THE OBJECTIVE
Pablo de Lora

Sí a la guerra. La paz de Pisarello

«¿Será la victoria de Putin la paz que los pisarellos celebren?»

Opinión
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Sí a la guerra. La paz de Pisarello

El diputado de En Comú Podem y secretario primero de la Mesa del Congreso, Gerardo Pisarello. | EP

29 de agosto de 2019. Tribuna del Congreso de los Diputados. Comparece la vicepresidenta del Gobierno Carmen Calvo en un pleno extraordinario para informar sobre la acción del Gobierno en relación con la operación de rescate del barco Open Arms para salvar a 160 personas que navegaban a la deriva en el Mediterráneo. El diputado Pisarello proclama: «…no dejar morir a personas náufragas en el mar no es una opción, es una obligación, y es una obligación jurídica y es una obligación moral».

Gerardo Pisarello y toda una legión de «pisarellos» no han perdido ocasión para recordarnos nuestra complicidad, si es que no directa responsabilidad, con las muertes de quienes se ahogan en el Mediterráneo tratando de alcanzar las costas europeas; los pisarellos que este mundo habitan borran así toda frontera entre las acciones, directamente intencionales de matar, y las omisiones del deber de socorro. Pero ese borrado es selectivo, tramposo, indecente.

24 de febrero de 2021. Cuando ya es un hecho la invasión de Ucrania por parte de Rusia y caen las primeras bombas, Pisarello comparece en el Congreso de los Diputados para proclamar que el anuncio de medidas económicas drásticas como reacción a la vulneración del Derecho internacional por parte de Rusia «no es una buena noticia». «Nuestra esperanza real…», concluye, «… está en que sean esas gentes trabajadoras, que sean las mujeres, que sea la juventud, que sean los movimientos feministas y ecologistas, que sean desde ya quienes impulsen un movimiento por la paz y por la seguridad colectiva». Cuando días después, y tras una de esas cimbreantes «evoluciones» – nunca rectificaciones- del Gobierno de Sánchez se anuncia que España definitivamente sí enviará «material ofensivo» – no diga «armas»- a Ucrania, los pisarellos de este mundo han redoblado su «apuesta» para que «… deje de haber sufrimiento»; para que «haya un alto el fuego». Así, como el que reza para que no llueva en Sevilla en Semana Santa. Con menos florituras retóricas la «apuesta» por las vías diplomáticas también ha incluido votar en el Parlamento Europeo en contra de que se amplíen las sanciones a Rusia; en contra de proveer ayuda financiera a Ucrania para la compra de armas y en contra de conceder a Ucrania el estatuto de candidato a ingresar en la Unión Europea.

Pisarello – y los y las pisarellos y pisarellas que en estos días alardean como ursulinas preñadas de su condición «pacifista»- es un hombre de buen corazón, pero también, a su modo, dentro de sus marginales márgenes, es un constitucionalista capaz de pasar a la acción, dispuesto a actualizar la XI Tesis de Feuerbach (ya saben: se trata de transformar el mundo, dejar de interpretarlo). ¿No se acuerdan? Lo hizo en el balcón del Ayuntamiento de Barcelona en las fiestas de La Mercé de 2015 al impedir, por vías escasamente diplomáticas, con atisbos de vil testosterona, que se pudiera exhibir la bandera española, junto con la Señera, las oficiales, las de todos los catalanes.

11 de diciembre de 1936. Ginebra. Comparece ante la Sociedad de Naciones Julio Álvarez del Vayo, entonces ministro de Estado, muchos años después presidente del grupo terrorista FRAP, y a quien Pablo Iglesias se ha referido como «resistente antifascista cuyos restos merecen reposar en España con todos los honores». En un discurso cargado de emotividad afirma Álvarez del Vayo: «Los campos ensangrentados de España son ya, de hecho, los campos de batalla de la guerra mundial. Esta lucha, una vez comenzada, se transformó inmediatamente en una cuestión internacional… Hablo aquí ante una asamblea de hombres de Estado, de hombres de gobierno, sobre cuyas espaldas pesa la responsabilidad del bienestar y del orden en su país. ¿Cuál de entre ellos no comprenderá que nosotros, hombres responsables del porvenir de España, del porvenir del pueblo español, de todo el pueblo español, no interpretamos eso que se llama ‘no intervención’ más que como una política de intervención en perjuicio del Gobierno constitucional y responsable?… La monstruosidad jurídica de la fórmula de ‘no intervención’ salta a la vista. Pone en el mismo plano, como lo he dicho, al gobierno legítimo de mi país y a los rebeldes, a los que todo gobierno digno de tal nombre tiene, no solamente el derecho, sino el deber de dominar y de sancionar…».

Enfrentado a una realidad como la de los campos ensangrentados de la España del invierno del 36 o la de los campos ensangrentados de Ucrania, los pisarellos no pueden desconocer las implicaciones lógicas de su pacifismo de pinta-y-colorea. Cuando ya hay una agresión en marcha el designio de que «no haya guerra» se actualiza a) si el agresor desiste; b) si el agredido se rinde o c) si se emplea una fuerza bastante sobre el agresor que logre detenerlo.

Yo comprendo que en estos días atribulados en los que la información abunda – y con ella la propaganda interesada- y la ignorancia no impide el pontificado geoestratégico, es difícil desbrozar en esa selva cínica de «whataboutism», «yo-ya-lo-dijismo» y «tú-dónde-te-ubicabas-entoncesismo». La realidad, esta sin duda, es muy confusa, pero ello no debe eximirnos de tratar de tener una idea-no-confusa acerca de la misma. Así insiste en decirlo, con razón, Félix Ovejero.

Las alternativas a), b) y c) son conjuntamente exhaustivas y mutuamente excluyentes y se sustentan sobre la idea de que el agresor actúa ilegítimamente: ¿tiene derecho Rusia a invadir Ucrania y anexionarse su territorio? Porque si fuera el caso sería Ucrania la que tendría que «parar de resistirse». Descartada c) (que puede consistir en matar a los instigadores del ataque ilegítimo, empezando por su máximo responsable) lo que los pisarellos pretenden es que Putin desista o que lo haga Zelenski. Así, por simplificar lo que de otro modo es inasible.

En ese memorable final de Las bicicletas son para el verano, Don Luis (Agustín González) confía a su hijo Luisito (Gabino Diego) que ahora, acabada la guerra, puede que le detengan. «Y mamá, que estaba tan contenta de que había llegado la paz» – dice Luisito afligido. «Es que no ha llegado la paz, Luis. Ha llegado la victoria».

¿Será la victoria de Putin la paz que los pisarellos celebren?

Me temo que sí.

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