Feijóo: se trata de ser, no de estar
«Feijóo tendrá que plasmar la clase de líder que aspira a ser. Y la primera señal, o las primeras señales, no han sido buenas»
Y en ese momento se levanta Pablo Casado y abofetea a González Pons, que acaba de hacer una broma sobre la empresa de caramelos de su suegro desde el atril del congreso, para regresar a la silla gritando que quite ese nombre de su jodida boca…
No, claro, nada de esto sucederá. No va a ser así como el congreso del PP, al modo de la última gala de los Oscars de Hollywood, alcance notoriedad. La clave, más allá de la cuota mediática obvia, es qué clase de notoriedad va a tener.
Feijóo tendrá que plasmar, necesariamente, la clase de líder que aspira a ser. Y la primera señal, o las primeras señales, no han sido buenas. ¿O sí? vale preguntarse a la gallega.
Hay una pregunta sencilla: ¿es Feijóo alguien más admirado y respetado que hace cinco semanas, cuando Casado se rindió?
La respuesta es perfectamente obvia.
El PP ha vivido un mes largo entre paréntesis, un interregno entre Casado y Feijóo. El paso de uno a otro ha sido en modo ‘A Rey Muerto, Rey puesto’, por un automatismo lógico asumido sin demasiadas reservas. Es un mes en que han sucedido muchas cosas inquietantes para el país y amenazantes para el futuro: una guerra en las fronteras de Europa, un giro histórico en las relaciones de España con Marruecos, la batalla de la isla energética, una inflación desbocada… Es decir, Feijóo ha tenido muchos momentos, muchas oportunidades, para hacer una aparición en la que dar la talla como líder. Y, de hecho, durante estas semanas ha hecho un buen puñado de declaraciones…. ¿alguna ha impresionado a alguien?
He ahí otra pregunta sencilla: ¿recuerda usted un solo mensaje de Feijóo durante más de 30 días?
Probablemente todas las intervenciones de Feijóo sólo servían para recordar que él estaba ahí, esperando destino. Nada más. Pero todas sus intervenciones han sido olvidables. Si se trataba de una táctica prudente hasta el congreso, ¿no era mejor callar? En esos casos, parafraseando a Twain, siempre será mejor callar y parecer inconsistente, que hablar y dejar claro que eres inconsistente.
Tal vez Feijóo no aspira al liderazgo, sino a la mera administración del poder al frente del PP confiando en que se produzca eso que Rosanvaillon denomina ‘deselección’: una respuesta masiva del electorado contra Pedro Sánchez que le haga heredar la Moncloa por alternancia natural. En el bipartidismo, la deselección ha sido frecuentísima: voto contra quien ocupaba la presidencia haciendo correr el turno al líder del partido rival. No se requería más que estar ahí. Zapatero le confesó a Millás: “Todas las noches le digo a mi mujer: No sabes, Sonsoles, la cantidad de cientos de miles de españoles que podrían gobernar”. Ahora el tablero es más complejo; hay doble frontera hacia el centro y hacia los extremos, y Vox es una sombra cada vez más alargada en la derecha. El descontento social no es de extrema derecha, pero el extremo no gobernante tiene muchas opciones de rentabilizarlo. Sobre todo si no se le disputa.
La Cuaresma del PP –los cuarenta días que van del comité perdido tras la entrevista en Cope con Carlos Herrera, en la que Casado se ata lentamente una soga al cuello anudada a un bloque de cemento armado con un argumentario delirante, hasta la entronización de Feijóo este fin de semana en Sevilla– se ha producido un interregno mucho más vacío de lo previsible. El PP se siente aliviado, seguramente, pero no ha ganado potencia. Tal vez eso sucederá, pero no ha sucedido. Quizá era inteligentemente prudente, pero también peligrosamente decepcionante. No se trataba de que Feijóo aspirase a llegar a la Calle Génova como Cleopatra al Foro de Roma, incluso más al modo de Plutarco que de Mankiewicz, pero sí de convertir la ilusión en algo más que una especulación de nombres mientras se pactaba Castilla y León.
Para el liderazgo no basta con estar. Hay que ser líder.