THE OBJECTIVE
Luis Antonio de Villena

El sutilísimo corazón del plagio

La gloria, tan difícil como en apariencia casi elemental, radica en añadir un eslabón nuevo a la vieja cadena literaria

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El sutilísimo corazón del plagio

Una librera vende un libro a una mujer durnate Sant Jordi en Barcelona | EFE

Suele entenderse que la literatura toda es una larga, muy larga cadena. Debe añadirse que es del todo imposible -parece- fabricar una cadena nueva, que parta de un irreverente cero (de ahí el siempre final descrédito de las puras vanguardias) pero que permanecer en un eslabón ya existente es de poco dotados, de escritores sin sello ni talento. La gloria, tan difícil como en apariencia casi elemental, radica en añadir un eslabón nuevo a la vieja cadena: tradición y novedad unidas suelen producir con la nada controlable varita del genio, el nuevo eslabón fundamental. Se entiende así que todo escritor -sin excepciones- tiene algo de otro o de otros, por lo general de quienes han frecuentado universos o climas paralelos.

¿Es eso el plagio? Ricardo Álamo que, desde luego -se nota no poco- vive en el ámbito de los autores de la benemérita Renacimiento de Abelardo Linares, acaba de publicar en esa editorial sevillana Plagiarios & Cía. Un Diccionario. Se trata de un buen tomo (en orden alfabético), entretenido y sabroso, donde se trata de mil asuntos relacionados con el plagio, pero muy en general, pues por decirlo con sencilla modestia, hay plagios buenos -el homenaje, el intertexto- y plagios malos, que son los demasiado toscos y largos o los del que trata de ocultar el préstamo, dejando de lado formas menos  estimadas del plagio como el «refrito», que Álamo cita más de paso. Nuestro autor habla también de «negros» (escritores que escriben para otros, por lo general de más nombre y por dinero) pero a mi entender la figura del «negro» no tiene tanto que ver con el plagio. El gran bohemio Alejandro Sawa, que andaba sin blanca y misérrimo, escribió algunos artículos para el enorme Rubén Darío, que este olvidó pagarle, por lo que Sawa narra su negritud con Rubén. Aunque algo imitara el estilo del maestro, no acierto a ver ahí plagio.

La literatura está llena de tenaces perseguidores del plagio, siempre malhumorados y agresivos

La imitatio latina nos asegura, que andar en las cercanías y giros de un maestro, si hay calidad y se reconoce lo próximo, es casi un timbre de gloria. ¿Plagió Virgilio a Homero?  Virgilio hizo -mejor aún- lo que ya hiciera en la edad alejandrina Apolonio de Rodas, verbigracia, con sus Argonautas.  Aristóteles dejó dicho en su Poética que no hay arte que no sea imitación, no sólo de la realidad sino del magisterio anterior. Los muchos, muchísimos petrarquistas italianos y españoles –Garcilaso, incluso Lope de Vega ¿plagiaron al enorme Francesco Petrarca? No es de rigor formularlo así. La literatura está llena de tenaces perseguidores del plagio, siempre malhumorados y agresivos -a Bryce Echenique casi le arruinan su carrera porque, un tanto burdo, plagió artículos en artículos, pero olvidaban al fluido novelista que escribe su propia voz- y hay autores que han declarado con desparpajo y cierto áureo ornato sus más o menos plagios. Molière -que conocía la comedia latina y el teatro español del Siglo de Oro- dijo aquello de «je prends bon bien où je le trouve» es decir, tomo mi bien -lo que me conviene- allí donde lo encuentro, lo que le deja por encima (y está por encima) de que Josep Pla, algo cascarrabias, detalle los plagios de El pedante burlado.

Molière usó a Terencio y a Cyrano de Bergerac porque su talento permite ese uso. ¿Cuántos han escrito un Don Juan ha plagiado a Tirso de Molina? Jorge Luis Borges, que siempre mencionó maestros, se salva de cercanías y concomitancias con otros autores, al afirmar de varios modos que la literatura es un gran continuum en el que los autores se anudan y crean no sólo a sus discípulos sino incluso a sus predecesores. Pero Borges tuvo mucho de genio y pudo ironizar en una entrevista: «Yo soy un plagiario». ¿No habrá en él aromas de Stevenson si lo ensalzó tanto? Pero quien lee a Borges lee al argentino y no al escocés. Ahí viene bien el dictum del a ratos engolado Eugenio D’Ors: «Bienaventurados mis discípulos porque de ellos serán mis defectos». ¿Qué queda tras tantas sabrosas historias de plagios mayores, menores o cercanos? Volvemos al inicio: la literatura es una inmensa cadena y todos participamos de ella y por tanto nos influimos y nos rozamos. Pero quien tiene genio o talento triunfa y quien es mediocre o remilgado se cae del todo. Y recordad: en literatura sólo vale el robo si va seguido de asesinato. El genio ‘mata’ a su antecesor. El mediocre se delata a sí propio. El eslabón, no lo olviden.                  

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