Comunistas con mayordomo
«En el fondo los dirigentes comunistas creen que la masa es estúpida, que necesita un líder que muestre el camino y la verdad»
Es una constante en la historia del comunismo, junto a la de matar y robar. No hay un caso registrado en los numerosos libros que relatan las desventuras de dicho movimiento que no cuente que, cuando sus dirigentes llegan al poder, viven como los millonarios que dicen odiar.
Pablo Iglesias e Irene Montero viven como ricos a pesar de que despotrican contra la acumulación de riqueza y el estilo de vida burgués. El primero multiplicó en 2021 por seis su patrimonio neto tras siete años en política. Ella, dejando a un lado la herencia paterna, ha multiplicado por 25 su riqueza en ese mismo periodo.
Todavía recordamos cuando Podemos tenía el tope salarial de tres SMI, con el límite de 12 años para desempeñar cargo público, y una donación al partido igual para todos. En 2020, cuando Pablo Iglesias & Cía llegaron al poder, cambiaron las normas para vivir como millonarios. Era el momento definitivo para forrarse. Se abandonó el techo salarial y el número de años en el poder y la aportación quedó en un 15% para los ministros, mientras que el resto debía abonar entre el 20% y el 50%.
Ahora nos enteramos de que tenían mayordomos pagados con dinero público. No hubo sororidad ni conciencia de clase con Elena González, escolta despedida, a la que Irene Montero obligó a hacer recados en parafarmacias, droguerías y supermercados, a fichar antes para calentar el coche, a hacer de chófer para los familiares de la pareja e incluso a trabajos de mecánica del automóvil.
No contentos con esto tuvieron dos niñeras pagadas entre todos: Teresa Arévalo, del gabinete de la ministra de Igualdad, con un sueldo de casi 52.000 €, y Gara Santana, según se ha filtrado, empleada del equipo de prensa, con un salario algo inferior. Es cierto que aguantar a Pablo e Irene no tiene precio, pero que se lo paguen ellos.
Nada de esto sorprende porque esta práctica entre dirigentes comunistas no es nueva. Lo contaba Mises en La mentalidad anticapitalista hace casi 50 años: el odio al libre mercado procede fundamentalmente del resentimiento y de la envidia. La gente que fundó Podemos no solo tenía una visión revolucionaria de la política, de traslado de la dictadura bolivariana a España, tal y como dijeron, si no que estaba impulsada por esos dos sentimientos.
La generación creadora de Podemos necesitaba su propia agitación social porque no la había vivido, como diría Raymond Aron, y esperaba de ella «justicia». Esa justicia se traducía en que esos postulantes debían recibir lo que creían merecer, que era una vida de lujo en correspondencia a su supuesta pertenencia a la «intelligentsia», a esa clase social con una misión directora superior.
Ese clasismo revolucionario ha hecho, por ejemplo, que la pareja Ceaucescu haya abusado laboralmente de quienes tenía a mano. Estaban resentidos con quienes ya disfrutaban de ese lujo y poder que comporta la servidumbre de otros y se alzaron hasta el Palacio de Invierno con demagogia, exaltando emociones y cabalgando contradicciones.
Hicieron un discurso que propagó el odio, la emoción más poderosa en política junto al miedo, para arrinconar a los otros partidos y a los disidentes y reforzar así su autoridad. Al tiempo, demonizaron las palancas del libre mercado, como el trabajo y el esfuerzo, el mérito y la constancia, el ahorro y la inversión, para fomentar un estatismo que les ponía a ellos en la cumbre.
En el fondo los dirigentes comunistas creen que la masa es estúpida, que necesita un líder que muestre el camino y la verdad, y ese pastoreo se recompensa con la riqueza. De hecho, cuando Pablo e Irene se compraron la mansión, lo sometieron a referéndum en un partido donde casi nadie tiene oficio ni beneficio y son serviciales esperando que los supremos líderes repartan las migajas de lo público.
La respuesta del aparato mediático de Podemos y de sus portavoces políticos será decir que es una mentira, que no había mayordomos ni niñeras, que es una invención de las cloacas para descarrilar el proyecto de transformación más ambicioso de la historia universal. Porque sus líderes son inmaculados, honestísimos y sacrificados, y constituyen el lábaro del progreso. Vamos, como ha dicho Yolanda Díaz: no dimiten por no hacernos una putada.