Paz o aire acondicionado
«Hay que encontrar la manera de sustituir los combustibles fósiles rusos que importa una parte importante de Europa»
¿Qué preferimos la paz o tener el aire acondicionado encendido todo el verano? «Esta es la pregunta que nos tenemos que hacer». Mario Draghi planteó en esos términos el dilema moral al que se enfrentan los ciudadanos europeos. Rusia exporta el 74% de su gas y el 60% de su petróleo a Europa. Es su mercado más importante. Ingresa a diario más de 700 millones de euros, una cifra que no hace más que aumentar con la escalada de los precios. El embargo por parte de Europa de estas dos fuentes de energía además del carbón que ya ha acordado sancionar, asestaría un durísimo golpe a Moscú. Como bien dice el europarlamentario liberal Luis Garicano: apoyar o no el embargo al gas y petróleo rusos supone elegir entre ser espectadores o cómplices de la masacre en Ucrania.
Dudar entre estas dos opciones resulta inaceptable. Las atrocidades ocurridas en Bucha, la destrucción total de Mariupol, las decenas de muertos civiles de la estación de Kramatrosk… Se acumula la evidencia para acusar a Rusia de crímenes contra la humanidad. La Europa que reaccionó rápida y unida contra Putin horas después de la invasión se arriesga hoy a perder todo ese capital moral si no corta de una vez los ingresos que permiten a Moscú seguir financiando esta guerra atroz.
Hace falta más que grandilocuentes mensajes de apoyo al pueblo ucraniano. Hay que encontrar la manera de sustituir los combustibles fósiles rusos que importa una parte importante de Europa, en especial Alemania e Italia. Dos de las grandes economías de la UE. El 58% del gas que consume la primera es ruso. El 40%, la segunda. Europa debe actuar con solidaridad con los países consumidores que más sufrirán el embargo. Por eso sorprende la idea de España, uno de los países europeos que menos depende del gas ruso, de convertir la Península Ibérica en una isla energética dentro de Europa. El Gobierno de Sánchez, en su lugar, debería invertir en las infraestructuras que permitan la interconectividad con el resto del continente.
La llegada de verano podría ayudar temporalmente a suavizar el impacto que tendría la interrupción de las importaciones de gas ruso en los países más dependientes. Pero el contexto económico no puede ser más desfavorable para la toma de esta decisión. Con una inflación que roza los dos dígitos y se sitúa en las cotas más altas de los últimos 40 años y un crecimiento cada vez más débil, añadir la incertidumbre del suministro energético puede tener graves consecuencias económicas y sociales. Todos los ojos están puestos en Alemania, cuyo Gobierno de coalición se resiste a dar el paso por miedo al impacto que esta medida pueda tener sobre la economía. En marzo los precios se dispararon al 7,3%. En un país que arrastra una historia traumática con la inflación, cualquier política que vaya a aumentar la presión sobre los precios, tiene un alto coste político. Y el canciller Olaf Scholz se resiste a dar su brazo a torcer.
Pero Europa no puede ser prisionera de la temeraria política energética de Berlín en estos últimos años, que ha combinado el cierre de la gran mayoría de sus centrales nucleares con la irresponsabilidad de hacer a su economía cada vez más dependiente de la energía procedente de Rusia. ¿Qué más testimonios de la brutalidad rusa en Ucrania serán necesarios para dar el paso? ¿Está la ciudadanía europea dispuesta a aceptar puntualmente más inflación y menos crecimiento? Nos hace falta quizás aceptar que estamos en economía de guerra y que con un uso más racional de la energía se está combatiendo a Putin, además de contribuir a la lucha contra el cambio climático.
Miércoles, 21 de abril de 2021. El Financial Times de ese día abría con una noticia con el siguiente titular: Xi calls for a new world order in attack of US global leadership. El presidente chino que en 2018 promovió un cambio constitucional para perpetuarse en poder reclamaba un nuevo orden mundial para combatir el liderado por EEUU. Y en esa misma portada, justo encima, la sección de On guard del ejemplar que por casualidad me encontré entre viejos recortes de periódicos, daba cuenta de la alarma que le provoca a Kiev la amenaza rusa en la frontera, donde estaba a punto de desplegar 120.000 soldados. Y pedía a Occidente que intensificara las sanciones para frenar a Moscú. Hace exactamente un año. Premonitorio. Las señales estaban ahí pero Europa no las vio o no las quiso ver. Y hoy, pese al horror conocido, nuestros dirigentes europeos siguen guardándose cartas para escalar en el estrangulamiento económico a Rusia.
Europa debe ser fiel a sus valores fundacionales. El embargo del gas y petróleo rusos probaría su solidaridad con el sufrimiento del pueblo ucraniano. Pero para que el coste de esta decisión esté más repartido, la solidaridad ha de extenderse a los países europeos que se van a ver más afectados por esta medida. Europa supo responder al reto de la pandemia con la aprobación de un ingente plan de estímulo y la emisión histórica de eurobonos para propiciar la rápida recuperación de sus economías. Este es otro momento decisivo. ¿Sabremos estar a la altura? El Parlamento Europeo nos ha indicado el camino. Los 513 votos favorables, los 22 en contra y las 19 abstenciones invitan a la esperanza.