THE OBJECTIVE
Sonia Sierra

Putin y los reptilianos

«Mi corazón está con Ucrania y también con todos esos rusos que salieron de una larga dictadura para acabar gobernados por esos mismo comunistas transmutados en oligarcas»

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Putin y los reptilianos

Vladímir Putin. | Reuters

Con toda la avalancha de noticias sobre Rusia y Ucrania, leo una información que en su día me pasó desapercibida: Putin cree que la Reina Isabel II no es humana sino un reptil que se transforma entre formas humanoides y reptilianas. Por lo que parece, cuando Putin se reunió con ella en 2014 para conmemorar el 70 aniversario del Día D, se mantuvo lo más lejos posible de la monarca y le comentó a sus colaboradores que el motivo era que había sido testigo de su transformación antes del acto. Según el mandatario ruso, sus manos se convirtieron en reptilianas y se movió varias veces entre esta forma y el estado humano y cuando sonrió, sus dientes mutaron en los dientes afilados de un reptil. La interpretación que hizo está a la altura de todo este delirio: Isabel II realizó una demostración de fuerza y una advertencia para que no moleste a su ser del linaje reptiliano-Illuminati.

No sé a ustedes, pero a mí no me resulta nada tranquilizador que el señor que tiene el dominio absoluto sobre un poderoso arsenal nuclear crea que vive en la mítica serie de V y confunda a una venerable anciana con la malvada Diana. Tampoco resultan tranquilizadoras la imágenes de esas mesas gigantes en las que Putin despacha importantes asuntos a la máxima distancia posible de otras personas, incluso de sus más cercanos (no en el plano físico, por lo que vemos) colaboradores. No soy psicóloga ni psiquiatra y no me atrevería a diagnosticar ningún trastorno a Putin. De hecho, quizá sus sospechas de que se lo quieren cargar estén bastante fundadas. Lo que sí es evidente es que el mandatario ruso está causando un gran dolor a su alrededor con excusas que van cayendo como castillos de arena en la playa.

En su cabecita, de la misma manera que Isabel II es una reptiliana, el pueblo ruso y el ucraniano son «un solo pueblo» (me suena) y Ucrania no es un auténtico país, sino poco más que una invención de Lenin. Además, afirma que hay que desnazificar este país aunque, en realidad, está presidido por un judío, y liberar a los rusófonos aunque en estas zonas, sus ciudadanos han salido a las calles a defender Ucrania frente a esos supuestos liberadores enfundados en los uniformes del ejército ruso.

Una amiga de Moscú me decía hace años que era muy duro emocionalmente haber nacido en un país que ya no existía. Si era duro para una joven universitaria, nos podemos imaginar lo inaceptable que resulta para un antiguo agente de la KGB. Pero más allá de los delirios imperialistas de Putin y de todos los intereses económicos y geopolíticos –gas, carbón, oro, heroína, mafias, oligarcas…-, el tirano ruso ha decidido que otro país no tiene derecho a ser lo que quiera ni a ingresar a las organizaciones supranacionales que desee. Y ese otro país, Ucrania, mucho más pequeño y con infinitamente menos recursos militares, ha decidido plantar cara y defender los valores de una democracia liberal europeísta frente a un autoritarismo de reminiscencias comunistas.

Antes decía que no soy nadie para ir haciendo diagnósticos psiquiátricos y no me atrevo a hacer valoraciones sobre el estado de salud mental de Putin, pero sí de echar mano de la fraseología popular y afirmar aquello de «ningún loco tira piedras a su tejado». Putin ha esperado pacientemente a encontrar un momento de debilidad occidental para iniciar su ataque y que la invasión de Ucrania resultara un paseo militar. Y así hubiera sido, seguramente, de no ser por la valentía y la determinación del pueblo ucraniano, dirigido por su líder, el presidente Zelenski, que ha logrado, con su firmeza y sus numerosos aciertos comunicativos, cambiar la tibia respuesta internacional que, en un inicio, iba poco más allá de los consabidos «deeply concerned» y de sonrojantes postureos como iluminar edificios con los colores de la bandera ucraniana mientras los ucranianos eran machacados.

Ucrania está dando una auténtica lección de defensa de la democracia liberal y de los valores europeístas y eso nos llena de admiración a muchos de nosotros. Pero no podemos olvidar, ni por un segundo, que estamos hablando de una guerra, con toda la dureza que contiene esa palabra. Se trata de críos de 18 años que en lugar de estar arreglándose para salir con sus amigos, están preparando cócteles molotov unos o empuñando las armas del ejército ruso otros: matando a sus vecinos o muriendo ellos en el frente. Y se trata, también, de señores de 70 años que tendrían que estar disfrutando de una tranquila jubilación tras una vida de trabajo y tienen que enfrentarse a una guerra para defender su país. Muchos podemos tener personas cercanas que están alrededor de los 18 o de los 70 años y creo que a todos se nos rompe algo por dentro si nos los imaginamos luchando en una guerra. Nadie debería pasar por esto nunca.

Yo no sé si Putin es un psicópata o no, pero sí que sé que es una persona radicalmente malvada, capaz de ordenar ataques contra civiles, contra hospitales, contra corredores humanitarios y contra centrales nucleares y, personalmente, deseo que acabe siendo juzgado por crímenes de guerra en la Corte Penal. Eso sería un alivio no solo para el resto de países, sino también para Rusia. Las sanciones contra este país las acaban sufriendo sus ciudadanos, que ven como la esperanza de un futuro mejor se les escurre entre las manos por culpa del sátrapa que los gobierna. Por eso, muchos rusos salen a las calles, pese al riesgo de acabar hospitalizados o detenidos, para gritar que no quieren que se ataque al país vecino.

Mi corazón está con Ucrania y también con todos esos rusos que salieron de una larga dictadura para acabar gobernados por esos mismos comunistas transmutados en oligarcas -bajo las órdenes de un dictadorzuelo adicto al botox y a las teorías conspiranoicas- y que ahora se manifiestan para poder vivir en una democracia.

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