THE OBJECTIVE
Luis Antonio de Villena

Raras delicias del comunismo de salón

«Nadie pide que un militante comunista (ahora con otros nombres) sea un mendigo o viva mal. Nada de ello, pero quizá solidaridad, coherencia…»

Opinión
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Raras delicias del comunismo de salón

Irene Montero y Pablo Iglesias. | Isabel Infantes (Europa Press)

Llegué por primera vez a La Habana en la primavera de 1993, literaria invitación de nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores. Tenía amigos cubanos dentro y fuera, pues más hay dos Cubas que dos Españas. Lo que vi de entrada y después -ya habituado- me pareció desolador. Una hermosa ciudad casi ruinosa y a multitud de gente pidiendo por las calles, no ya dinero -eso vendría después- sino cualquier cosa. Un vulgar bolígrafo usado era recibido como marfil. Por supuesto, la mayoría de los notables escritores a quienes vi vivían en precario y casi no tenían de nada. Los visitabas llevando tú una botella de ron, comprada con dólares en las tiendas sólo para turistas. El gran Eliseo Diego sólo tenía vasos y agua del grifo para ayudar, ni hielo. Lo sentí desolado y no tardó en escapar a México. Más o menos, así andaban todos, salvo que alguno estuviera cerca del todopoderoso Partido Comunista. Junto a casas desportilladas y herrumbrosas, una recién remozada, la del encantador poeta Pablo Armando Fernández, cerca del Poder. Allí no había que llevar ron, tenía (¡oh magia!) hasta whisky. ¿Nadie habría de extrañarse de que el pueblo viviera mal y severamente vigilado, mientras que los miembros del Partido y sus allegados no tenían falta de nada? ¿No debía la izquierda -yo votaba a los socialistas- decir algo?

Este fenómeno llamado «comunismo de salón» no es en absoluto nuevo, pero se ha logrado disimular. La gente vive mal y sin libertad, pero a los «sacripantes del Partido» -Cernuda dixit- casi todo les está permitido, incluso la opulencia. He mencionado y voy a nombrar a escritores que (punto arriba o abajo) me parecen de primera fila, los admiro y he conocido a varios. Grandes creadores protegidos por el Partido o la Internacional Comunista. ¿Vivieron Rafael Alberti o María Teresa León siempre de sus derechos de autor? No es creíble. Fueron comunistas de verdad y en ocasiones -en la guerra civil- predicaron y se jugaron el tipo, luego estuvieron siempre protegidos. Y no vivieron en Moscú ni en Pekín, vivieron en Buenos Aires y en Roma. ¿Comunistas a los que no gustaba la vida comunista? El enorme Pablo Neruda, comunista chileno, luchó y pasó exilios, pero tenía una casa maravillosa en Isla Negra, en el Pacífico, y fue el embajador de Allende en París -diplomático siempre- en una residencia lujosa. El gran novelista cubano Alejo Carpentier -primera fila en su arte- vivió más en París que en La Habana. Hubo comunistas que se fueron a Moscú -Pasionaria aparte- por ejemplo, nuestro César Arconada, con menos brillo. Estoy hablando de espléndidos escritores que (no sé cómo lo llevaban) siempre tuvieron un paraguas rojo, de seda a veces, y no el azoriniano. No es nuevo -aunque descendamos ya infinitos escalones- que la pareja Iglesias/Montero defensores de toda revolución, vivan en un casoplón de millonarios y entre millonarios, pero -me digo- ¿es eso estar con el pueblo, con la gente de vida dura del precariado? No digo que deban vivir en la pobreza, pero uno pensaría en más modestia y no sólo en vestirse de pobres, moda que han impuesto, aunque muy bien podrían pasar de ella. Sólo acierto a ver coherente a la más comunista de todos, a Dolores Ibárruri. De negro, en Moscú, con el antiguo moño de las mujeres de pocos recursos.

Conocí en Milán a un gran poeta ruso y personaje histriónico, divertido y maravilloso (muy enamorado de lo hispánico) Yezgueni Yevtushenko, que en ese momento -2007- vivía entre EEUU y Rusia, por desacuerdos con Putin. Me regaló una antología de su poesía hecha en México, «Adiós, bandera roja». Yezgueni era un alto poeta y un personaje fascinante; mimado por la Rusia soviética, recorría el mundo dando flamantes recitales probolcheviques y hospedándose en hoteles de lujo. Lo del champán y el caviar no era fantasía en este caso. Vio caer la URSS con deleite (según confesión propia) junto a Gorbachov, y al fin sintió que Putin era poco demócrata. Fui feliz con Yevtushenko, pero algunos detalles de su vivir se me escapan. Murió en Tulsa, Estados Unidos. Insisto, nadie pide que un militante comunista (ahora con otros nombres) sea un mendigo o viva mal. Nada de ello, pero quizá solidaridad, coherencia… Comunista decía ser el querido Mario Benedetti, al que siempre sentí sincerísimo y honesto. ¿Porqué no vivió con el esplendor de Pablo Neruda, de poesía inmensa?  Ni condeno ni apruebo, sólo relato. El llamado «comunismo de salón» no es un invento. Y sólo he mencionado a escritores que me gustan y a otros que además traté encantado. ¡Ah de la vida! ¿Nadie me responde?   

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