la izquierda o a perder el voto centrista es renunciar a gobernar tras las elecciones autonómicas y municipales de 2023, y seguro las generales.
El elector del centro-derecha sabe que ese pacto es inevitable para echar al PSOE y a sus aliados. Negarlo ahora es insultar la inteligencia de esos votantes. El PP probable que suceda a Casado, si lo dirige Feijóo, aceptará las «líneas rojas» con Vox. Esta marginación será un desaire a sus votantes.
No todo se arregla con la salida de Casado. Ahora viene lo difícil. No será sencillo poner en marcha un proyecto unido que genere esperanza y empatía, con un liderazgo basado en la colaboración con los dirigentes territoriales, y asumible para todas las familias ideológicas. No es por ser pesimista, pero es más probable un PP centrista tecnocrático que el deseable, un PP liberal-conservador de batalla.