Desesperadas acrobacias económicas
«No solo las rentas de los inversores se han visto afectadas por el retroceso de los mercados, también la inflación se ha comido el valor del dinero»
En China el Gobierno anuncia toda suerte de medidas para estimular su economía y evitar la recesión. En Europa y, especialmente, en Estados Unidos, los bancos centrales se rompen la cabeza en su intento de frenar la demanda para controlar la inflación. Los tres grandes bloques económicos, que representan casi el 50% del PIB mundial, viven tres momentos económicos diferentes que contribuyen a desestabilizar la ya de por sí frágil economía mundial, atenazada por la subida imparable de la inflación, el incremento del endeudamiento a niveles insólitos y los efectos de la atroz guerra que libra Putin en Ucrania.
Desde la crisis energética y sus disruptivas consecuencias en la transición hacia energías más verdes, pasando por la devastadora repercusión de la subida de los precios del grano en los países más pobres de Oriente Medio, África y Asia, la crisis humanitaria de los refugiados o los efectos de la subida de los tipos de interés en Estados Unidos, y pronto en Europa. ¿El único ganador? El dólar. El billete verde se ha convertido en moneda refugio. Pero su apreciación en cerca del 8% frente al euro hasta mayo, que se suma al 8,79% que se revaluó en 2021, golpeará a los países emergentes endeudados en esta moneda y encarecerá las importaciones de las materias denominadas en dólares, poniendo más presión si cabe sobre la inflación.
La vertiginosa caída de los mercados financieros en estos primeros cinco meses del año (un 20% el índice estadounidense y un 12% el europeo) reflejan esta difícil coyuntura económica internacional. Es difícil ponerse a salvo. No sólo las rentas de los grandes y pequeños inversores se han visto afectadas por el retroceso de los mercados de valores, si no que también la inflación se ha comido el valor del dinero de los ahorradores.
Mientras la demanda ha crecido en Europa y se ha desbocado en Estados Unidos, la dictadura asiática ha provocado el descalabro de la actividad en regiones económicamente claves de su territorio, incluyendo su núcleo financiero de Shanghai. Su férrea política de confinamiento ha afectado a cientos de millones de personas en su afán por erradicar la expansión de la más contagiosa variante Omicron del coronavirus ante la que la vacuna nacional Sinovax se ha demostrado ineficaz. De tal contundencia que no han faltado imágenes insólotas de rebeldía y protesta de la población confinada. Para combatir los efectos negativos de esta política, el Banco de China, que a diferencia de los occidentales no es independiente y funciona a las órdenes del Gobierno y su presidente Xi Jinping, que ha de renovar este año su tercer mandato, anunció una inesperada bajada de los tipos de interés de las hipotecas para estimular el crédito del moribundo sector inmobiliario.
Todos los indicadores económicos del gigante chino, que fue el primero en recuperarse de los efectos de la pandemia en 2020, caen ahora: las ventas al por menor un 11% en abril y su la producción industrial un 3%. Y el sector ionmobiliario, afectado ya por una crisis de liquidez que supuso la quiebra de alguno de los gigantes de la industria, es clave para frenar el deterioro económico.
En Europa, Christine Lagarde ya ha confirmado que los tipos de interés subirán en julio. Será la primera vez en ocho años. La medida no afectará por igual a los 23 miembros del euro a los que el Banco Central Europeo impone la política monetaria. Los que como España acumulen los mayores desequilibrios en sus cuentas públicas acusarán más el golpe debido al encarecimiento de su financiación. Y este año, vista la preocupante evolución de la deuda pública española (en abril saltó a 1,45 3billones de euros o el equivalente al 118% del PIB) la cosa no pinta bien.
Pero Europa va por detrás de la política monetaria de la Reserva Federal. Y es de desear que no llegue tarde a corregir la escalada de los precios como le ha ocurrido a su hmólogo americano. Al banco central estadounidense se le resiste la inflación pese a aumentar en medio punto los tipos de interés a principios de este mes y retirar el programa de compras de activos financieros. Vista la resistencia de los precios a bajar, no se descarta que haya otra subida de forma inminente. El reto es cómo seguir restringiendo la política monetaria para calmar el recalentamiento de una economía cuya capacidad productiva no satisface la demanda sin llegar a provocar una recesión. Y en esta tesitura andan todos nerviosos. No sólo el presidente de la Fed, Jerome Powell, herencia de Donald Trump y recientemente confirmado en su puesto por el presidente Joe Biden. También el propio gobierno y los inversores.
La apreciación del dólar podría ayudar a quitar presión sobre los precios en EEUU. Aunque no es una de las economías más abiertas del mundo -el comercio exterior pesa un 26% en su PIB frente al 81% que representa en la economía alemana o el 60% en la española-, el abartamiento de los productos importados contribuirá a doblegar la inflación. Una inflación cuya tasa subyacente (esa que excluye la energía y los alimentos y refleja la tendencia de fondo) es la más alta de las potencias occidentales, un 6,2% en abril.
El caso es que las subidas de los tipos de interés en Estados Unidos solo harán más atractivo al dólar. Moneda que además y debido a la incertidumbre que ha provocado el conflicto en Ucrania tras la invasión rusa, se ha convertido en un valor refugio. Su encarecimiento tiene varias consecuencias desestabilizadora: muchos países emergentes están endeudados en dólares y pueden ver sus finanzas comprometidas. A su vez, para mantener el valor de sus monedas, muchos de ellos han subido fuertemente los tipos de interés y dañado su crecimiento.
Y por último, el impacto del encarecimiento del dólar en la ya de por sí engordada factura energética. El petróleo cotiza y se compra en dólares en los mercados internacionales. Un efecto que padecen con más intensidad los países más dependientes del suministro exterior de energía. En esto España también tiene las de perder. Necesita importar más del 70% de su consumo nacional. Se imaginarán cómo la subida del petróleo y del gas (en una media del 45,2% sólo en los tres primeros meses del año) sumada a la del dólar ha disparado la factura. Hasta el punto de el déficit comercial se ha multiplicado por cinco en el primer trimestre del año, hasta alcanzar los 15.416 millones, comparado con el mismo periodo de 2021. Pese a la subida en un 24% de las exportaciones. Nada más y nada menos que 11.052 millones de ese total se deben al déficit energético.
Frente a este desolador panorama todos las apuestas giran en torno a cuándo se corregirá la inflación. Un buen dato daría un respiro a los mercados, los inversores, los empresarios, los ahorradores, los trabajadores, los consumidores… Sus rentas dependen de ello y también muchas de sus decisiones hoy aplazadas a la espera de que bajen los precios. Mientras esto no ocurre, la prudencia que aconsejaba esta semana el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, para evitar trasladar íntegramente la subida de precios a los salarios y los precios de los productos finales es necesaria.
En la escena internacional, gobiernos, bancos centrales y los agentes económicos hacen deseperadas acrobacias, como trapecistas sin red. La economía mundial se adentra en territorio desconocido. Los desequilibrios son los más elevados de los últimos 40 años, la voluntad de cooperación internacional para corregirlos brilla hoy por su ausencia y las herramientas habituales para combatirlos no parecen servir. La distinta posición en el ciclo económico de cada uno tampoco ayuda. Y la brecha que ha abierto la invasión de Ucrania con todas sus consecuencias económicas sólo exacerba esas diferencias.